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Los sudamericanos están cada vez más lejos de los europeos

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Luis Suárez levantando el trofeo del Mundial de Clubes. Foto: Reuters
Yuya Shino

MUNDIAL DE CLUBES

Los campeones de la Libertadores pasaron de marcar el ritmo a seguir la música de otros: el poderío económico del Viejo Mundo hizo la diferencia

La euforia por el triunfo de River sobre Boca en la final del estadio Bernabéu y el (relativo) bajón del Real Madrid hizo pensar que la definición del Mundial de Clubes 2018 podía ser más pareja de lo acostumbrado en este siglo XXI. Pero la decepción resultó doble porque el campeón de la Libertadores ni siquiera llegó a definir el título ante el campeón de la Champions League europea.

Atención: la derrota por penales de River ante el Al-Ain de Emiratos no significa que los clubes del Golfo Pérsico ya sean mejores que los sudamericanos, pero demuestra que estos no están blindados contra las sorpresas.

A partir de 1960, cuando se inició el duelo entre el mejor de América del Sur y el mejor de Europa, a través de la Copa Intercontinental, la estadística mostró un sostenido dominio de los americanos. Esa situación duró hasta la década de 1990. Entonces la balanza comenzó a moverse hacia Europa. Y desde que se instauró el Mundial de Clubes, la supremacía de los equipos del Viejo Mundo es incontrastable.

Las cifras lo señalan. En los años 60, los sudamericanos ganaron seis de diez copas (Peñarol 1961 y 1966, Santos 1962 y 1963, Racing 1967, Estudiantes 1968). En los 70 fue parejo: cuatro de ocho, pues en dos oportunidades la copa no se llegó a jugar. Fueron Nacional 1971, Independiente 1973, Boca 1977 y Olimpia 1979. En los 80, todavía mejor: siete sobre diez, ya en el terreno neutral de Japón. La lista incluye a Nacional 1980 y 1988, Flamengo 1981, Peñarol 1982, Gremio 1983, Independiente 1984 y River 1986. Pero en los 90 se complicó: tres títulos sudamericanos sobre diez disputas (San Pablo 1992 y 1993, Vélez 1994). Ya en los 2000, sobre cinco Intercontinentales, América ganó dos, con Boca 2000 y 2003.

En 2000 se estrenó el Mundial de Clubes, primero casi como un ensayo, luego como gran cita de cada diciembre. Y ese año lo ganó Corinthians. Desde que la competencia creada por la FIFA desplazó definitivamente a la Intercontinental en 2005, solo tres sudamericanos llegaron a conquistarla: San Pablo 2005, Inter de Porto Alegre 2006 y Corinthians 2012.

La situación admite un paralelo con la Copa del Mundo, que desde el título de Brasil en Corea Japón 2002 no tiene un campeón sudamericano. Incluso por primera vez un europeo levantó el trofeo en territorio americano: Alemania en Brasil 2014.

Para llegar a esa conclusión se recorre el mismo camino: la cuestión es económica. Por lo general, los clubes europeos siempre fueron más ricos que los del resto del mundo, pero las diferencias no resultaban tan abismales como en el presente. Además, incluso los grandes de España o Italia contaban con pocas figuras importadas de Argentina, Brasil o Uruguay porque las reglas de las federaciones nacionales impedían o limitaban la presencia de futbolistas extranjeros.

Por ejemplo, los ingleses Nottingham Forest o Aston Villa, cuando enfrentaron a los grandes uruguayos en Tokio, contaban únicamente con jugadores británicos en sus planteles. Hoy los nativos de las islas británicas son minoría en clubes como Manchester City , Manchester United o Liverpool.

Este muro de contención cayó con la “sentencia Bosman”: a raíz del reclamo del jugador belga Jean Marc Bosman, cuya contratación por un club francés había sido frenada por las normas existentes. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea declaró ilegales los cupos de extranjeros para los futbolistas nativos de países de la Unión, ya que en otras profesiones no existían esas barreras. La sentencia tuvo el efecto de una bomba, pues también desapareció la restricción para los jugadores de cualquier parte del mundo.

Los grandes clubes se convirtieron en elencos multinacionales, con lo mejor de cada pueblo. Una concentración de la riqueza que tuvo un resultado claro en Europa: desde entonces, salvo una vez con el Porto portugués (2004), el campeón de la Champions fue invariablemente un equipo de apenas cuatro ligas, las más poderosas: La Liga española, la Bundesliga alemana, la Premier inglesa o la Serie A italiana.

Hasta los clubes medianos y chicos de esos países se llenaron de extranjeros, no superestrellas pero sí promesas o jugadores de buenas condiciones.

Los clubes del Este europeo, que solían ser duros rivales en las competencias continentales, resultaron barridos por Real Madrid, Barcelona, Juventus, Bayern y los otros grandes. Y algo similar empezó a pasar con los sudamericanos en el Mundial de Clubes.

Los clubes con más estrellas logran mejores contratos de patrocinio, más dinero por televisión, premios más elevados por sus participaciones en la Champions. Y con eso cierran el círculo virtuoso contratando más figuras. Algunos equipos llegaron a convertirse en auténticas selecciones multinacionales.

El mismo esquema, pero en versiones reducidas, se aplica en América del Sur. Los clubes grandes de Brasil y Argentina manejan presupuestos mucho mayores que el resto de los clubes, por lo cual suelen acaparar la definición de la Libertadores. Pero incluso así no pueden competir en ese terreno con los europeos: siguen dependiendo de las transferencias de sus cracks para equilibrar las cuentas y pocas veces logran repatriar a una auténtica figura desde Europa.

Una diferencia que explica todo.

Las comparaciones económicas a menudo resultan odiosas. La Copa Libertadores aumentó 50% los premios para la edición 2019. En total repartirá 161 millones de dólares, 58 millones más que el año pasado. Cada club que participe en la fase de grupos llevará tres millones y el campeón podrá acumular un total de 20, 4 millones.

En la Champions el aumento para la edición 2018/2019 fue de “solo” 45%, pero el total a repartir es de 2.327 millones de dólares. Los 32 de la fase de grupos perciben 17,3 millones solo por jugar. Y el campeón podrá acumular un máximo de 93,7 millones de dólares.

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