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¿Cómo hacen para vivir?

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Colas. Las largas filas para entrar al Bicentenario donde los productos son subsidiados.

VENEZUELA

La absurda relación entre los salarios y el costo de vida en Venezuela

Garzón, uno de los supermercados más grandes de la ciudad, estaba semivacío el lunes y también el martes, días feriados por Carnaval. Hubo un poquito más de gente ayer. Cuando uno entra a indagar lo que gana la mayoría de los venezolanos -al menos en Barinas- y lo que salen los productos, la pregunta se cae de maduro: ¿Cómo hacen para vivir?

“Yo gano 5 dólares al mes. El régimen es trabajar 7 días de corrido, a veces 14, y librar la siguiente semana. Cuando estoy en el comando me dan todas las comidas y ahí no gasto dinero, pero le tengo que dejar a mi señora y a mi hijita de un año algo para comer. Tenemos que hacer maravillas para vivir”, cuenta José, el único policía que se animó a hablar (estando solo), pero se excusó de responder sobre la situación en general y si conocía compañeros que se hubieran rebelado contra el gobierno.

En el Garzón un kilo de arroz cuesta casi un dólar, un kilo de fideos sale algo menos de dos dólares. Hagan cuentas.

Voz baja, cara de bueno y jovencito. José tiene 24 años. “No queda otra que agachar la cabeza y seguir trabajando”, me dice mirándome a los ojos. Y agrega: “Yo compro en el mercado Bicentenario”.

El mercado Bicentenario es uno de los lugares que vende productos de la canasta básica subsidiados por el estado. Eso provoca que los precios sean más bajos, aunque unos pocos solamente, como el arroz y el aceite. ¿Cuál es la contra? Las largas colas que hay que realizar y el tiempo de espera para poder ingresar.

Ayer, junto a una persona de seguridad del hotel Eurobuilding y su señora -que fue la que manejó una pequeña camioneta- fuimos a Sabanata, a conocer el pueblo donde nació Hugo Chávez.

En el hotel percibe 30 dólares mensuales por ocho horas diarias. Me cuenta que es opositor al gobierno y que su mujer trabaja en el gobierno de Barinas, un estado que históricamente es chavista y que actualmente es gobernado por Argenis Chávez, hermano de Hugo. Igualmente, la diferencia ideológica que tienen no es motivo de discusiones.

Ella, pese a trabajar en el gobierno y ser una de las responsables del área de viabilidad y obras de la ciudad, gana apenas 5 dólares mensuales. Los que están a cargo suyo ganan 4 dólares. Aunque ella me aclara que los funcionarios del gobierno de Barinas reciben una canasta básica. Y cuenta que todos los empleados en Venezuela reciben una especie de bono alimentación, pero que actualmente “nosotros dos juntamos nuestro bono y no llegamos a comprar un kilo de arroz. Antes tirábamos 15 días sin tocar nuestro salario”.

Venta callejera. Al costado del camino hay puestos de frutas y verduras a precios bajos.
Venta callejera. Al costado del camino hay puestos de frutas y verduras a precios bajos. Foto: Juan Pablo Romero

Ella es muy atenta y simpática y señala que “pese a trabajar en el gobierno de la ciudad soy autocrítica y sé que hay cosas que no están para nada bien”.

La mujer afirma que tiene dos hermanos, uno en Chile y otro en Estados Unidos, y que con ellos armó una pequeña empresa mediante la cual trae productos del extranjero para vender porque le es bastante más redituable respecto a lo que gana en el gobierno.

Venta callejera. Al costado del camino hay puestos de frutas y verduras a precios bajos.
Foto: Juan Pablo Romero

Alejandro, un periodista venezolano que continúa en el país, gana al mes 150 dólares. “Soy consciente que tengo un buen salario para la situación que estamos viviendo, pero sólo da para comer y comprar alguna cosa. Una salida al parque con mi hijo es una salida de lujo que no siempre la podemos hacer. Trabajo en varios lugares y lo que me da más dinero son los trabajos que realizo para una página del exterior. La mayoría de los colegas ganan apenas 20 o 25 dólares al mes, por ejemplo los los diarios”.

Por otro lado, Enrique -que le realiza el mantenimiento en un comercio grande- gana 28 dólares al mes “pero también le doy una mano a la utilería de Zamora a cambio de ropa”.

Seguimos y por el camino observo varios puestos de venta de alimentos, humildes y contra la ruta. Algunos vendían bananas, otros berenjenas, papás o boniatos. “Hay mucha gente, los que tienen la posibilidad de tener un medio de transporte, que se vienen desde Barinas a comprar acá, ya que le gente los produce y los pone a la venta baratos”.

Me bajo, saludo a una mujer y a una niña pequeña y les pregunto cuánto cuesta el kilo de papas. No llegaba ni a un tercio de dólar.

De nuevo en Barinas, pido ir al abasto Bicentenario del que me había hablado José. Es el único momento del viaje en el que los que me llevaron a Sabaneta no me acompañan. Es que no se podía estacionar.

Veo los precios que están en un cartel (obviamente en bolívares): cerca de un tercio de dólar el kilo de fideos subsidiado, al igual que el arroz; dos litros de leche por un tercio de dólar; el aceite tres cuartos de dólar; el azúcar un cuarto de dólar y los granos (lentejas, choclos, arvejas) son inalcanzables por su costo.

Quiero entrar a sacar una foto pero hay un grupo de cuatro policías que me advierten que no se puede. Tomo un par de imágenes desde afuera y empiezo a grabar un video para mostrar una fila de unas 25 personas que esperan para entrar. Se me acercan tres policías y con un tono alto y de pocos amigos me preguntan si estaba grabando, que es ilícito, y me obligan a borrar el video adelante de ellos. También me preguntan si era periodista y me solicitan el documento de identidad. Apagué el celular y les dije que no lo podía borrar porque me había quedado sin batería, que luego lo borraba. No se convencieron, pero me dejaron ir. Les pregunté por qué no podía grabar; el más amistoso me contestó que el abasto no quiere que se vean las filas de gente. Les pregunté si era el abasto o el gobierno y respondieron que “el gobierno no tiene nada que ver”.

Enrique, el que ayuda en Zamora, está ansioso porque en agosto se va a Perú, donde está su hermano que le insistió para que se vaya. Una situación que se repite: venezolanos que se marchan de su país: “Acá en Venezuela el dinero no me da para vivir”, concluye con tristeza.

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