ASÍ LO VEO

EDWARD PIÑÓN

Diez puntos en organización defensiva. Otros diez en experiencia. Diez más en la seguridad del triángulo final. Y puedo seguir, porque también el equipo de Uruguay se gana una puntuación de 10 en juego solidario, en el convencimiento de sus jugadores por cumplir el papel que les fue encomendado para beneficio del objetivo colectivo.

Entonces, si las notas dicen que hay muchos puntos altos, qué es lo que puede evitar que se concluya que es dificilísimo que un equipo se lleve puesta a la Celeste o qué es lo que hace que se pondere más las virtudes del adversario que las del enorme plantel de hombres que dirige Óscar Tabárez.

No hay fantasía en el sueño que se acuna de ver a Uruguay entre los cuatro mejores, ni siquiera el de creer que llegar a la final es alcanzable.

Los jugadores uruguayos son muy buenos. Están a la altura de los mejores del planeta. Y si los de afuera nos ven fuertes es porque la fortaleza es real. No se trata de una visión nacionalista, irreal o simplemente producto de un corazón deseoso de ver a la bandera flameando en el Estadio Olímpico de Moscú el 15 de julio.

Uruguay tiene material deportivo de alto vuelo. A algunos les debe generar envidia ver a estos guerreros charrúas correr, ayudarse con dedicación extrema para cerrar espacios. Hasta se sorprenderán de los vuelos de “Josema” y Godín en el área rival y hasta sentirán rabia de observar como ese nuevo titán que tiene Uruguay en el mediocampo (léase Lucas Torreira) es capaz de cargar contra el jugador más pintado.

Viendo el paño, yo le abro la puerta a una nueva actuación memorable. A otro instante de esplendor. Lo genera el hecho de que Uruguay se saca diez puntos en el juego aéreo, otros diez en la velocidad con la que se realizan las importantísimas transiciones de ataque-defensa. Diez más en la búsqueda del triunfo, sin importar que el reloj sea su enemigo más exigente. No es fantasía. Es algo realizable.