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Estuvo al borde de la muerte, recibió un trasplante y ahora es campeona de atletismo

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Tatiana Narváez. Foto: Suministrada por Tatiana Narváez

EN PRIMERA PERSONA

La colombiana Tatiana Narváez cuenta cómo un "ángel" donador de órganos le salvó la vida y le dio otra oportunidad.

El 10 de febrero de 2014, luego de una prolongada cirugía a la que fui sometida en la clínica Cardioinfantil de Bogotá, volví a nacer. Ese día comenzó mi segunda oportunidad de vida y quedaban atrás años de angustia y de desespero. Sí, en muchas ocasiones me acompañó la tristeza por pensar en un desenlace fatal, pero una lucha frenética, la fe y el deseo de estar aferrada a la vida, cambiaron mi destino.

Fue un milagro. Gracias a la aparición de varios ángeles y la labor profesional de un grupo de médicos hoy puedo contar mi historia con la intensión de promover y ser una de las voces de apoyo para aquellas personas que están en la extensa lista de espera de un donante de órganos.

Soy Tatiana Narváez, nací el 27 de enero de 1987 en Pivijay, Magdalena, crecí y he vivido mucho tiempo en Bogotá, tengo 32 años, pero en realidad acabo de cumplir 5 años de mi nueva vida, al recibir el hígado de un donante. Gracias a ese generoso detalle pude dejar atrás mis días más críticos, en los cuales la muerte se me acercó con insistencia y me trató de empujar al abismo.

Ahora soy una persona normal, tengo mejores hábitos de vida, vivo desde hace dos años en Cartagena y me convertí en campeona de atletismo al ganar cuatro competencias en los Juegos Latinoamericanos para Deportistas Trasplantados, que se cumplieron el año pasado en Salta (Argentina).

Un mal diagnóstico

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Todo comenzó cuando me empecé a sentir mal de salud y acudí a una cita médica. El 29 de septiembre de 2014 me dijeron que tenía una esperanza de vida no mayor a dos años, es decir, que comenzaba mi cuenta regresiva. Y no fue fácil afrontar y asimilar esa devastadora noticia.

Si bien todos debemos morir, en estricto cumplimiento de la ley de la vida, uno nunca se imagina saber, más o menos, el tiempo que le queda para tratar de hacer lo que nunca se ha hecho, pero aún peor, cuando la salud se deteriora y no se puede hacer nada y en muchas ocasiones es mejor pensar en que se acabe el sufrimiento y ya.

Pero no, la terquedad siempre está ahí, de aliada y hasta de confidente. Claro que mi mayor preocupación en ese momento no era lo que me pasaría, sino más bien qué ocurriría con mi familia, cuál sería su destino. Son pensamientos que llegan cuando todo parece estar nublado y el ánimo está por el piso, con los brazos abajo.

Y me sentía mal, porque mi idea, luego del sacrificio que hicieron mis padres por darme educación, era devolverles en parte ese favor y mejorar su calidad de vida y en ese instante lo veía muy difícil cumplir ese deseo.

Cinco meses tardó la parte médica, debido a las maromas administrativas que tiene nuestro sistema de salud, en hacer el diagnóstico que sentenciaba mi vida. Luego fueron casi dos años en los que me sometí al desgastante proceso. Muchas veces caminé entre la desesperanza. Claro, verte postrada en una cama de una clínica sin poderte valer de sí misma, con tu cuerpo inflamado y lleno de cables por todas partes y prácticamente viendo el rostro de la muerte del otro lado, no ofrecía el más mínimo optimismo. Así me sentí una vez que salí de una biopsia que me practicaron en el Instituto de Cancerología en Bogotá. Fue uno de mis perores días, pensé que llegaba el fin.

Una corte de ángeles.

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Tatiana Narváez. Foto: Suministrada por Tatiana Narváez
Tatiana Narváez. Foto: Suministrada por Tatiana Narváez

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Pero los milagros existen y mi caso es uno de ellos. Debo reconocer que tuve mucha fortuna. Gracias a Dios, a la presencia de ángeles, como llamo a mi donante y a los médicos que estuvieron al frente de mi enfermedad, se dio paso a paso mi salida de la oscuridad.

Primero fue el médico Claudino Botero, hepatólogo de la Fundación Cardioinfantil, quien luego de analizar mi enfermedad me dijo que sí había una oportunidad de vida, una luz de esperanza: la puerta de salida a ese oscuro laberinto era un trasplante de hígado.

El tumor que tenía no era cancerígeno como inicialmente me habían diagnosticado, pero la única manera de salvar mi vida era con un nuevo órgano. Nunca supimos cómo apareció el tumor, esa anomalía en el hígado, pues no había antecedentes familiares ni tampoco sufrí de hepatitis o enfermedades hepáticas. Cosas de la vida, una lotería.

Y lo segundo fue el corto tiempo de espera por el órgano. Tuve la ventura de contar con un donante en menos de dos meses, cuando ya se me acababa el tiempo de vida y tenía prácticamente las horas contadas. Sé que muchos pacientes tardan muchos meses o incluso años a la espera de esa anhelada llamada salvadora.

La llamada más esperada.

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Recuerdo que marcaron a mi celular en la noche del 9 de febrero de 2014. Estaba viendo televisión. Lo escuché, pero no lo contesté, no sabía dónde lo había dejado. Enseguida me llamó mi papá a la línea fija para decirme que me estaban buscando con urgencia de la Cardioinfantil, porque había aparecido un posible donante.

Fue emocionante, es el mismo sorteo de la lotería, pero con el número del billete ganador. Eso aún no aseguraba nada, pero igual, era un destello de vida.

Luego de la verificación por parte de los médicos de que el órgano era compatible con mi cuerpo, a las 3 de la madrugada del 10 de febrero, es decir, en cuestión de horas, ya estaba en la sala de cirugía. El procedimiento fue de urgencia. El trabajo del cuerpo médico, al frente del doctor Gilberto Mejía, puso toda su capacidad profesional para sacarme de ese triste episodio y gracias a ellos, y claro, al donante y a su familia que me permitió contar con el hígado sano, es que sigo acá, luchando.

Por ley, no se permite conocer la identidad y la procedencia del donante, pero lo que solemos hacer los que recibimos un órgano es escribirle una carta a su familia. La clínica o el centro médico es el encargado de hacerle llegar esa comunicación ya que no hay ningún tipo de contacto. Lo único que sé es que mi donante era un muchacho más joven que yo y vivía en Cali. En el mensaje les dije que siempre estaré muy agradecida porque gracias a ese gesto tuve esta segunda oportunidad de vida. Una parte de él me acompañará por siempre, es decir, que seremos dos.

Esa dura etapa de la vida la sobrellevé también gracias a la compañía de mis seres queridos, de Martijn, mi esposo (holandés), de mis padres, Sílfide y Alirio, y mis hermanas, María Isabel y Paola. Nunca me abandonaron y me dieron el ánimo para seguir adelante. Con Martijn nos casamos hace cinco años, precisamente el tiempo que llevo de mi nueva fecha de nacimiento. Duramos tres años de novios y su apoyo en ese duro periodo en el que me vi, como se dice, en las últimas, y en el que me estrellé contra el mundo, con la realidad, fue una prueba de amor.

Se abrió la puerta del atletismo.

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Tatiana Narváez. Foto: Suministrada por Tatiana Narváez
Tatiana Narváez. Foto: Suministrada por Tatiana Narváez

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El tiempo de recuperación, después de la intervención, fue de más o menos un año. Tuve algunas recaídas, pero no fueron de gravedad. Después de ver la luz al final del túnel, creí que ya estaba todo superado.

Entonces, en mi afán de recuperar el tiempo perdido, quise muy rápido normalizar mi vida. Ya con mi título de abogada de la universidad La Gran Colombia, previamente alcanzado antes del percance de salud, comencé la especialización en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario. Antes, ya había trabajado en la Corte Suprema de Justicia, pero ahora quería hacerlo todo como en un abrir y cerrar de ojos.

Luego me di cuenta que debía ser muy precavida y ponerle un alto a esa vida tan frenética. Tenía que tomar las cosas con calma para aprovechar lo máximo esa nueva luz; entonces decidí mejorar mis hábitos y darle un espacio al deporte para mejorar mi condición física y mental. Y fue una gran decisión haber comenzado a practicar el atletismo.

Inicialmente lo hice por salud, por entretenimiento, como para comenzar un nuevo estilo de vida, pero conocí la Asociación Colombiana de Deportistas Trasplantados (Acodet), que dirige la médica Alejandra Martín. Supe que había atletas que pertenecían a esa familia y competían en el alto rendimiento. u2018¿Si ellos lo hacían y lograban ser campeones en el deporte que practicaban, porque yo no podía?u2019, me pregunté.

Cuatro medallas de oro.

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Y sí, querer es poder. Comencé sin mayores pretensiones. Aún tenía ciertos temores. Sin embargo, la parte mental fue determinante. Luego de entrenar con juicio y hacer varias competencias de preparación, bajo la orientación del profesor Edwin Vargas u2013director deportivo de Acodet- comencé a alcanzar objetivos. Nunca practiqué deporte en el colegio, fui siempre sedentaria y el ejercicio físico nunca fue mi prioridad, pero luego de empezar a correr me di cuenta que el atletismo se había convertido en una pasión.

Mi primera competencia oficial fue la 10 K Nike y fue emocionante. Antes lo había hecho en otras carreras a manera de preparación. Luego la Acodet organizó unas eliminatorias para escoger la selección nacional que representaría al país en los IX Juegos Latinoamericanos de Salta (Argentina) y alcancé mi cupo.

Allí, a finales de octubre y comienzos de noviembre del año pasado, en territorio argentino, me colgué cuatro medallas de oro: en los 400, los 800 y los 1.500 metros y otra en los 5 kilómetros, que es mi especialidad. Fue un orgullo poder levantar la bandera nacional en esa competencia, una cita en la que Colombia, con 16 deportistas y 32 almas, logró una histórica actuación frente a 400 deportistas trasplantados de México, Chile, Paraguay, Brasil, Uruguay, Ecuador, Argentina y España, que fue país invitado.

Por la dorada en Newcastle.

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Tatiana Narváez. Foto: Suministrada por Tatiana Narváez
Tatiana Narváez. Foto: Suministrada por Tatiana Narváez

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Ahora, a la par de mi trabajo independiente como abogada, entreno seis días a la semana para lograr mi mejor forma de cara a mi objetivo de la temporada que es conseguir un cupo los Juegos Mundiales para trasplantados que se llevarán a cabo del 17 al 24 de agosto en Newcastle (Inglaterra), en donde tendré como objetivo alcanzar la medalla de oro en los 5 k.

Mi entrenamiento se enfoca hacia esa prueba de fondo, pero a futuro quizá dé el paso hacia un triatlón. También entreno natación y ciclismo.

Sé que nosotros como deportistas trasplantados debemos tener cuidados especiales, principalmente relacionados con los medicamentos que hay que tomar de por vida, pero igual, nos consideramos personas normales.

Allí, en estas competencias mundiales, se celebra la vida y también se les rinde un homenaje a los ángeles donantes. Es un momento de nostalgia, pero también de alegría y agradecimiento.

Finalmente, el mensaje que quiero entregar a los que están en lista de espera de un órgano es que por más oscuro que se vea el panorama siempre habrá una esperanza, la fe es muy importante.

Debemos pensar que al donar salvamos vidas y se cumple con una misión que reconforta. La gente debe tomar conciencia, ojalá aparezcan muchos ángeles salvadores para aquellos, que como yo, recibimos un enorme obsequio: la prolongación de la vida.

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