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Holanda: el día de las patadas cambió el modelo

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Perez, Silvia (Ovacion)

Recuerdos mundialistas

El 3 de julio de 1974 la Naranja Mecánica terminó de consagrarse

"Era una noche oscura y tormentosa”, escribe el perro Snoopy de las historietas como primera línea de una novela que nunca avanza. Para Brasil, la del 3 de julio de 1974 en Dortmund fue realmente una noche oscura y tormentosa: inició una etapa de descreimiento en su propio estilo de juego que le costó caro en los mundiales.

Aquella vez, Holanda terminó de consagrar su “fútbol total”: destronó a Brasil y llevó a que todos quisieran jugar como esa naranja mecánica, que deslumbró en el Mundial de Alemania pero no le alcanzó para llevarse el título, pues cayó en la final ante los anfitriones.

Brasil llegaba en 1974 como dueño definitivo de la Jules Rimet, lo cual obligó a la FIFA a diseñar un nuevo trofeo, el que está desde entonces en disputa. Pero había una ausencia imposible de disimular: Pelé se había retirado de la selección en 1971. Y aunque hubo un sinfín de pedidos, súplicas y hasta presiones del gobierno, O Rei se mantuvo en su decisión.

El comienzo en Alemania fue difícil, con dos empates sin goles ante Yugoslavia y Escocia. Para superar la serie debía vencer por tres goles de diferencia a Zaire, ya eliminado. Y le costó mucho llegar a esos tres goles.

En Alemania 74, los ocho mejores se dividían en dos grupos de cuatro, cuyos ganadores iban a la final. En esta instancia se notó una mejoría, que llenó de ilusión a los torcedores: venció a Alemania Oriental y luego a Argentina.

El partido decisivo, sin embargo, era ante Holanda, que había arrasado a casi todos sus rivales, salvo un empate sin goles ante Suecia. Claro que Brasil representaba la prueba más exigente hasta ese momento para los holandeses.

Llovió mucho durante aquel Mundial y ese día no fue la excepción. La cancha de Dortumund estaba muy resbaladiza y se prestaba para resbalones y caídas. Y los jugadores de ambos equipos no colaboraron. Los brasileños, de azul, fueron conservadores, como durante todo el torneo, en tanto los holandeses, de blanco, se lanzaron al ataque desde el comienzo. Así, los europeos dominaban, pero los sudamericanos salían rápido cuando recuperaban la pelota.

No había duda que era un choque de grandes futbolistas. Sin embargo, también abundaron los golpes. Un aspecto del cual se ha hablado poco de aquella Holanda es cómo se tiraban a barrer a los pies del rival, en acciones linderas al foul. Y a veces, como esa noche, se pasaban para el lado de la infracción.Los brasileños pegaron más de frente, si cabe la expresión.

Al rato, el intercambio de golpes se había convertido en la norma, con el agregado de agarrones, empujones y algún codazo. El árbitro alemán Kurt Tschenscher (increíble: un juez alemán, cuando el ganador de ese partido jugaría la final contra Alemania...) sacó apenas tres amarillas a brasileños y dos a holandeses.

En ese panorama, Holanda puso más fútbol y así, al comenzar el segundo tiempo, logró la ventaja definitiva, con goles de Neeskens y Cruyff. Al final, el brasileño Luiz Pereira derribó a Neeskens y fue expulsado. Camino al vestuario, discutió con hinchas holandeses que estaban en la tribuna mientras les mostraba su camiseta.

Desde ese día, ya nadie quiso ser Pelé sino Cruyff. Incluso en Brasil, con la tendencia de algunos de sus técnicos por “europeizarse”. Con el tiempo llegarían nuevos modelos de fútbol e incluso Brasil buscó recuperar su identidad. El legado de aquella Holanda, sin embargo, se mantiene. Cuando se habla de “presión alta”, de “achique” o de desmarque, se están manejaqndo recursos que aquel equipo utilizó como ninguno.

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