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Rituales de celebridades para potenciar la confianza

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El español Rafael Nadal y sus botellas que siempre deben estar paradas.

Son deportistas o entrenadores de elite, pero se aferran a un sinfín de hábitos para conseguir sus resultados y no se apartan de sus rituales a la hora de competir.

Ver un Grand Slam es compartir el mejor tenis con sus mejores cultores. Pero también es descubrir otro mundo, el de los rituales más extraños. Lo del español Rafael Nadal, por ejemplo, es casi científico, si cabe la calificación. Además de su típico gesto de acomodarse la ropa interior, nunca deja de asegurarse que su rival cruce primero la red en los cambios de lado. Después, alineará sus botellas de agua para hidratarse con las etiquetas mirando hacia la cancha. Y no por cuestiones comerciales… Finalmente, las consumirá respetando un orden establecido y nunca tomará de la misma dos veces seguidas.

Supersticiones. Cábalas. Fetiches. Creencias. Da la impresión de que todo aporta algo para el triunfo. Novak Djokovic lleva siempre a los torneos a su mascota, Pierre, un caniche blanco. Evita usar dos veces seguidas la misma ducha en el vestuario. Roger Federer vive tan obsesionado por el número 8 que no sólo carga ocho botellas y ocho raquetas para cada partido en su bolso. También busca “concretar” ocho aces en el calentamiento previo al comienzo de un match.

La planificación, la técnica y la táctica son los pilares sobre los que debiera descansar el óptimo rendimiento de un atleta o de un equipo. De hecho es así. Pero –dicen- la suerte muchas veces no entiende de razones ni de merecimientos. Entonces, hay que recurrir a algo más.
Acaso ayude besar una medalla en el momento decisivo, rezarle a algún santo en particular o hasta calzarse las mismas prendas que uno llevaba en las jornadas de mayor gloria.

Para la boxeadora Marcela Acuña, todo es una gigantesca cuestión de fe. La Tigresa arma un santuario en su camarín en los minutos previos a cada combate. “Tengo la imagen de la Virgen de Luján, la Virgen de Catamarca y al Niño Jesús, además de otras que me acercan mis amigos y los seguidores”, confiesa. Pero su devoción no acaba allí. “Desde que gané mi primer título argentino, en 2002, voy a Luján algunos días antes de la pelea y después vuelvo a ofrendarle a la Virgen el cinturón. Es una forma de agradecimiento, ya que siempre me fue bien”, agrega.

Las conductas se repiten. Alterarlas puede ser catastrófico. Pero, ¿es tan así? Los cuernitos que realizaba con los dedos el entrenador Reinaldo Merlo ante una jugada de riesgo creada por su adversario fueron hilvanando resultados que llevaron a Racing en 2001 a ser ¡campeón después de 35 años! Merlo se fue del club de Avellaneda, pero quedó su estatua.

Volvió dos veces para revivir el pasado. La fórmula ya no fue efectiva. No llegó a completar un año al frente del equipo. Contratado en mayo de 2006, fue despedido en abril de 2007. Regresó el 10 de octubre de 2013; tuvo que renunciar el 7 de mayo de 2014 en medio de cuestionamientos e insultos. Lo sucedió Diego Cocca, que eligió otros caminos, entre ellos, el de la asistencia psicológica. Sugirió la incorporación de Gustavo Goñi. El equipo encontró el equilibrio. Pasaron 13 años; sí, 13, y Racing volvió a ser campeón. Sin cuernitos… “Con herramientas para que el jugador diga: yo puedo”, explica Goñi.

Hablar del número 13 en automovilismo y motociclismo es sinónimo de mala suerte para la mayoría de los pilotos. En todo el mundo, salvo en Japón, donde le rehúyen al “4”. Gran parte de los rankings de América y de Europa que se elaboran sobre el rendimiento de los competidores en el año anterior evitan la designación del “13”. Se sabe, existe un alto porcentaje de que a quien le toque lucirlo lo desestimará de plano.

¿Hay una explicación? Todo comenzó en 1925, cuando Paul Torchy falleció en el GP de San Sebastián, realizado en Lasarte, al chocar contra un árbol. Su Delage llevaba el N° 13. El equipo se retiró de las competencias hasta el año siguiente, cuando con Giulio Maseti, otra vez con el mismo número en su auto, tomó parte de la Targa Florio. Maseti volcó y murió al quedar atrapado en su máquina. Desde entonces, el 13 cobró ribetes macabros: se decía que a nadie le podían suceder sino cosas malas en un coche con ese número.

La cuestión llegó al extremo que el histórico jefe de Mercedes-Benz en los años 40 y 50, Alfred Neubauer, hasta se molestaba cuando su auto debía llevar el N° 26 por entender que representaba la mala suerte multiplicada por dos. En 2014, el venezolano Pastor Maldonado puso fin a 37 años sin un auto con el número 13 en la Fórmula 1. “Lo elegí porque me gusta. En Venezuela no es un número de mala suerte”, explicó el piloto de Lotus. La última aparición del número 13 en la F.1 fue en el GP de Gran Bretaña, en Brands Hatch, en 1976. Divina Galica lo llevaba sobre un Surtees TS16 amarillo de la escudería Whitting.

En Argentina, uno de quienes más repulsión sentía por el “13” era Carlos Menditeguy. Tal era su aversión que llegó a resignar posibilidades de una mejor performance, y pedía largar más atrás en un GP de Turismo Carretera cuando por sorteo de orden de salida le correspondía ese número. En el TC de hoy nadie usa el 13. Sí lo llevó Franco Vivian en su Chevrolet de STC 2000 en 2014.

Ganador de trece coronas mundiales en el motociclismo, el español Angel Nieto se negaba siquiera a referirse en esos términos a sus conquistas. “He ganado muchos títulos, tantos como doce más uno”, era su eufemística salida.

No todos piensan y sienten igual, claro. El ex campeón mundial de ajedrez Garry Kasparov es uno de ellos. Nacido el 13 de abril de 1963, múltiplo de 13, fue el monarca N° 13 de la historia y cuando ganó por primera vez la corona, hace ya casi tres décadas, se impuso en 13 partidas contra 11 de Anatoly Karpov. Tantas coincidencias hicieron que el Ogro de Bakú se enamorase de ese número. Así, cada año en el que fue a jugar el torneo español de Linares pidió expresamente que le reservaran la habitación N° 13 del hotel Aníbal. Hoy ese cuarto no está disponible. Permanece bloqueado a modo de homenaje a Garry desde que archivó los trebejos.

Las incontables costumbres y supersticiones que muchos deportistas creen ayudan a mejorar las cosas chocan contra quienes directamente las ignoran, que también los hay. Ariel Suárez y Laura Abalo, los remeros olímpicos en Londres 2012, campeones panamericanos en Guadalajara 2011, no asocian las cábalas a las conquistas. Quizá por ello no las tienen.

“Puedo tener alguna costumbre, pero no una cábala. Sin entrenamiento no hay fórmulas mágicas”, afirma Suárez. “No podría creer en cábalas. Eso es para un juego de azar, algo personal, pero no para mi función deportiva”, completa Abalo. De algún modo, coincide con ellos el rugbier Felipe Contepomi. “Yo utilizo los mismos calzoncillos en los partidos, pero no considero que eso sea una cábala. Para mi es más bien un ritual. Cuando estoy en un hotel, por ejemplo, pido dormir del lado de la ventana, aunque eso es más una costumbre personal que otra cosa”, aclara el ex Puma.

“Yo soy cero cábalas. Sin embargo, siempre voy a misa antes de jugar un partido. Ahí no falto nunca”, sostiene con férrea convicción el polista Alberto Heguy (hijo). Su colega Bartolomé Castagnola, en cambio, recuerda su hábito de jugar con la billetera en el pantalón: “Sentía que no estaba “completo” si no salía con ella al campo”.

Utilizar la misma prenda es algo en lo que no se diferencian los simples aficionados de las figuras de elite. De hecho, mujeres exitosas mundialmente como Lucha Aymar o Serena Williams lo aplicaron o aplican cotidianamente. Mientras la Leona no olvidó nunca su muñequera con los colores argentinos, la llamativa tenista norteamericana utiliza los mismos calcetines durante todo un torneo. Alfio Basile quedó como el gran referente de los ritos con el retiro de Carlos Bilardo. Cuando el DT ganó el Apertura 2005 con Boca, utilizó una camisa negra, que reemplazó por otras cuando la cosa empezó a no ir tan bien. La alternancia de colores no lo benefició y entonces Basile volvió al negro, pero segundas partes nunca fueron buenas? Nadie garantiza que las cábalas alteren destinos, sin embargo, ¡qué difícil resulta, aún en la elite, dejarlas de lado!

EL BÁSQUETBOL NO SE ESCAPA

Obsesivos, los basquetbolistas llevan adelante costumbres que muchas veces rayan lo excéntrico. Después de guiar a la Universidad de Carolina del Norte al campeonato universitario de 1982, el enorme Michael Jordan no quiso desprenderse jamás de los pantalones que llevó el día de aquella conquista. Siempre se los calzó debajo de los de Chicago Bulls, los que, obviamente, debió alargar. De paso, creó una nueva moda en la NBA.

Jason Kidd reforzaba su confianza a la hora de lanzar los tiros libres con besos que le arrojaba a la canasta para que se “amigue” con su puntería. Hasta hace unos años, LeBron James trataba de intimidar a todo el mundo arrojando puñados de talco al aire antes de cada cotejo. No les fue mal en la liga más fuerte del mundo, pero ¿fue por eso el relieve y el brillo adquirido en tantas temporadas?

Olvidarse de cumplir las promesas o de pagar las deudas puede tener consecuencias imprevisibles. Al menos es la explicación a las desgracias deportivas que encuentran quienes se apoyan sobre la ayuda divina y las supersticiones sin corresponderlas. No importa tener al mejor jugador del mundo. Hay otras poderosas razones invisibles que justifican un resultado antes que un gol errado.

LAS MAÑAS DE BILARDO

Aún hoy el imaginario colectivo recuerda el pedido que el seleccionado argentino de fútbol habría realizado en enero de 1986 a la Virgen de Copacabana del Abra de Punta Corral, en Tilcara. A pocos meses del Mundial de México, el DT Carlos Bilardo y el plantel concretaron en esa localidad jujeña un período de preparación para lo que serían las exigencias de la Copa. De paso, visitaron a la virgen mencionada para que los auxiliara en la búsqueda del título. A cambio, la promesa fue volver al lugar para agradecer. Tras la consagración en el estadio Azteca, nadie del plantel regresó a Tilcara. Entonces nació la hipótesis del maleficio. Por el incumplimiento, los tilcareños más creyentes afirmaron que la Argentina jamás volverá a ganar el máximo certamen. En 1990 y en julio de 2014, el estigma estuvo a punto de cortarse, pero con el sello de los dos resultados adversos ante Alemania en los partidos decisivos de Roma y de Río de Janeiro, el mal presagio cobró más fuerza. “No hicimos ninguna promesa. Yo llamé a varios jugadores del plantel para saber si lo habían hecho y me dijeron que no”, aseguró Bilardo. “Yo cuando prometo, cumplo. Si voy caminando a Luján siempre, ¿cómo no voy a tomarme un avión?”, explicó uno de los DT más afecto a las cábalas.

La influencia que se atribuye a estas creencias escapa a toda lógica. Y puede derivar en conductas insospechadas. Incluso, con ribetes judiciales, sin soslayar conflictos con autoridades religiosas. Fue el caso de Colón, de Santa Fe. Sus jugadores llegaron a tildar de “mufa” a la Virgen de Guadalupe y la retiraron subrepticiamente del estadio Brigadier López. Cuando lo hacían, la imagen se rompió. Después de negar el hecho, el capitán Ariel Garcé reconoció la falta cometida. No sólo recibió el duro cuestionamiento del arzobispado santafecino, sino de otros ámbitos ajenos al fútbol. Hasta en pintadas callejeras se condenó la actitud. “Garcé, la Virgen no se mancha”, fue la leyenda que cubrió la ciudad.

Más brujería que fe, a Quilmes le tocó padecer por lo que le sucedió dentro de la cancha. ¿Y fuera también? En 1994, peleando la punta de la B Nacional, a la que había bajado en 1991, los dirigentes del club no estaban dispuestos a que le escapase el ascenso. Llevados por comentarios positivos, visitaron en Chascomús a Dora, una mujer con poderes sobrenaturales, según creencias y experiencias. Por conseguir el objetivo se acordó un pago de 4000 pesos, el 50% antes de comenzar la tarea. El trabajo arrancó en ese mismo momento.

“El sábado, Gimnasia va a perder 3 a 0 y ustedes van a ganar”, sentenció Dora. Efectivamente, en Pergamino, Douglas Haig goleaba 3-0 a los jujeños, rivales en la lucha por ascender. En Quilmes, donde el local jugaba con Morón, una bomba de estruendo, que no figuraba en los presagios, motivó la suspensión del partido.

Dora intentó cobrar la mitad restante de su “macumba”. Fue echada a los gritos del club. Pero antes “la bruja” maldijo a todos y auguró “trece años de mala suerte”. Cuando se reanudó el cotejo con Morón, Quilmes, que ganaba 2-1, perdió 3-2. Dos semanas más tarde, el Lobo jujeño celebró el campeonato y el ascenso.

Fue sólo el principio de una insoportable cadena de infortunios. Año tras año, Quilmes empezó a perder títulos, ascensos, desempates y reducidos casi sin solución de continuidad. En 2001, luego de dilapidar tres posibilidades directas, el título con Huracán, la reválida con Los Andes y la promoción con Belgrano, los popes del club del Sur viajaron a Chascomús a disculparse con “la bruja” y a pagar la deuda con tal de cambiar el rumbo. Demasiado tarde: Dora había muerto un año antes. Quisieron paliar la situación dejando flores en su tumba. Hasta se dijo que al no tener una lápida en ella, los ramos fueron a parar a un lugar equivocado.

No hubo caso. La mala racha siguió hasta 2004, cuando Quilmes finalmente volvió a primera después de exactamente? Trece años.
La imagen característica de los futbolistas persignándose luego de entrar en la cancha con el pie derecho que se repite en cada estadio y cada fin de semana, es apenas la punta del iceberg. Detrás se ocultan infinidad de rituales que se mantienen en secreto. Violarlos puede desencadenar imprevisibles efectos adversos…

“Cuando pasa algo malo, hasta el ateo se hace creyente”, confiesa el jockey cordobés Juan Carlos Noriega. Se define como un “detallista” de las cábalas. Siempre intenta pasar por los mismos lugares cuando ingresa en un hipódromo y después se toma su tiempo para besar alguna medalla, la imagen de la Virgen y hasta la de su hijo, que tiene en un cofre. “Todo va de acuerdo con los resultados”, se apura en aclarar.

Y es así. Triunfo o frustración mediante, suban o no al escenario, las cábalas nunca dejan de jugar. Están ahí. Casi que nacieron con el deporte.

RECURSO MOTIVACIONAL O TRISTE OBSESIÓN

- La cábala es un placebo que el psiquismo humano utiliza para sentir que puede manejar el azar a su favor. Es como querer ser un titiritero sin hilos. Un mago sin magia. En la base de la cábala encontramos el pensamiento mágico propio del niño, que utiliza una lógica particular. Así, por ejemplo, infiere que cuando llueve es porque él está triste", explica Gustavo Goñi, 55 años, psicólogo del plantel de Racing campeón y ex jugador.

- "Pero la realidad es que al deportista que usa cábalas no le importa si son científicas o no. Sólo le importa si a él le sirven como una apoyatura que lo hace sentirse seguro en el momento de la competencia", agrega.

- "La cábala a nivel psíquico tiene la ventaja de que se usa como un recurso más para motivarse. Desde ese punto de vista es inofensiva. La desventaja -concluye- pasa porque el deportista piense que sin ella sería imposible lograr el resultado. Entonces dejaría de ser un recurso para transformarse en una triste obsesión."

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CÁBALASLA NACIÓN - GDA

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