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Temporada ‘70: Estrellas en la cancha y tribunas llenas

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Los argentinos Ermindo Onega y Luis Artime comparten una cena: jugaron juntos en River y la selección albiceleste. Foto: Archivo El País
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HACIENDO HISTORIA

El promedio de venta de entradas en 1970 triplicaba el de hoy: la explicación estaba en la cancha, con figuras internacionales en los grandes y cracks en todos los equipos

Los argentinos Ermindo Onega y Luis Artime comparten una cena: jugaron juntos en River y la selección albiceleste. Foto: Archivo El País
Los argentinos Ermindo Onega y Luis Artime comparten una cena: jugaron juntos en River y la selección albiceleste. Foto: Archivo El País

Es imposible abstraerse hoy de las imágenes que trae la televisión de la Premier inglesa, la Bundesliga alemana, la Liga Española o la Ligue 1 francesa con todas sus estrellas. Pero hubo un momento en el que el Campeonato Uruguayo estuvo cerca de ese impacto, pues en las canchas montevideanas jugaban algunos de los mejores futbolistas del planeta.

Por supuesto, cuando Uruguay era campeón del mundo, los integrantes de la Selección figuraban entre los mejores y todos pertenecían a clubes locales, pero la fecha señalada es relativamente más reciente e involucraba también a jugadores extranjeros.

Ese momento mágico aunque breve tuvo su culminación en 1970, la temporada que atrajo más público a las canchas uruguayas desde que hay registros. Los 135 partidos del Campeonato Uruguayo de aquel año registraron una venta total de 1.262.301 entradas, lo que hace un promedio de 9.350 por partido. El triple de lo que se vende en el presente, por ejemplo.

Debe aclararse que en 1970 los socios pagaban su entrada, a diferencia de lo que ocurre en 2018, pero la cifra de hace 48 años impresiona. Ya no era el país de las vacas gordas. La crisis económica golpeaba desde fines de la década de 1950 y la inflación se había convertido en un grave problema. En 1968, el gobierno congeló precios y salarios, pero dos años más tarde ya estaba en 21%.

En realidad, las vacas gordas estaban en los campos de fútbol, si se acepta la definición para los ricos planteles de algunos equipos, en especial los grandes. Con esas figuras y ningún repatriado (a nadie se le ocurría entonces convocar a jugadores del exterior) Uruguay había logrado el cuarto puesto en el Mundial de México. Y se agregaban extranjeros de real valor.

Nacional, por ejemplo, ya había armado el gran equipo que sería campeón de América y el mundo en 1971, además de ser campeón uruguayo cuatro años seguidos entre 1969 y 1972. Era la base de la Selección. Allí estaba Atilio Ancheta, considerado entre los mejores zagueros de México ‘70. Luis Cubilla era un delantero de prestigio internacional. Ildo Maneiro, todavía muy joven, apuntaba a crack. Juan Martín Mugica seguramente estaba entre los mejores marcadores de punta del continente.

Además, en el arco sobresalía el brasileño Manga, que ya había jugado el Mundial de Londres por Brasil cuando todavía no había alcanzado su máximo nivel. Y Luis Artime había sido el centrodelantero titular argentino, y además el goleador del equipo, en la misma Copa del Mundo.

En Peñarol estaba Ladislao Mazurkiewicz, considerado el mejor arquero del mundo. Pedro Rocha iba a ser la estrella de Uruguay en México pero se lesionó al empezar el primer partido. Por esos años hubiera sido mediocampista titular en cualquier selección mundial. Roberto Matosas era un defensa de jerarquía internacional.

Y su nómina de extranjeros era impresionante: Alberto Spencer, el mejor jugador ecuatoriano de todos los tiempos; Elías Figueroa, uno de los mejores zagueros sudamericanos de la historia, y Ermindo Onega, como Artime figura argentina en Londres.

Es cierto, por ejemplo, que Onega sufrió reiteradas lesiones que opacaron su campaña. Spencer ya estaba veterano y, de hecho, fue su último año en Peñarol. También fue la despedida de Nacional de Emilio Cococho Álvarez, un defensa que había sido convocado a la selección mundial en 1963. Pero más allá de estos rendimientos, todos representaban un poderoso imán para el hincha, que concurría al fútbol por miles.

Había figuras también en los otros equipos. Defensor, por ejemplo, tuvo el retorno de dos viejos cracks, Héctor Demarco y José Sasía. Su mediocampista Dagoberto Fontes jugó varios partidos con Uruguay en México. En el arco de River actuaba Roberto Sosa. Y en el de Cerro un joven llamado Ever Almeida, que después fue ídolo en Olimpia de Paraguay.

Y fue también el debut en primera de Huracán Buceo, cuyo boom en la “B” de 1968 representó un fenómeno increíble. Y esa atracción no la perdió en la “A” en 1970, cuando vendió 363.184 entradas, nada menos. Sus partidos ante los grandes se jugaron a estadio lleno, pero convocaba público en todos lados. Por ejemplo, ante Sud América el 25 de julio vendió 16.510 localidades.

Además, realizó una excelente campaña, gracias a su buen equipo, en el cual sobresalían el arquero Luis Aguerre, el volante Nelson Acosta y el delantero Enrique Alfano.

¿Cómo era posible traer y mantener a esas figuras? Todo era muy diferente, sin ingresos por televisión o merchandising. La venta de entradas era el principal ingreso para los clubes chicos, en tanto los grandes hacían la diferencia con su participación en la Copa Libertadores y frecuentes giras por América o Europa. Los pases al exterior eran todavía poco frecuentes, salvo a Argentina.

Sin embargo, ese esplendor duró poco. Ya en 1971 los planteles comenzaron a desarmarse. Se fueron las estrellas extranjeras y enseguida las criollas. Hasta el suceso de Huracán se apagó. Pero las fotos de época muestran estadios llenos y los álbumes de figuritas tenían todas las selladas.

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