ASÍ LO VEO

EDWARD PIÑÓN

Los uruguayos van marchando. Avanzan a pie firme. Nada los aparta de sus objetivo porque están convencidos de sus fuerzas. Ahí van, indómitos, rebeldes por naturaleza, apoyándose en su corazón y sin dejarse intimidar por el lugar o por lo que digan.

Los uruguayos van marchando. Respetando lo que tienen por delante. Jamás sintiéndose superiores, pero nunca entregándose antes de que el árbitro del partido diga con su silbato que no hay más tiempo para buscar la victoria.

Ahí van, unidos, como si jugaran abrazados para que sus cuerpos formen un bastión inconquistable. Y esa mole humana intimida. Preocupa a todos. Porque ya quedó claro que para estos 23 valientes futbolistas de Uruguay no hay nada que les impida realizar el acto más irracional en defensa de su gloriosa camiseta. Si hay que tirarse de cabeza para evitar que el rival se lleve la pelota no lo miden ni lo piensan, se lanzan como una flecha hacia el césped, porque esa pelota puede ser tan decisiva como la última.

Los uruguayos van marchando. Empujan, arremeten, trancan. Y juegan. Esa moral, ese temple, reivindica el viejo espíritu ganador de los legendarios campeones. Y contagian. Porque no hay satisfacción mayor que verlos empapar la camiseta, asistir al compañero que precisa ayuda para frenar a un adversario que se anima a entrar en suelo oriental o podar el césped con todo su cuerpo para que esa pelota jamás supere la última línea defensiva.

Los uruguayos van marchando. Miran por encima de su hombro y comprueban que hay más de tres millones sumados a sus filas.

Están todos ahí. No falta nadie. Porque la energía que emerge desde las filas de la Selección hacia las tribunas y también a cada rincón del planeta donde hay un uruguayo les regresa con más potencia. Es así. Se respira en las calles, en las oficinas, en los pueblos menos habitados.

Los uruguayos van marchando. Y yo, como tantos otros, los empujo con alma y corazón.