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El Capitán, el alumno y la foto

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La Quinta Tribuna.

LA QUINTA TRIBUNA

La camiseta blanca, el salto en el segundo palo, el gol en los últimos minutos, salir corriendo agarrándose la camiseta y el abrazo de todos. De ellos y de nosotros.

Luis Suárez está jugando mal. No lo decimos, nos cuesta hacerlo y sabemos que nos puede tapar la boca en cualquier momento, pero lo estamos pensando. Al final esto de jugar tocando y no reventarla para arriba no es para nosotros. Tampoco lo decimos, pero poco a poco la frase u201ctirala para adelanteu201d empieza aflorar en nuestro interior, hasta que sobre el minuto 60, luego de 10 toques seguidos en los que que todavía no lograron meter la pelota en el área, sale el grito liberador.

Toda la euforia de las últimas semanas fue bajada de un hondazo en el primer tiempo. Y por eso nos seguimos enamorando de Uruguay. Porque no hay millones de euros ni buen toque que impidan que esta selección sea lo más humano que existe. Que los semidioses que vemos en Europa bajen a la tierra y se conviertan en personas que se enojan, se frustran, se pelean y se juntan para solucionar todos los problemas sobre el final.

Carlos Sánchez era una de las dudas para el Mundial. Muchas personas lo ponían en la lista de tres que se quedarían afuera, varios se enojaron porque Federico Valverde no fue a Rusia y él sí. Y sin embargo, en el minuto 50 del primer partido del Mundial, todos pensamos u201ceste es un partido para el Patou201d. Y lo fue. El dios del centro, que asistió en 12 goles de Uruguay en la última Eliminatoria, levantó su pie mágico y le puso una pelota en la cabeza a José María Giménez en el minuto 90, para que toda la euforia perdida regrese y toda la frustración acumulada desaparezca.

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Josema Giménez no es Diego Godín, pero es su mejor alumno. Godín ordena atrás y Josema cumple la orden. El capitán, grita, avanza, mueve los brazos hacia adelante y pide que sus compañeros suban. Y en sus brazos estamos nosotros, pidiendo que no se tiren para atrás y que presionen a los egipcios. Giménez es impulsado por los brazos de su compañero (y del Uruguay) y va a hacia el área. Y le demuestra que si hay algo que aprendió muy bien de él es a hacer goles. Contra Italia (en Brasil) lo vio, el u201cMaestrou201d Tabárez le mostró la foto del gol del Faraón y le explicó cómo colocarse. Contra Uzbekistán lo ensayó y contra Egipto lo puso en práctica. Y cuando ya no quedaba nada, cuando ya estábamos todos pensando en los cinco goles que los rusos le hicieron a Arabia y en un empate que haría que Uruguay siguiera repitiendo la misma historia de no ganar en un debut desde hace 48 años, allí apareció él. O aparecieron ellos. Llegó el centro del Pato. Llegó el gol de Josema. Llegaron los abrazos y los gritos, que más que de gol, fueron de alivio.

Giménez y Sánchez se abrazan. Se tiran al pasto y sobre ellos todos, titulares, suplentes y más, se les tiran encima. Todos se hacen uno en un abrazo que tiene más forma de pirámide que de abrazo. Todos, menos Rodrigo Bentancur, que entró, saludó y salió. Y al salir vio que Edinson Cavani recién venía caminando desde el área. Se acercó. Se abrazaron. Solos los dos. Los dos jugadores más generosos del partido. Cavani, que fue opacado por los egipcios, pero que igual corrió como siempre y estuvo a un centímetro de convertirse en el héroe de Uruguay, y Bentancur, se hizo dueño de la pelota y se transformó en el jugador uruguayo con más toques y pases acertados en un partido del Mundial desde 1966.

José María Giménez festeja el gol de la victoria en el partido de Uruguay ante Egipto por el Mundial de Rusia 2018. Foto: Reuters
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Entonces la cámara lo enfoca y nos pone tristes, en medio de la alegría. Aunque más que tristeza, es empatía. Mohamed Salah se siente mal. Mal porque su selección peleó hasta el final y perdió al final. Mal porque estaban a pocos minutos de la hazaña y el mundo se les vino abajo. Mal porque se muere de ganas de estar ahí y no puede hacerlo. Mal porque le acaban de arruinar su cumpleaños. Mal porque estaba destinado, dos años antes de haber nacido, para ser la estrella de este partido, el héroe que devuelve a Egipto a una Copa del Mundo luego de 28 años y le da un triunfo ante el equipo más fuerte del grupo. Pero un agarrón de Sergio Ramos torció el destino y lo llevó a ese banco helado, en el que cierra los ojos y lamenta que Giménez haya saltado más alto que todos sus compatriotas. Y con los ojos cerrados, con la cabeza hacia abajo diciendo que no, nosotros volvemos al partido con Costa Rica, el primero del 2014, en el que Suárez era Salah, y tuvo que mirar con bronca desde afuera.

La camiseta blanca, el salto en el segundo palo, el gol en los últimos minutos, salir corriendo agarrándose la camiseta y el abrazo de todos. De ellos y de nosotros. De Godín y de Cáceres en Brasil. De Sánchez y Josema en Rusia. Del Maestro Tabárez, que se levanta con un poco de dificultad y abre las manos en un abrazo al aire para gritar un "Uruguay nomá". De los niños de la escuela y la maestra en la escuela. De los periodistas y los fotógrafos en la redacción. De un país entero, su historia y su presente. De un presente que acaba de cambiar, porque Uruguay volvió a ganar en el debut de un Mundial, pero que es el mismo de siempre, porque más allá de los toques y del juego que intentó ser prolijo, ganamos como siempre lo hemos hecho. Como más nos gusta.

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