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Juveniles: ahora todos van por la senda de Uruguay

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NicoláS LÓPEZ
Gero Breloer

Hasta 1981 la Celeste logró siete títulos en diez torneos; desde entonces no volvió a ganar uno.

Un nuevo Sudamericano Sub 20, ahora en Ecuador, da largada a la carrera hacia el Mundial de la categoría, la gran vidriera que anticipa el futuro cercano del fútbol y los cracks que vienen. También, quizás algo opacada por la meta de la clasificación a la competencia global, está la lucha por ser el mejor del continente en la categoría. Un título que era casi monopolio de Uruguay en los comienzos pero no se ha vuelto a conquistar desde 1981.

Aquel equipo que le hizo cinco goles a Argentina en la última fecha -justamente también en Ecuador- representó el último campeón celeste entre juveniles. Hasta entonces se habían disputado 10 torneos, de los cuales Uruguay conquistó siete. Después, hubo 17 ediciones más, todas esquivas para los celestes. El quiebre en la tendencia es demasiado notorio como para tratarse de una casualidad.

Si se mira la estadística desde otro ángulo, se verá que hasta 1981, Brasil solamente había obtenido un campeonato, pero a partir de 1983 sumó 10. En el caso de Argentina, hasta 1997 apenas ganó un Sudamericano y desde ese año se llevó cuatro. La clave de esta historia es la creación del Mundial de la categoría en 1977, que dio más visibilidad al fútbol juvenil en todo el planeta.

Varios títulos sudamericanos, dos medallas de oro olímpicas y la Copa del Mundo en 1930 premiaron el gran nivel que alcanzó el fútbol uruguayo las primeras décadas del siglo XX. En apenas 20 años, los uruguayos dejaron de ser aprendices de los profesionales británicos que los visitaban para convertirse en los mejores. Diversas razones explican eso, desde la aptitud natural de los jugadores hasta las condiciones sociales del país que favorecieron el rápido desarrollo deportivo.

Cuando en 1954 se creó el Sudamericano juvenil con el torneo de Caracas, el fútbol uruguayo estaba en condiciones ventajosas para ganarlo. Ya existía una estructura interna de divisiones inferiores que producía jugadores y los mantenía en competencia. Y esta se alimentaba del baby fútbol y otras organizaciones infantiles, también de temprana difusión. En otros países del continente, en cambio, los clubes carecían de equipos de menores y se limitaban a incorporar aspirantes de los equipos de barrio y ligas menores. En Argentina, donde los clubes siempre dispusieron, igual que aquí, de planteles juveniles y fútbol infantil, durante décadas la AFA no pudo solucionar la crónica desorganización en sus seleccionados. Brasil tuvo siempre un gigantesco semillero, pero el propio tamaño del país volvía dificultoso armar una selección juvenil.

El momento de esplendor celeste se registró entre 1975 y 1981, con cuatro títulos sudamericanos de corrido: Lima ’75, Caracas ’77, Montevideo ’79 y Quito ’81. Hubo otras circunstancias que favorecieron este fenómeno. En primer lugar, la feliz coincidencia de varias generaciones de cracks, que después también resultaron exitosos en la Selección mayor: Rodolfo Rodríguez, José Moreira, Darío Pereira, Venancio Ramos, Ruben Paz, Enzo Francescoli, Jorge Da Silva, Nelson Gutiérrez, Santiago Ostolaza, por mencionar unos pocos. El éxodo de futbolistas al exterior, que se aceleró en esos años, determinó que muchos fueran ya titulares incluso en los clubes grandes antes de integrar los seleccionados juveniles, con su consiguiente maduración. Además, los éxitos celestes en la categoría facilitaron un gran apoyo y cuidadosas preparaciones, en particular cuando estuvieron a cargo de la dupla Raúl Bentancor-Esteban Gesto.

El establecimiento por la FIFA de los mundiales juveniles en 1977 significó que los equipos de jóvenes ya no fueran simplemente una etapa en la formación de los futbolistas, sino un objetivo en sí mismo, especialmente para las potencias. También despertó el interés por el fútbol de base en naciones como Colombia, que ya suma tres títulos continentales.

Después de 1981, los sub 20 uruguayos tuvieron algunos altibajos, con caídas sobre todo en la segunda mitad de los ’80 y a principios del siglo XXI, pero no han dejado de ser competitivos y más desde que Oscar Tabárez se puso al frente de la estructura de todas las selecciones.

En los 17 torneos sudamericanos posteriores al último título se lograron cuatro segundos puestos y cinco terceros. En los mundiales, las actuaciones resultaron muy superiores a las de los seleccionados de mayores, con dos finales perdidas (una por penales) y un cuarto puesto, además de las semifinales alcanzadas en 1977 y 1979. Solo falta entonces volver a subir el último escalón del podio.

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NicoláS LÓPEZ

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