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René Houseman, el crack argentino que vivía en una villa miseria

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René Houseman

FUERA DE SERIE

Extraordinario puntero, fue campeón mundial en 1978 pero nunca cortó los lazos con su barrio

René Orlando Houseman fue una de las más fulgurantes apariciones en el fútbol argentino de los últimos 50 años. Algunos llegaron a parangonar su habilidad con la del propio Diego Maradona. Incluso, a diferencia del Diez, él manejaba tan bien el pie derecho como el izquierdo. Sin embargo, su brillo fue la luz de un fósforo: alumbró pocos segundos y luego se apagó.

Como tantos cracks, surgió de un ambiente muy pobre. A diferencia de casi todos, nunca quiso abandonar esa cuna y proclamó orgulloso su condición de “villero”.

El Bajo Belgrano fue una de las primeras “villa miseria” de Buenos Aires. Surgió como todas, casi espontáneamente alrededor de un vaciadero de basura cercano a zonas aristocráticas. Primero se instalaron pescadores, lavanderas, empleadas domésticas. Luego se sumaron provincianos del norte que llegaban a la capital para trabajar en la construcción o en fábricas, y más tarde inmigrantes, sobre todo de Bolivia. En 1950 se levantó un largo muro de cemento para ocultar los ranchos de lata o bloques de la vista de sus vecinos adinerados de Palermo o Núñez.

Como la villa quedaba demasiado cerca del estadio de River Plate, sede central del Mundial 1978, la dictadura argentina decidió desalojarla y pasar las topadoras sobre sus humildes viviendas. Los pobladores bolivianos fueron deportados a su país. Los argentinos tuvieron que buscar nuevo techo, mientras se demoraba la prometida reubicación. Entre los desalojados, irónicamente, estaba la familia de uno de los cracks del Mundial.

Los Houseman habían llegado al Bajo Belgrano alrededor de 1955 desde La Banda, un pueblo de Santiago del Estero. El padre era alcohólico, aunque pudo construir una casilla para su esposa y sus tres hijos. René, que tenía dos años entonces, creció en la villa e hizo de ella su mundo. Pasó rápido por la escuela. A los 12 años tuvo que empezar a trabajar. El fútbol fue su único juguete y así se convirtió en “estrella” de los partidos que armaban los muchachos del barrio.

Se hizo hincha del club Excursionistas, ubicado a pocas cuadras. Allí no le dieron oportunidades para jugar porque venía de la villa y entonces se fue al otro equipo chico del barrio, Defensores de Belgrano. Sus actuaciones en la Primera “C” de 1972 no pasaron inadvertidas para César Menotti, entonces el joven técnico de Huracán.

Y el puntero derecho bajito, tirando a rubio por algún antepasado inglés que le dejó el apellido, de piernas flacas y rostro travieso, se convirtió en la gran revelación del fútbol argentino 1973 con la camiseta blanca del “globito”.

Hábil, rápido, atrevido, absolutamente ambidiestro, Houseman era a los 20 años una de las atracciones de un equipo de Huracán famoso por los espectáculos que ofrecía y que terminó catapultando a Menotti a la dirección técnica de la selección argentina.

El propio futbolista fue citado al seleccionado ya en 1973, pero una noche se escapó de la concentración para regresar a la villa, lo cual le costó la eliminación del plantel.

El ambiente del fútbol tuvo así su primer aviso: Houseman estaba demasiado apegado a su pequeño mundo. Las hinchadas rivales le gritaban “villero” como insulto. Para él, era todo un honor. Compartía con el barrio el origen pobre, las pequeñas alegrías, las diversiones simples. También la apatía de quienes están demasiado atados a sus problemas como para atisbar nuevos horizontes.

Huracán le alquiló un apartamento en Parque Patricios; a los pocos días lo había dejado. A menudo faltaba a los entrenamientos, uno, dos o tres días seguidos. Lo iban a buscar y siempre lo encontraban en la villa, jugando al billar o tomando algo con sus amigos en los barcitos del lugar.

Entonces se supo que tomaba, y mucho. Es famosa la anécdota del día que hizo un gol borracho. Fue contra River en 1977. Según la contó él mismo, el sábado de noche festejaban el cumpleaños de su hijo. Se escapó de la concentración, bebió y bailó toda la noche, y a las once de la mañana regresó al club. “Llegué, me tomé 200 termos de café, me dieron 40 baños de agua fría hasta que me recuperé, no del todo. Jugué. Tenía un aliento que ponía en pedo a todo River. Entré, hice el gol y salí. A Fillol le hice el gol”, relató.

Los cuentos de borrachos suelen tener su público, pero cuando se refieren a personas reales dejan de causar gracia. Existe ahí un drama social, que en el caso de Houseman algunos advirtieron. Mil veces dirigentes, técnicos y hasta compañeros lo rezongaron. Mil veces dijo que iba a cambiar, pero nunca ocurrió.

Su esplendor como futbolista se registró entre 1973 y 1976. Fue campeón con Huracán en aquel 1973, en el único título profesional del club. Después asombró por su habilidad en el Mundial 74 y tuvo un gran arranque de la temporada 76. Jugando por Argentina ante Uruguay por la Copa del Atlántico, una noche del invierno de 1976 hizo padecer a sus marcadores y convirtió un golazo.

Después inició su inexorable declive. Llegó a jugar el Mundial 78: soportó la prolongada concentración previa, fue titular de arranque pero perdió el puesto luego de desteñidas actuaciones. Él se disculpaba afirmando que había estado “demasiado entrenado”: corría mucho pero no inventaba como habitualmente.

Menotti, uno de sus mayores defensores, dejó de convocarlo en 1979. Siguió jugando en Huracán, aunque sin perder la costumbre de escaparse cada tanto. En 1981 pasó a River, donde no recuperó su brillo. Se fue a jugar a Colo Colo en Chile y luego al fútbol sudafricano. Regresó para defender a Independiente, otra decepción: disputó apenas tres partidos. Se retiró en su amado Excursionistas en 1985.

Por su estilo de juego y sus actitudes fue apodado el “Loco”. Desde muy joven lo compararon con Oreste Corbatta, otro puntero derecho (con actuación en Racing y Boca) de piernas flacas y salidas imprevisibles. Y también era alcohólico. El fútbol y la botella también lo emparentaron con Garrincha y George Best, como si jugar contra la raya de la cancha encerrara una bendición y una maldición al mismo tiempo.

Una vez le preguntaron:

-Si no hubiese sido futbolista ¿a qué se hubiera dedicado?

-A mirar minas.

Incluso con la villa demolida no se fue lejos del Bajo Belgrano. A comienzos de la década de 1990 y luego de una internación de tres semanas, dejó de tomar. Con los años y agotados los pocos ahorros, sin estudios ni ganas de trabajar, sobrevivía con una pequeña asignación que le entregaba la AFA como campeón mundial 1978 y de los pesos que le daban algunos amigos. En 2000 le organizaron en la cancha de Huracán un partido en homenaje, que terminó cuando los hinchas invadieron la cancha para abrazarlo. Falleció a los 64 años, en 2018.

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