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Animal Lavandeira: una ultramaratón en el infierno

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Portugal. Lavandeira subió y bajó entre centenarios pueblitos de calles y casas de piedra.

Con insolación, fiebre y un pie agrietado, corrió 56 horas en Portugal: salió 4°.

El "gaita" que atendía el barcito de la Gran Vía y San Bernardo, corazón de Madrid, entró en confianza con el parroquiano que durante dos días cruzó desde el Hotel Sterling, una vez a la mañana y otra por la tarde, sólo con el fin de pasar el rato.

"Fue durísimo, primero terminó un argentino, que vive en Málaga y está adaptado al calor y al terreno, que son muy parecidos porque la zona de Portugal donde se corrió no es muy lejana; segundo fue un español de Barcelona, que también entrena en lugares similares; y terceros salieron dos hermanos portugueses que corrieron juntos y, como viven en Isla Madeira, el clima no los afectó para nada; el mayor problema fue ese: yo puse 56 horas, con dos días de calor asesino, arriba de 40 grados, y la única forma de prepararme fue ir un mes, todos los días, al baño turco del Centro de Protección de Choferes: empecé aguantando 5, después 10, y pude estar hasta 40; pero el calor de Portugal me afectó, fue impresionante".

Abandonos.

Entre refrescos y cafés, el cliente contó que iba al barcito porque el cuerpo no le daba para salir con su esposa e hija a los paseos que un amigo le había aconsejado: El Escorial, Toledo, Segovia, Ávila…todo para ir y venir en el día desde la capital de España.

"Largamos cincuenta y pico, y llegamos veinte y pocos; pero una parte de la dificultad de la carrera de 281 kilómetros que hay que hacer en 66 horas como máximo, está en eso; no te ponen un río de por medio para cruzarlo, pero las empresas que las organizan buscan que sean lo más complicadas posible; cuanto más atletas abandonen, para ellas es como mayor mérito. Hacen todo con altísimo nivel: por ejemplo, el mediodía previo a la largada, que era a las seis de la tarde, había un almuerzo buffet, con pastas, carnes asadas y ensaladas; pero cómo sería la cosa que muchos nórdicos abandonaron antes de largar, porque vieron que no iban a bancar ese calor al que ellos no están acostumbrados".

Charla va, charla viene, el parroquiano le comentó al "gaita" que era uruguayo, y que liberó a la familia para que disfrutara, pues ninguno de los tres había ido antes a España, pero él apenas si podía caminar como para cruzar la calle: imposible salir juntos, como tenían pensado.

"Fui 34 horas primero, y no lo podía creer, porque eran muchísimas subidas y bajadas, a lo que no estoy acostumbrado. En la carrera había siete puestos de hidratación, y cada uno estaba al pie de un castillo, en pueblitos antiguos, de casas y calles de piedra, y no más de 100 o 200 habitantes; fantástico, fascinante, pero…sólo la subida hasta uno de esos castillos me llevó dos horas trepando".

Liquidado.

El hombre de atrás del mostrador escuchaba el relato. Tal vez se asombrara, y hasta desconfiara; pero con miles de turistas de todo el mundo pasando cada día por la Gran Vía y San Bernardo, eso era parte de su trabajo.

"Yo sabía lo del calor, pero no pensé que el segundo día se me iba a hacer tan largo, porque en 9 horas no había un puesto de agua; me deshidraté, me insolé, me afiebré, y me quemé un hombro y una oreja, pero…mal. Pensé que iba a llegar entero a enfrentar la segunda noche, pero llegué malherido: me dolían los ojos, la cabeza y, en vez de que la noche me rindiera, se me hizo eterna. Igual, llego a la segunda mañana, cargo siete litros de agua y, con rodo ese peso, arranco; pero la deshidratación me había agrietado la planta de un pie y me dolía, mal…ya me había pasado el argentino, esa noche me alcanza el español, y a eso de las seis de la tarde siguiente, cuando iban unas 45 horas de carrera, ya no me daba cuenta de nada, estaba liquidado. Al final llegué cuarto, puse 56 horas y el ganador 49, aunque yo tendría que haber puesto 53, porque perdí como tres por ayudar a un portugués (ver nota aparte) que antes me había dado una mano bárbara; pero le gané al americano, a varios españoles y a muchos portugueses, todos con un nivel impresionante".

Mentiras.

En dos días el "gaita" supo que el cliente que cruzaba desde el hotel llegó a Madrid después de correr una ultramaratón de extrema dureza: la "PT281" en Portugal; pero a la tercera mañana, cuando el "habitué" no volvió, ni lo habrá notado y siguió con su trabajo: "De repente me escuchaba sólo porque era muy amable…y hasta debe haber pensado: Este loco me está c…. a mentiras!, ¡qué va a correr 280 kilómetros, día y noche entre el polvo y las montañas, a más de 40 grados!; pero…ta, empecé a recuperarme y pude salir a pasear con la familia; al menos podía caminar un poco más que para cruzar la calle".

El "loco" había dicho la verdad; si es cierto que "el hombre es un animal de costumbre", la de Aníbal Lavandeira a los 47 años es correr en condiciones de extrema dureza: así, en noviembre de 2015 corrió 230 kilómetros sobre la arena de la costa de Rio Grando do Sul y ganó la Ultra Race de Cassino, lo que le valió que lo invitaran a participar este año en la prueba de 281 que unió Belmonte y Proença a Nova, en Portugal; y su mente ya está deshojando la margarita para 2017, pues en junio están los 285 de la Milano-Sanremo y el 1° julio el Mundial de 24 horas en Irlanda. Después de todo, es un "animal", no tiene poderes sobrehumanos.

El síndrome del sueño: "¡Por favor, no me aprietes el botón!"

Aníbal Lavandeira pudo haber salido tercero, empleando tres horas menos de las que puso para unir Belmonte con Proença a Nova.

Sin embargo, el uruguayo no se lamenta por el motivo del atraso: "Faltando15 kilómetros, atrás mío venia un portugués, yo sentía los pasos de él, pero se desmaya y se cae. Le digo: ¿Qué te pasa, y me contesta: Me dormí. En los ultramaratonistas está el síndrome del sueño, a uno le viene sueño y se duerme, de golpe…yo lo he visto mucho en la pista: tipos que vienen corriendo, y caen para el costado, dormidos en el pasto, como si nada. Así que le tiro agua en la cara y le digo: Vamo arriba que ya faltan 12 kilómetros…te hiciste 260 y pico, ¡no te vas a quedar por 12! Sí, sí, ya voy, que ya voy, me decía… ¡pero... se duerme de nuevo! Y con él me había pasado algo especial, yo no podía dejarlo".

Lavandeira explica que "la organización da un GPS que va marcando el camino, pero en el kilómetro 60 pierdo la señal y quedo en medio de la nada, en plena madrugada. Veo la lucecita de este portugués y le digo: ¿Te animás a arreglarme esto?. En vez de decirme, j….porque yo iba primero y él segundo, me lo arregla. Al rato me pasa lo mismo, le pido de vuelta y me dice: Seguíme a mí y al llegar al próximo castillo hablás con alguien de la organización; y me lo arreglaron. El loco me había dado tremenda mano, no podía dejarlo…era un lugar muy desolado; pero se levanta y otra vez se desmaya…y se empieza a lastimar. A vos te dan un botón de alarma, si querés abandonar, lo apretás y te vienen a buscar. Quedás eliminado, pero te llevan. Él me decía: "Por favor, no me aprietes el botón, quiero llegar". En eso llegamos a una casa abandonada y le digo: Quedáte acá, voy a la llegada, abrazo a mi hija y a mi esposa, vengo con la camioneta, y te acompaño a llegar, así sea mañana de mañana. Me dijo: Andá tranquilo, y se acostó a dormir. Cuando llegué a Proenza a Nova, el ya estaba, sentado, muerto, y la hermana y la señora armando un escándalo, gritando que lo tenían que haber hecho abandonar antes. Y nos abrazamos".

Portugal. Lavandeira subió y bajó entre centenarios pueblitos de calles y casas de piedra.
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Aníbal Lavandeira. Foto: Alcides Zapico.

ATLETISMOJORGE SAVIA

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