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El bronce de Juancho De Posadas

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Juancho de Posadas
Archivo El Pais

El surfista cuadrapléjico volvió a correr olas, vive solo y trabaja en el campo.

Demasiado mediático me he vuelto últimamente; no estoy acostumbrado", reconoce Juan Martín De Posadas. "Es que tuve la suerte de poder competir para Uruguay en un Mundial de Surf adaptado y me fue muy bien. Y vinieron muchos reconocimientos", explicó el surfista que obtuvo la medalla de bronce en la categoría Assist del primer mundial de Surf Adaptado, organizado por la ISA (International Surfing Association), que tuvo lugar en California.

"Representar a Uruguay para mí ya fue alucinante. Y después tenía un poco de miedo porque era la primera vez que competía en surf adaptado, un desafío muy grande. Lo único que sabía era que iban una cantidad de países, pero no tenía ni idea de cómo era el nivel del resto. Mi ilusión era no volverme en primera fase", contó "Juancho" sobre la competencia en la que participaron 69 deportistas y 14 en su categoría. "Nos dividieron en cuatro categorías según la lesión. Mi categoría era la de los lesionados cervicales".

"Juancho" utiliza una tabla con coderas porque compite acostado. Y necesita dos personas que lo asistan. "Una persona te empuja en la ola porque al no tener abdominales no podemos remar. Y luego te tienen que llevar de vuelta. Iba a viajar con dos personas, pero fuimos sólo dos y por suerte, una gente de Mar del Plata, que también estaba participando, nos dio una mano bárbara", contó agradecido.

En realidad De Posadas viajó con una tabla con motor, pero cuando llegó vio que la mayoría de las tablas no lo tenían y decidieron no usarlo. "Es mejor con motor porque nos da más independencia, lo único que necesito es que me suban arriba de la tabla y nada más. Es muy disfrutable".

"Juancho" tuvo el accidente hace diez años, el día en que cumplía 30 años, y demoró más de dos años en volver a surfear. Increíblemente, no tuvo miedo. "Me sentí bárbaro, una alegría inmensa. Miedo poco, salvo cuando pasa muchísimo tiempo entre ola y ola y te ponés a pensar si no te golpeará otra vez. Pero me pasó muy pocas veces por la cabeza; puede más el volver a disfrutar de algo que me encanta. Eso superó el miedo".

Cuando tuvo el accidente que lo dejó cuadrapléjico y en el que salvó su vida de milagro, le faltaba poco para terminar la carrera de técnico agropecuario. Es que su padre le había dicho que sin un título no pasaba la tranquera y él quería trabajar en el campo.

Aquel día surfeaba en Punta Colorada. Estaba con tres amigos: dos estaban durmiendo en la camioneta y el tercero sufreaba más adentro y nunca lo vio. Tomó una ola y se dejó caer porque no valía la pena y sintió un puntazo. "Aparentemente, ya tenía lesionada la médula de un golpe anterior y no lo sabía. Me había hecho mierda contra un banco de arena en una desembocadura y se me aflojaron varios dientes. El agua estaba marrón y no me di cuenta que estaba tan bajo. Después de eso empecé a perder distancia para el fútbol, pero no lo asocié con eso. Se ve que cuando caí otra vez, terminé de romper. Sentí como una electricidad en todo el cuerpo y cuando pasaron 30 segundos me di cuenta. Quería mantenerme a flote para que alguien me viera".

Trataba de sacar la cabeza, pero lo tapaba la ola y tragaba agua hasta que sintió la arena y una persona lo vio. Le pidió que le diera una mano, que lo agarrara de la nuca y lo sacara. Y que fuera a llamar a sus amigos. "Les pedí que llamaran una ambulancia y a mis viejos. Estaba seguro que había roto la médula porque no podía mover nada del cuerpo. Fue el agua que me sacó", contó.

"Me desperté con caños por todos lados y me daban de comer por la nariz con un tubo. La primera semana estaba con el respirador y no podía hablar. Los médicos me dijeron que sólo iba a poder mover un dedo y que iba a usar respirador siempre. Enseguida hice el click y pensé que más abajo de lo que estaba era imposible, que todo lo que viniera iba a ser para arriba".

A los diez días se arrancó el respirador. Se lo arrancó tantas veces que los cansó. "Al final me preguntaron si podía respirar y me hicieron una traqueotomía que al menos me permitió volver a hablar".

Su gran fuerza de voluntad, su espíritu y las ocho horas de fisoterapia que hizo por día durante cinco años, mejoraron las cosas. "Los primeros años fueron los más difíciles porque se te complica agarrar tu cuerpo. Después de ocho meses en el hospital, volví a vivir a lo de mis padres. Fue como una marcha atrás, pero no tenía más remedio. Al principio no levantaba ni un brazo, no podía ni subirme a la silla. Creí que iba a ser definitivo, o que el proceso iba a demorar un poco más, pero a los dos años volví a vivir solo, al principio con mi novia y ahora solo".

Hoy trabaja en el campo de la familia. "Volví al trabajo en una camioneta acoplada. Somos criadores de ganado ovino y bobino. Hoy hay alrededor de 700 madres pariendo. Y tenemos una parte arrendada a agricultura y otra a forestación", explicó. "Y tengo diferentes tipos de gallinas, chanchos y una buena huerta. No soy mucho de las computadoras, ni de leer. El campo me ayudó muchísimo", admitió.

Ahora tiene una montura acoplada que le permitió volver a subirse a un caballo. "No puedo pasar del paso, pero no me importa. Es otro disfrute, el caballo es una sensación de libertad, de estar en la naturaleza".

Juancho es consciente que su situación económica le facilitó mucho las cosas. "Lo veo en el equipo de rugby en sillas de ruedas donde juego. Somos 14 0 15 y hay gente con mucha más garra que yo, pero están limitados por el tema económico. Más en el Uruguay. La tengo clarísima y por eso siento la obligación de dar una mano desde la posición en que estoy. Ayudo en lo que puedo. Desde las charlas que doy y siempre dono, hasta lo que sea".

Un buscavidas sin título que sigue persiguiendo la felicidad

Juan Martín es el segundo de cuatro hermanos: dos mujeres y dos varones. “Están todos recibidos y yo no. Todos hablan dos o tres idiomas y yo no. Pero sacando eso, somos parecidos”, dice riendo. “Hice de todo. Me fui de mi casa cuando tenía 20 años, estudié derecho, tuve un bar, vendí teléfonos, hice vestuarios en El Espectador, aunque eso de atrevido. A los 26 me fui a vivir a Paysandú, trabajé para Norteña, tuve una cancha de fútbol 5 y puse otro bar. Viajaba mucho porque con los bares trabajaba seis u ocho meses y luego viajaba. Recorrí todo América, parte de Europa, Sudáfrica, Australia. La verdad no puedo quejarme para nada. Al contrario, tengo que agradecer muchísimo”.
Asegura que su vida no cambió mucho después del accidente, sigue buscando la felicidad como cualquiera. “Quizás la búsqueda sea un poco más intensa porque van pasando los años, pero nada más. De afuera parece que le pongo mucha garra a todo esto, pero lo único que hago es buscarle la vuelta para ser un poco más feliz cada día. Y tratando de molestar lo menos posible”, aseguró.

“Hoy con 40 años tengo mi trabajo, vivo solo y me puedo seguir dando algunos gustos. Como viajar, aunque antes agarraba una mochila, la tabla y me iba. Si me faltaba una remera o un short compraba por ahí. Hoy tengo que llevar una silla de baño, sondas, tengo que ir con otra preocupación. Es más programado que antes, nada más”.

Se enamoró del surf a los 15 años

Cuando tenía 15 años, “Juancho” conoció a Alfonso Rey, que era el novio de su hermana mayor, y él lo introdujo en el surf, deporte del cual se enamoró enseguida. Gracias a Rey también conoció Cabo Polonio, donde sigue veraneando hasta hoy. “Ahí empecé a surfear, al principio era solo surf de verano, pero cuando crecí y tuve un bar, tenía otra independencia que me permitía viajar y ser surfista de todo el año. Viajaba a los lugares donde había olas. El surf es algo adictivo, una vez que te paga...”, admitió. “Aunque también tiene sacrificio. Los trajes de antes eran muy costosos y no te mantenían el calor como ahora. Y te quedaban una ampollas terribles de remar. Hoy entrás a internet y sabés qué día de la semana va a haber olas, de qué tamaño, dónde y cuándo. Y los trajes son maravillosos”.

“La mujer está más avanzada”

Cuando tuvo el accidente “Juancho” estaba sin pareja, pero la tuvo después. Es más, cuando volvió a independizarse de la casa de sus padres tras el accidente, se fue a vivir con su novia. “En ese sentido la mujer está mucho más avanzada que el hombre. Y no le da mucha bola a que la otra persona esté en una silla de ruedas”, contó sobre su experiencia. “Los hombres son más tímidos, más asustadizos y me parece que no les da para encarar a una chica en una silla de ruedas por más que le guste. Mi experiencia en estos diez años es que la mujer no le da bola a esas cosas”, reafirmó.

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