Turf

Desde 1889 el barrio de Ituzaingó vibra con el Gran Premio José Pedro Ramírez. Cada 6 de enero, el burrero, el turfman, el amante a las carreras de caballos gozan con la carrera emblema de nuestro Turf.
Fueron, son y serán los días más apasionantes del deporte hípico, la vigilia, la propia carrera y el después, son momentos únicos para la grey burrera.
El botija del barrio, el galán de sombrero de ala ancha, la dama con atuendos de fiesta, se unen cada día de Reyes para vibrar juntos los dos minutos y medio más esperados, los que separan al pingo alado, de las gateras al disco.
Competir en un Ramírez es lo soñado, ganarlo, es tocar el cielo con las manos empuñando una fusta, con las antiparras rodeando una gorra y una chaquetilla que pasará a ser inmortal.
Desde los 3500 en sus primeros años, pasando por los 2500 y los 2800, los 2400 actuales son el reflejo de una distancia ideal para la prueba emblema de nuestro Turf.
Los nombres de Irineo Leguisamo, Walter Baez y de Pablo Falero, los colores del Ana María, pasando por Romántico, Sestao, Sol de Noche y tantos otros son sinónimos de podio de Reyes.
La edición 122 del Ramírez tendrá a 16 corceles en partidores. Cuando el starter dé la orden partirán rumbo a la gloria, rumbo al Olimpo del Turf, deberán pasar por primera vez el disco y girar el codo de ferrocarril recordando al viejo tren de los Patos, tras dejar recta opuesta y enfrentar al viejo Stud Oriental, enfilarán hacia recta de tribunas que recorrerán bajo una lluvia de gritos de una multitud que, luego de cruzado el disco, aplaudirá a rabiar al nuevo héroe de Ituzaingó.
Es el Ramírez, el nuestro, el de los uruguayos y los visitantes. Es el Ramírez que nos une y nos deja bien en alto a nivel del turf del orbe.
Se corre el Ramírez, el de las portadas de los periódicos, el de los titulares en los medios.
Es el Ramírez y con ello, todo dicho, día de Reyes, día de burrero, el día del Turf.