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Tolerancia y desconsuelo

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Diplomacia. Bonomi fue invitado por el embajador Moret. Foto: Francisco Flores
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MUNDIAL 2018

Alumnos y autoridades vieron el partido en el Liceo Francés en armonía

Globos con los colores de la bandera de Francia y Uruguay adornan la entrada al Liceo Francés y son la antesala para lo que será una jornada de convivencia cosmopolita y pacífica.

Niños y adultos de ambas nacionalidades se dan cita en el salón de actos para hinchar en armonía por sus países.

Luciano rompe el hielo: “Estoy orgulloso de vivir este momento con mis amigos en el liceo. Entregamos esta camiseta a los compañeros franceses como símbolo de nuestra pasión por el fútbol”. E intercambia la casaca celeste con Alexis.

El embajador de Francia, Hugues Moret, y su invitado, el ministro Eduardo Bonomi ven el partido en primera fila. Otros 15 adolescentes del proyecto Pelota al Medio a la Esperanza se entreveran con los alumnos del Liceo Francés en las gradas superiores.

Los uniformes del colegio se esconden detrás de las banderas y camisetas celestes.

“Hay que gritar mucho, que gane el mejor, así se vive el fútbol en Uruguay. A disfrutar”, promueve Adriana Coccaro, directora de estudios uruguayos del Francés.

“Vamo’ Cavani”, gritan cuando lo ven sentado en el banco de suplentes. Esos mismos niños pedirán que entre Edi todo el segundo tiempo.

Tiran papel picado plateado para arriba al terminar de entonar con fuerza ambos himnos y enseguida arranca el “volveremos, volveremos”.

Un rubiecito se come las uñas en primera fila antes del arranque, otro tiene las manos en pose de ruego, y una niña se frota nerviosa las palmas de sus manos en las piernas.

“Me estoy aprontando para los goles”, dice una chica que junta papelitos del suelo los 90 minutos con miras a celebrar.

“Pegale al arco”, le piden a Torreira en el primer tiro libre que patea al minuto 14.

Un grupo de franceses se para ante la primera clara de Mbappé. “La atajaba”, comentan los niños charrúas.

“¿No lo marcan, muchachos?”, dicen ante una ofensiva que Pogba no resuelve. “Anda a jugar a las Barbies”, tranca otro.

“No quiero ir a penales”, ruega una chica. “Yo sí”, retruca otra. “Garra charrúa”, lanzan ante la falta de Suárez y posterior caída de Pavard.

Se tapan los ojos en el minuto 26 y ya empiezan a reclamar el ingreso de Cavani.

Una de las niñas pregunta si se puede ir al baño y su compañero se mata de risa.

Cada peligro de gol es un grito indescifrable y los más chicos piden a los adultos que “aflojen con la corneta”.

Se levantan cinco o seis hinchas para festejar el gol de Varane en el minuto 40, y se oye el grito perdido de una niña, “allez la france”.

Los menores quedan mudos. No hay quejas, ni gritos, solo caras de desolación y gestos de bronca.

“Uruguay, Uruguay”, alientan. “Si se puede, sí se puede”. Hay esperanzas: “Todavía quedan 45 minutos”.

“No creo que estés votando por Uruguay”, le dice la encargada de juntar los papelitos a una niña francesa que la mira confundida. No le responde y se apura a ir buscar yogurt y agua saborizada al patio.

“En el minuto 54 fue gol de Uruguay en 2010 y también empezamos perdiendo”, acierta un niño en primera fila. Su recuerdo del gol de Forlán contra Ghana los ilusiona hasta que cae el tanto que Griezmann no grita en el minuto 61.

Se identifican cada vez que la cámara enfoca a un niño que llora sin consuelo en la tribuna: “Pobrecito”, repiten.

“No quiero quedar afuera del Mundial”, se lamentan con el mazo de figuritas en mano. Ruegan que entre Cavani y poder gritar un gol en los descuentos.

Celebran el caño de Urreta con un “comételo bien comido” y especulan con que levante la copa Rusia o Croacia que nunca ganaron un Mundial.

Josema llora en la cancha y los niños lo imitan en las gradas del colegio. Las lágrimas son contagiosas y silenciosas. La coordinadora les dice que ya vendrán otros mundiales, pero no hay consuelo. La ilusión de seguir en la Copa se cae a pique, pero el amor por la Celeste permanece intacto.

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