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El día que un ciclista con piernas de león hizo aflorar el orgullo de ser uruguayo

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Dorado. Wynants brilló en los Juegos Panamericanos. Fotos: Fernando Ponzetto/R. Figueredo

TESTIMONIO

Aquel 20 de septiembre de hace 20 años será imborrable para los que fuimos testigos de la medalla de plata ganada por Milton Wynants en Sídney.

Lo confieso seguido, a todo el que quiera escuchar: los Juegos Olímpicos me conmueven de una forma especial. Quizás porque valoro el enorme sacrificio que hacen los deportistas uruguayos por ir a competir contra los dioses del deporte. Quizás porque me identifico con el espíritu que invade a la competencia fuera y dentro de ella. O, quizás, porque pude ser testigo de un acontecimiento único.

El 20 de septiembre de 2000 lo recuerdo como si fuese ayer. Rodeado de periodistas españoles, rusos, italianos, británicos y muy cerca de los fotógrafos, casi en el final de la línea de pupitres destinados a los medios, perdí el control que debe tener un periodista. Sí, lo hice. No estuvo bien. Pero ocurrió. Me crucé delante de algunas cámaras, me gané insultos, pero estaba feliz de la vida con lo que había logrado ese ciclista de corazón gigante, con piernas de león y alma de guerrero charrúa.

Parecía que iba a terminar con el bronce, pero cuando las pantallas del velódromo revelaron que Milton Wynants se colgaría la presea de plata fue como una invitación al baile en plena tribuna.

Llegó como un ilustre desconocido para el mundo y con poca expectativa. A nadie se le ocurría decir -ni a los de adentro ni a los de afuera- un “ojo con este”. Por eso verlo correr, embalar para meter un zarpazo fenomenal ante los candidatos fue mágico e inolvidable.

Tras 20 años, de nuevo, muchas gracias por aquel día, Milton.

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