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Diego Godín honró el brazalete celeste

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Foto: Nicolás Pereyra
Kiko Huesca

SELECCIÓN

Como el gran capitán que es, el zaguero se puso el equipo al hombro y lo empujó hasta lograr el triunfo.

Pase para la derecha, pelota que vuelve al medio, se distribuye para la izquierda, avanza unos metros y vuelve para atrás. Intento tibio de un ataque que se diluye en los pies de un futbolista egipcio. Hasta que el capitán se rebela, siente que el brazalete de alguna manera le está avisando que es necesario hacer algo más, toma la pelota y se manda al ataque.

Y ahí va Diego Godín, con el corazón en la mano; con el corazón de 3,5 millones de uruguayos en la mano. La camiseta está empapada y lo que alguna vez fue el jopo del pelo lo tiene pegado al cuero cabelludo. El cuerpo dice que no es posible otro esfuerzo así, pero a los cinco minutos lo repite. Luego de correr 60 metros con la pelota se la da a un compañero y éste se la devuelve larga, pero él no se da por vencido. Se tira al piso e intenta rescatarla. No puede, pero se lleva la ovación de la gente que está ahí, atrás del arco.

El partido con Egipto sigue 0-0 y Uruguay otra vez está a punto de no poder ganar en un debut mundialista, pero el “Faraón” no quiere permitir que los faraones le roben la ilusión ya en el primer juego.Ya cantó el himno como si la garganta le fuera a explotar, ya gritó, ya gesticuló, ya rezongó a algún compañero porque pasó mal la pelota, a otro porque no hizo el cierre que debía y a otro porque perdió un balón en la salida con el equipo a contrapié.

Ya ganó uno, dos, diez mano a mano. Ya se tiró al piso y realizó varios cierres. Ya enmendó el error de algún compañero que despejó mal el balón. Ya rechazó un montón de pelotas. Y sigue yendo, orgulloso de llevar la cinta de capitán; haciendo sentir orgulloso a cada uruguayo porque él la lleva.

Diego Godín hace un partido maravilloso desde lo futbolístico y desde lo anímico. “¡Dale, dale!”, grita cuando a alguien no le sale algo. Se acerca el final del partido y uno se amarga porque él se merece ganar, pero el fútbol es un juego colectivo. Y va una vez más al área penal, porque sabe que empatar este partido es como perder.

Le queda el balón de frente al arco luego del tiro libre en el caño de Cavani a los 87’, le pega y cuando la pelota va hacia la red da en el “Pato” Sánchez. “¡No bajes los brazos, capitán!”, gritamos todos mudamente. Y sus ganas contagian a José María Giménez, el pichón de Godín, que levanta vuelo por la derecha, saca una falta y aprovecha la gran pegada de Sánchez para cabecear y lograr el gol y darle a Uruguay el triunfo que su capitán se merece.

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