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Una vida entre sueños rotos y esperanza

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Gabriel Leyes
Archivo El Pais

“Me pasaba dos o tres horas sentado en el sofá, a oscuras, pensando”, confesó Gabriel Leyes.

Habla pausado. Evita las oraciones largas y procura ser preciso en los conceptos. Quiere reír, porque el presente empezó a regar otra vez sus sueños, pero el fútbol le secó las ilusiones en los últimos 18 meses; y no lo puede disimularlo. "¿Si juego el clásico (del lunes)? No sé, me gustaría, pero sí te puedo asegurar que hacía tiempo no sentía las mismas emociones de jugar como ahora", se apresura a decir a Ovación el delantero de Peñarol, Gabriel Leyes. Pero puntualiza: "Este (jugar en Peñarol) era el sueño que tenía. Creí que no lo iba a cumplir más. Ahora espero… ¡Espero completarlo de la manera que lo soñé!".

Leyes apareció el miércoles, en el primer equipo que paró Pablo Bengoechea como entrenador de Peñarol y comenzó a redescubrir la felicidad que siempre le dio el fútbol y que había olvidado.

"Si me preguntás cuándo fue la última vez que jugué, no me acuerdo", se apuro a puntualizar, sin que el periodista le consultara. Hace una pausa. Piensa y agrega: "Mirá —dice, revolea los ojos y empieza a contar con los dedos—, entré con (Diego) Alonso en los partidos ante Defensor, Rentistas y en otros dos más que no recuerdo. Con Goncálvez jugué contra Cerro, y con Fossati, en el Clausura, 10 minutos contra Danubio, 20 minutos contra Wanderers y en aquel partido contra Anzoátegui, cuando ya estábamos eliminados en la Copa. En el último semestre no jugué".

Leyes llegó a Peñarol en julio de 2013. El club pagó US$ 500.000 por el 50% de su pase y le firmó contrato hasta 2017. Tenía 23 años, era el goleador de River Plate y una de las figuras que tuvo el Uruguayo de la temporada 2012-2013.

"¿El momento más crítico? Todo 2014. Bahhh… los primeros seis meses no fueron tan malos. O fueron malo, pero no tan terribles como el último semestre, en el que no jugué nunca".

Lo peor, confiesa: "Pasaba mal, porque entrenaba para jugar, pero no veía cambios ni posibilidades en el equipo. Entonces, en un momento me resigné y ese es el peor estado. Estaba frustrado. Por un momento me dio todo lo mismo, hasta que me di cuenta que tenía que entrenar por mí".

Leyes vivía solo en Solymar, porque su familia es de Paysandú, de donde es oriundo. Entonces, ya no solo descubrió el dolor de la frustración sino otro peor, el de la soledad. "Sentí impotencia. Llegaba de la práctica y me pasaba dos o tres horas sentado en el sofá, a oscuras, pensando", explica. Su única compañía era su perro, Siro (por el estadio de Milan). "Los días de partido, cuando estaba solo en casa, me iba con el perro a la playa para distraerme".

En mayo cumplirá 25 años, y siente que ahora puede tener la oportunidad que hasta ahora le esquivó. "Este era mi sueño (jugar en Peñarol). Espero cumplirlo". Confiesa, mientras el clásico del lunes parece devolverle la ilusión entre tantos sueños rotos.

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