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El profe Tchakidjian vuelve al ruedo

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Foto: Marcelo Bonjour
Marcelo Bonjour

ENTREVISTA

Será el preparador físico de Carrasco, a quien tuvo en Sao Paulo como jugador. En Uruguay  trabajó en casi todos los equipos y salió 16 veces al exterior

Juan Antonio Tchakidjian se crió entre Punta Carretas y el Hipódromo de Maroñas. Y esos dos barrios tan diferentes forjaron su personalidad. Su primer trabajo como preparador físico fue allá por 1968 en Colón. Tarea que alternaba con la de salvavidas en Punta del Este: trabajó diez veranos consecutivos en San Rafael. Hoy se prepara para volver al ruedo; será el preparador físico de Juan Ramón Carrasco en Fénix. Será su cuarta vez en el club de Capurro.

“Creo que puedo aportar conocimientos y experiencia. Y sobre todo lo que nos va enseñando el futbolista. Porque uno se suele guiar por la parte científica, la que está en los libros y casi nunca lo hacemos por la respuesta del futbolista, que es la que tiene la verdad. Además, le tengo mucho respeto a Juan y sé lo que le puede sacar al jugador cuando realmente asimila su idea. Voy a tratar de multiplicar esfuerzos para sacar adelante a Fénix que está en una situación muy complicada”, dijo el profe.

La relación entre Tchakidjian y JR arrancó por 1990 cuando el profe trabajaba junto a Pablo Forlán en Sao Paulo. “Encontramos un equipo que estaba entre los ocho de abajo. Tenía grandes jugadores, como Rai y Cafú, pero yo veía que le faltaba alma. Hablando un día con Pablo le comenté que Juan Ramón estaba en Peñarol, pero no jugaba. Y le dije para traerlo, al menos iba a hacer algo diferente. Rescindió en Peñarol y apareció en San Pablo. Y de arranque tuvimos ‘feeling’. Tenia unos kilitos de más, pero en el primer partido en el Morumbí hizo dos goles. Uno de tiro libre y el otro ese característico suyo, entrando por izquierda le pegó de derecha al segundo palo. La gente ya empezó a cantar Carrascooo, Carrascooo, porque en portugués quiere decir matador”, contó Tchakidjian.

“Y con Juan las cosas cambiaron bastante. Luego cayó Diego Aguirre y terminamos peleando la Copa Brasil. Y de ahí en más siempre seguimos en comunicación”, agregó y compartió una anécdota sobre el día en que Carrasco ganó una competencia de rugby.

“Yo estaba en Old Boys y venían los Barabarians sudafricanos a jugar un partido. Pedro Bordaberry, que era el técnico de Old Boys, quería organizar en el entretiempo un espectáculo con un jugador de rugby y uno de fútbol tirando a los palos. Me preguntó si podía traer a alguien de fútbol y llevé a Juan Ramón. Le dije que tenía que practicar porque la pelota era liviana y ovalada, muy distinta a la de fútbol. Y además iba a competir contra Manu Reyes, el entonces número 10 de Old Boys. Me dijo que no. Eran tres tiros y Juan metió los tres. Las pelotas salían como balazos a la H y ganó 3 a 2. Se llevó los mil dólares de premio, que los donó, y una camiseta de Old Boys que la usó mucho tiempo sobre los hombros cuando dirigía. Sobre todo en su primera época en Fénix”, relató.

Juan Ramón Carrasco junto al profe Tchakidjian
Juan Ramón Carrasco junto al profe Tchakidjian, cuando comenzó su relación.

CARRERA. En Uruguay Tchakidjian trabajó en todos los equipos, menos Liverpool y Wanderers. Y en algunos varias veces. Por ejemplo tres en Peñarol y cinco en Bella Vista. Y salió 16 veces del país. Tres veces a Colombia, a Paraguay, Perú, Ecuador, Brasil, México y Arabia Saudita, ente otros. En 1989, él y Forlán fueron de los primeros en trabajar en ese mercado, hasta entonces lejano y exótico para los uruguayos. “Estuvimos nueve meses, prácticamente toda la temporada. No sé si nos costó mucho acostumbrarnos a esa cultura tan diferente, yo tengo un poder de adaptación increíble. Al poco tiempo, Pablo, que es muy familiero, se quería venir. Y yo le decía que no podíamos quemar las naves. Además, yo había renunciado en Defensor para ir y me había tenido que despedir de mis hijos por teléfono. Porque las cosas de los árabes son así, te mandan todo y tenés que irte de apuro. Recuerdo que tenía el pasaporte vencido y Pablo quería arreglarle el numero de la fecha. Me negué. Y como a Pablo lo conocían en el consulado, me lo hicieron de apuro. Y allá no sabés cómo nos revisaban. Y eso que lo único que llevábamos era yerba y unos libros míos. Yo le decía a Pablo, ‘mirá si hubiéramos arreglado el pasaporte, me mandaban de vuelta’. Fue una aventura espectacular. Nos volvimos justito antes de la Guerra del Golfo”, recordó quien reconoce que ha cambiado mucho desde sus primeros pasos en Colón.

“Antes se entrenaba muy diferente. El preparador físico por un lado y el técnico por otro. Luego todo se volvió más integrado. Me acuerdo que en Colón yo corría con el ‘Pepito’ Urruzmendi por los campos atrás de la cancha. El ‘Pepito’ se me arrimaba y me decía ‘Ruso (porque me decía Ruso), la luna’. Entonces me puse a pensar y me di cuenta que había que poner la luna, que era la pelota. Fui adaptando cosas en base a la observación y también a los adelantos tecnológicos. Pero hay que tener cuidado porque a veces el jugador pasa a ser un tubo de ensayo. Y mientras exista el ser humano hay que buscarle el alma, el sentimiento. Yo pienso en eso, quizás porque me siento más docente que preparador físico. Y si el jugador no está convencido no hay tecnología que valga”, explicó.

FENÓMENOS. En su extensa carrera trabajó con muchos técnicos, y si tiene que elegir se queda con el profesor José Ricardo De León y don Raúl Bentacor. “Eran dos fenómenos. Tenían una personalidad muy definida y la implementaban en el equipo en forma tangible. Y ahora me toca Juan, que es otro fenómeno que impone su personalidad. Uno veía jugar a un equipo de De León y uno de Bentancor y sabía quien lo dirigía. El trabajo de De León era de agresividad, de pressing, de recuperar la pelota en campo contrario. La cancha de arriba y de abajo. Y el de Bentancor era un fútbol atildado, con mucho desdoble, una técnica depurada y jugando siempre por abajo. La disciplina de Bentancor era espectacular, mientras que De León era mucho más amplio. Y yo dejé a uno para trabajar con el otro. De León me rompió el paradigma en el que me había formado y en el que me había iniciado muy joven. Yo, hasta la mitad de mi carrera, a los jugadores los trataba de usted”.

RITA. “Hubo dos barrios que me marcaron: Punta Carretas en la primera niñez y el Hipódromo en mi adolescencia. Fue una gran experiencia de vida”, afirmó Tchakidjian sobre sus primeros años, que no fueron nada fáciles. “Yo tenía unos 10 años cuando mi madre se enfermó, una enfermedad mental complicada. Hubo un momento en que la internaron, todavía éramos chicos y a mí me mandaron a la casa de un tío y a mi hermano a la de una tía. Fue traumático, yo no entendía mucho lo que pasaba, en aquella época no le explicaban a los niños. Luego, cuando le dieron al alta, nos volvimos a juntar. El médico le dijo a mi padre que tenía que estar en un lugar tranquilo y nos mudamos a Camino Mendoza. Cuando hacía como un año que vivíamos ahí, mi madre se fue y volvió con mi padre en un taxi con un bebé. Es tu hermana, me dijo. Mi madre era tan coqueta que nunca nos dimos cuenta que estaba embarazada. Y nunca nos dijo, tenía miedo porque había estado internada por su esquizofrenia, con mucha medicación y choques eléctricos”, relató.

“A los cinco días de haber nacido Rita, falleció mi padre. Era muy asmático y dormía en la cocina porque tosía mucho de noche para no despertar a la bebé. Una noche sentimos gritos, nos levantamos con mi hermano. Un derrame cerebral y se ahogó. Recuerdo que yo agarré a mi hermana y se la mostraba a ver si reaccionaba. Unos meses después, tuvimos que volver a internar a mamá. Con su enfermedad, el nacimiento de mi hermana y la muerte de mi padre, empeoró. La niña se quedó con nosotros. La críe yo. La cambiaba y lavaba los pañales. Le daba la mamadera de leche de vaca, rebajada con agua y limón. Cuando iba a la escuela la dejaba con un vecino. Andaba para todos lados con ella. Jugaba a la bolita con ella abajo del brazo y le cantaba las canciones de Palito Ortega. Era la época en que se le ponía faja a los niños. Chupete y faja. Un día me la olvidé en una cancha de fútbol. Ella tendría cuatro o cinco meses y le dejé debajo de unos transparentes, a la sombra y donde no le pudieran dar ningún pelotazo. Perdimos y con la amargura nos fuimos caminando y de repente me di cuenta que me faltaba algo. Era mi hermana, salí corriendo y estaba dormida donde la había dejado”.

“Todo lo que viví con mi hermana me fue creando una gran precocidad y madurez, paralela a la niñez y la adolescencia. Todo eso me dio una gran fuerza para todo. Además, todo lo que había vivido de chico en Punta Carretas me había alimentado la solidez emocional. La de los primeros años de vida, que son fundamentales”, admitió quien tuvo un pasaje como jugador por las juveniles de Danubio, era zurdo y jugaba de 10 o de 11. Y también jugó en las categorías menores de Defensores de Maroñas.

Era el ejemplo en la escuela número 129.

“Yo iba a la escuela 129, estaba en quinto año. Era un alumno normal, ni una lumbrera ni un burro. Pero iba siempre con la moña bien arreglada como cuando iba a la escuela Francia en Punta Carretas, antes de mudarnos para el Hipódromo. La maestra le decía a los compañeros que me tenían que mirar a mí que era el ejemplo de la clase. ¡Para qué! Empecé a tirar la moña y terminé siendo de los peores en conducta. Me sentaba con Walter Báez, el jockey. A pesar de eso la maestra me adoraba porque cuando venía la inspectora le salvaba los razonamientos de la raíz cuadrada. Yo siempre levantaba la mano”, contó el profe sobre sus tiempos de escolar.

El profesor le sugirió que fuera como él.

Justino Pollo, su profesor de atletismo del liceo 13 fue clave para su vocación. “Un día me preguntó qué iba a seguir. Le dije médico, arquitecto, bombero o policía. Me sugirió que fuera profesor de educación física y me presentó en el Isef”.

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