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Una niña demostró que en el deporte la perfección es posible

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Nadia Comaneci

EPISODIOS INCREÍBLES

Hace 45 años y dos días Nadia Comaneci lograba en los Juegos de Montreal el primer 10 de la historia de la gimnasia

Los Juegos Olímpicos, que tendrán un nuevo capítulo a partir de este viernes en Tokio, están llenos de episodios memorables. Pocos como la fulgurante aparición de Nadia Comaneci en Montreal 1976, porque su actuación en las barras asimétricas demostró que la perfección era posible en el deporte. Y la responsable era una niña de 14 años, un metro y medio de altura y poco más de 35 kilos de peso.

Hace hoy 45 años y dos días, la pequeña rumana consiguió el primer 10 de la historia de la gimnasia. Si habrá sido sorpresivo que el tablero electrónico indicador del puntaje no estaba preparado para los dos dígitos, por lo cual se limitó a anunciar “1.00”.

No hubo ningún error en el conteo, porque luego Comaneci volvió a lograr el puntaje máximo en otras seis pruebas. Terminaría conquistando tres medallas de oro, una de plata y una de bronce, que la convirtieron por supuesto en la gran figura de aquellos Juegos. Además, puso la gimnasia ante los ojos del gran público, hasta convertirla en uno de los platos fuertes de cada Juego. Y determinó que muchas niñas en el futuro e incluso en Uruguay, pasaran a llamarse Nadia.

Hoy Comaneci tiene 59 años, vive en Estados Unidos, está casada y tiene un hijo, es propietaria de un gimnasio y se desempeña como una entusiasta difusora de la gimnasia. Entre su aparición olímpica y este presente hubo muchos episodios dramáticos, desde su utilización como emblema del régimen por parte del dictador comunista Nicolae Ceaucescu, su fuga de Rumania y después algunos escándalos en Estados Unidos, más cerca de la leyenda que de la biografía pues ella nunca quiso revelar con detalles todo lo vivido, según se ha relatado ya en estas páginas.
El 18 de julio de 1976, en cambio, solo la conocía el entonces muy reducido mundo de la gimnasia. En el equipo rumano, entrenado por Bela Karoloyi (que se hizo muy famoso también), sabían que tenían una pequeña joya lista para brillar.

Los Juegos de Montreal habían comenzado el día anterior, en medio de controversias y dudas. El presupuesto previsto para la organización por esa ciudad canadiense se fue de las manos y generó una deuda que fue cancelada años más tarde. El magnífico estadio central, por ejemplo, quedó inconcluso pues no pudo terminarse a tiempo una torre que controlaba el cierre del recinto con un techo retráctil. Poco antes de la ceremonia inaugural, varias naciones africanas protestaron contra la presencia de Nueva Zelanda, cuyo equipo de rugby (un deporte no olímpico) había jugado ante Sudáfrica en pleno régimen del apartheid. Y como el Comité Olímpico rechazó la queja, 24 países decidieron boicotear los Juegos. Hasta el deporte uruguayo tuvo su dilema: el equipo de fútbol se había clasificado para Montreal en el Preolímpico de Recife, pero a último momento los dirigentes pensaron que no se podía armar un plantel amateur como para participar y desistieron de concurrir.

El domingo 18 nada de eso estaba en la cabeza de Nadia cuando comenzaron las pruebas gimnásticas. Según relató luego, ella solo quería hacer sus ejercicios. Por supuesto que los había realizado miles de veces antes en los entrenamientos y le salían a la perfección. Pensó que podía ganar una medalla de oro, pero no se hacía demasiadas ilusiones. “Nunca tuve grandes sueños porque si no los conseguía, me sentía decepcionada. Siempre me propuse pequeñas cosas para conquistar”, confesó años después. Eso sí, su propia ingenuidad infantil le quitó los temores: “Fui sin saber qué había afuera del mundo de la gimnasia, por lo que no tenía la presión que tienen los principales atletas antes de las grandes competencias”.

Las pruebas gimnásticas se realizaron en el Forum de Montreal, un estadio destinado al hockey sobre hielo que supo albergar otras competencias deportivas y hasta un recital de los Beatles. La tarde de aquel 18 la llamaron en el lugar 73. Allí se presentó ella con su malla blanca decorada con los colores amarillo, azul y rojo de la bandera rumana en las tres tiras de la marca Adidas; el pelo recogido en un moño y un cerquillo sobre los ojos. Repasando el video, no se advierte rastro alguno de nerviosismo.

Respiró hondo un par de veces, corrió unos metros, saltó desde el trampolín y comenzó una rutina con movimientos que parecieron lo más natural del mundo. Las piernas perfectamente alineadas, los giros exactos, el cuerpo siempre obediente. Según los manuales de la especialidad, los ejercicios sobre estas barras “deben fluir de un movimiento a otro sin pausas, balanceos de sobra o apoyos de más”. Y ella hizo exactamente eso.

Se sabe que el deporte evoluciona en forma permanente, producto de la mejora de los métodos de entrenamiento, incluso de su mayor rigurosidad. Por eso, si se compara a aquella Nadia con las gimnastas que vinieron después y completaron la evolución del ejercicio, no causará sorpresas, pero en su día representó un verdadero asombro. Unos años antes, las pruebas en las barras eran verdaderamente rudimentarias.

Después de 20 segundos, Nadia se soltó de la barra más alta, giró sobre la más baja y emprendió un vuelo de décimas de segundo, para caer parada y con los brazos en alto, inmóvil como una estatua.

Los jueces dieron su puntaje, que se sumó y dio el famoso 1.00. El público y ella misma dudaron unos segundos, pero después todos comprendieron que se trataba de un diez. Y la ovación retumbó en el Forum. “Yo no era de las que miraba el marcador inmediatamente después de una rutina, pero recuerdo que hubo un increíble ruido”, recordó.

La gimnasta más famosa antes de Comaneci era la bielorrusa Olga Korbut, quien en Munich 72 encantó al público, aunque en las barras asimétricas hizo un movimiento en falso y cayó, lo que la hizo llorar desconsoladamente. Nadia, en cambio, era imperturbable como una cautivante muñequita a cuerda

En los días siguientes reiteró la hazaña: registró dos 10 en los ejercicios opcionales por equipos el 19 de julio, otros dos en la competencia de ejercicios combinados individuales el 21 de julio y dos más en la final de aparatos individuales el 23 de julio. Sumaba medallas y medallas, pero se limitaba a sonreir como si apenas hubiera tenido un sote en el cuaderno, quizás más contenta con una muñeca que le regalaron que con la medalla de oro que colgaba de su cuello.

El ser humano es por definición imperfecto, pero en los campos del deporte hay lugar para la perfección. Lo probó una niña, hace ya 45 años y dos días, en los Juegos Olímpicos.

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