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La despedida: Pablo Falero sabe que no se va a arrepentir

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Falero
MARCELO BONJOUR

ENTREVISTA

Se subió por primera vez a un pura sangre a los 14 años y lo apasionó la adrenalina de su velocidad. Mañana, 38 años después, disputará su última carrera.

Sábado de actividad en el Hipódromo de Maroñas, pero lo que hacían los caballos en la pista dejó de importar cuando los aficionados vieron llegar a Pablo Falero, el mejor jockey uruguayo de los últimos tiempos, que mañana correrá el Gran Premio Ramírez y será el último de su exitosa carrera. Corrieron hacia él a pedirle una foto, a felicitarlo, a agradecerle y a decirle que obviamente esperan que gane.

A los 53 años y tras 38 de carrera decidió ponerle el punto final. Y aunque lleva más años viviendo del otro lado del Plata, eligió despedirse en el país donde nació.

“Estoy un poco ansioso, pero muy feliz. Me tocó vivir cosas muy lindas en momentos precisos y ahora estamos en la despedida. Por suerte ya estoy entrenando caballos de carrera, así que la cabeza va a estar ocupada”, dijo sobre el trabajo de cuidador que ya está realizando en el stud Vacación, en San Isidro.

No han sido pocos los jockeys que se retiran y un par de años después vuelven a subirse al caballo fusta en mano. Falero está seguro que no le va a pasar. “Puede ser que me agarre la angustia, pero estoy muy seguro de la decisión que tomé. Y aunque me vinieran las ansias por volver no lo haría porque tuve una carrera maravillosa. A los 53 años el físico ya no es el mismo y si me llega a pasar un accidente, a esta edad la recuperación no es la misma. Corrí a muy alto nivel durante 38 años y tuve lesiones graves. Y uno sabe que la última palabra la tiene el de arriba, entonces no hay que tirar tanto de la soga. Por eso me voy a despedir en la carrera que es más importante para el Uruguay, sobre todo después de lo que me pasó el año pasado, cuando no lo pude correr”, explicó el coloniense.

Los fanáticos le exigen un triunfo final, pero a él no se le mueve un pelo. “La responsabilidad siempre la tuve en cualquier carrera y con cualquier caballo. Creo que voy a estar nervioso, igual que en el año 1987 cuando monté a Chapulín para correr mi primer Ramírez. Esperemos que tome buenas decisiones, que los nervios no influyan en mis decisiones”, afirmó.

Cree que los nervios no se van a sentir tanto en las gateras sino en el paseo previo, como le pasó hace unos días en el Hipódromo de Palermo. “Durante el paseo me puse a pensar que era la última vez que corría en Argentina después de tantos éxitos y tantas cosas. Me agarró la nostalgia, pero es así la vida. Siempre hay un principio y un fin y quiero terminar de la mejor manera y no tener un final feo”.

COLONIA. Se crió en el campo, recién se mudaron a la ciudad cuando su padre consiguió un trabajo como capataz en el Hipódromo Real de San Carlos. Lo hizo porque sus hijos ya estaban en edad de hacer el liceo. Allí, en el hipódromo, pasó a vivir la familia y comenzó la gran relación de Pablo con los caballos pura sangre. Hasta que un día, cuando tenía 14 años, le dieron la chance de subirse a uno de ellos.

“Jamás soñé que iba a llegar a donde llegué. La primera vez que me subí a un caballo de carrera me apasionó la velocidad y la adrenalina tan especial que se sentía. A cualquier chico de esa edad le gusta la velocidad: ya sea si se sube a una bicicleta o a una moto. A mí me pasó con los caballos. Era muy niño cuando empecé a ser jockey, corrí mi primera carrera cuando aún no había cumplido los 15 años. No alcancé ni a terminar la secundaria. Me apasionó tanto que mi cabeza comenzó a enfocarse en aprender cómo manejarme arriba y abajo del caballo para ser un buen jockey. Y cuando llegué a lograr cosas me enfoqué en qué hacer para mantenerme y perdurar en el tiempo. Y lo logré porque hice una carrera de 38 años. Gracias a Dios me fue muy bien y le pude dar a mi familia un muy buen pasar”.

Los entendidos aseguran que Falero tiene algo especial que el caballo siente cuando lo monta. Así se lo dijo un jockey veterano, Félix Lancaster, hace ya muchos años. “Él me dijo que no me daba cuenta de lo que yo generaba en el caballo. Y que cuando yo me bajaba después del paseo le decía cómo iba a correr el caballo, cómo iba a ser la carrera, que yo leía cómo estaba el caballo sólo andando un poco al trotecito. Creo que son cosas que se traen. Yo lo supe aprovechar y lo ayudé siempre con mucho trabajo. Podía equivocarme una vez, pero he ganado muchas veces sin conocer al caballo. Son cosas que te da la experiencia también, el haber montado tantos caballos. Pero además, yo creo que el animal te interpreta. Cuando te acercás ya se da cuenta de todo, porque el caballo es muy inteligente”.

VANESA. Tiene tres hijos: Vanesa Noemí, Paula Romina y Pablo Daniel. La primera nació cuando él y su mujer tenían solo 17 años, pero la adolescencia no le impidió asumir la responsabilidad. Su hija mayor fue la única que quiso seguir sus pasos, pero él no se lo permitió. No lo hizo porque fuera mujer, porque nunca le molestaron las jocketas. Corrió siempre con ellas y reconoce que las mujeres tienen más paciencia con los animales. “Uno a veces es egoísta y además sabe lo que es la profesión desde adentro. Nadie quiere que un hijo o una hija se golpee, se lastime, como me pasó a mí corriendo o vareando un caballo. Por eso no quise”.

brazo
Abrazo. El de su colega Fernando Olivera en el cuarto de las casquillas. Foto: Marcelo Bonjour.

Ahora puede que alguno de sus cinco nietos -también fue abuelo muy joven- pueda ser jockey. Sobre todo teniendo en cuenta que cuatro de ellos son hijos de jockeys, porque sus hijas se casaron con colegas. El que está seguro que no lo será es el mayor, que tiene 16 años y es muy alto.

No dudó al elegir una carrera. Y no fue de las más importantes. Fue el clásico Grupo Uno Acebal, que corrió en 1998, tras volver de la lesión más grave que sufrió. Fue en San Isidro cuando un caballo lo tiró y se le cayó arriba fracturándole tres vértebras. “Estuve sentado cinco meses en el living de mi casa con el collar de Philadelfia, pero nunca pensé que no iba a volver. Estuve esos cinco meses pensando en el regreso. No me moví de ahí porque quería recuperarme lo antes posible para volver. Quería hacerlo con la casaquilla del stud Vacación, que corría hacía años. Me tocó hacerlo con un triunfo y eso que no tenía nada de onda con la yegua”.

Le costó elegir un caballo porque sabe que iba a dejar a muchos nobles animales que fueron importantes, pero se queda con Potrillón. “Con él gané mi primer Premio Pellegrini y el único Latino que gané. Fue el caballo me dio dos cosas de las más importantes que he logrado”, dijo quien reconoce que echó raíces en Argentina y allí seguirá.

ASIGNATURA PENDIENTE. Tiene una asignatura pendiente: ganar en Estados Unidos. “Siempre tuve el sueño de correr en Estados Unidos y cuando se dio la posibilidad siempre se truncó. Me pasó con Centaurus del stud La Felicidad. Me iban a llevar a correrlo en Estados Unidos, pero el caballo tuvo un inconveniente y no pudo viajar. Centaurus fue el caballo con el que gané por 56 cuerpos en una carrera de 1.400. Y luego había clasificado a Caleidoscopio para la Breeder’s Cup, pero yo estaba operado del abdomen. Viajé y me esperaron hasta último momento, pero me faltaron días”. El caballo ganó gracias a las recomendaciones que él le hizo al jockey que lo corrió.

ARGENTINA. Corrió 28 años del otro lado del charco, allí donde triunfaron Leguizamo y Sanguinetti antes que él. “Creo que es porque cuando uno sale de su país sale a trabajar y a mejorar. Y hay que redoblar el esfuerzo”. Pero tuvo que cambiar su manera de correr. “No es que mejoré allá, es que tuve que cambiar muchas cosas en la manera de correr y de entrenar para poder triunfar. Acá nunca corría un caballo adelante y cuando llegué a Argentina me tuve que adaptar a hacerlo porque los preparaban para eso. Y me fui superando. Nadie es profeta en su tierra y acá me valoraron más después que triunfé en Argentina”.

Falero no parece tener 53 años y hace casi 40 que pesa lo mismo. Dice que es la actividad que lo mantiene joven, pero reconoce que por dentro está muy golpeado.
Al igual que a Legizamo, le hicieron un tango: “A Pablo Falero”, con letra y música de Alberto Cohen Suany. “En el momento no lo valoré, pero luego me di cuenta que el tipo contaba lo que los demás veían en mí y yo no lo percibía”.

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