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Este es otro Peñarol: ya no es dependiente de lo que haga Facundo Torres

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Peñarol pobló bien todos los sectores del campo
Estefania Leal

AURINEGROS

El entrenador Mauricio Larriera logró que el aurinegro tenga un fútbol ágil, dinámico y equilibrado.

La clasificación de Peñarol a cuartos de final de la Copa Sudamericana, que tiene un valor histórico porque se logró eliminando a Nacional, también dejó en evidencia algo muy importante. Y quizás eso sea el gran logro de Mauricio Larriera como conductor, porque le dio al equipo estabilidad.

Construyendo todo a partir de una identidad que se hizo piel, la estabilidad colectiva terminó siendo tan significativa que Peñarol dejó de ser aquel equipo dependiente de Facundo Torres.

Aquellas sensaciones de que “Facu” era el único estandarte y el jugador que si llevaba el traje de héroe a la cancha se solucionaba todo, quedaron en el olvido. La nueva corriente, que no es otra cosa que el mejor fútbol de equipo, apareció con la aceptación de una regla básica para la modernidad que impera: todos corren, todos juegan. Todos marcan, todos atacan.

En este mano a mano contra los tricolores se dejó ver la evolución. El cambio. Este es otro Peñarol. Porque fue capaz de ampliar su campo de acción y con un tránsito veloz. Presionó en la salida o atropelló con más de dos hombres al futbolista que recibió la pelota. Se jugó con decisión, entendiendo que el gol llega por el trabajo colectivo y sabiendo que la victoria se logra con un cóctel de atributos.

Entonces, por momentos ni siquiera se requirió de las veloces y zigzagueantes carreras de Torres para que el equipo se moviera de forma tan precisa en las dos transiciones.

En primer lugar porque la astucia y calidad para lograr que el equipo se moviera muy bien en corto o en largo la aportaron Walter Gargano y Pablo Ceppelini. O porque Agustín Canobbio, Giovanni González y Joaquín Piquerez terminaron siendo salidas tan o más útiles y rápidas que las que antes ofrecía en exclusividad Torres.

Y si hubo que aguantar, cerrarse o retroceder, es como si todos hubiesen jugado con las palabras del “Cholo” Diego Simeone retumbándole en los oídos. Porque para el técnico argentino un equipo puede tener a un solo jugador que no corra, pero dos no porque se complica. Y ahí no falló nadie. Si hasta “Facu” se lució mucho más en sus retrocesos para encerrar a Brian Ocampo que sus siempre efectivas y picantes combinaciones con Piquerez.

Pero lo mejor de todo lo que pudo mostrar este Peñarol ganador de la llave de octavos de final ante Nacional, es que se adaptó a los tiempos. Hoy tiene un fútbol ágil, dinámico, equilibrado y moderno porque su manual incluye varias páginas y no solamente la del esfuerzo físico.

Es imposible no puntualizar que al boom atlético de que todos deben correr Peñarol le agregó sustancia. Que no es otra cosa que la certeza de Gargano y Jesús Trindade para pasar la pelota, las moñas, amagues y engaños de Agustín Álvarez Martínez, Torres, Canobbio, Piquerez, González.

Entonces teniendo la pelota, pasándola bien, dominando las zonas de mayor influencia para convertirse en el equipo que impone las condiciones se terminó obteniendo un destaque colectivo.

Porque no hay dudas que estos 180 minutos de juego entre los grandes, por más que un partido fue para cada uno, lo que permitió comprobar es que hubo una enorme diferencia en calidad de juego. Mejor dicho, en entendimiento del juego.

En Peñarol todos corrieron, todos jugaron. Por eso mismo, defender y atacar no se limitó para los que lucieron determinados números en las camisetas o empezaron los cotejos en posiciones preestablecidas. En pocas palabras, lo que hubo un entero compromiso para cumplir con diferentes roles en la cancha.

Y así, entonces, se redujeron las posibilidades para que algún duelo individual, como los hubo, rompiera el equilibrio en su contra. Con un fútbol reactivo y proactivo, el carbonero de Mauricio Larriera dejó muy atrás aquella imagen que se había convertido casi en un castigo para todos los futbolistas: si no juega Torres no pasa nada con Peñarol.

Bueno, eso ya no es así. Para empezar porque hay que ir muy atrás para encontrar la influencia de Torres en el marcador. Y, además, aunque en este caso se limita a la valoración personal, porque en ninguno de los dos clásicos de la Copa Sudamericana terminó metiéndose en el podio de los tres mejores futbolistas aurinegros.

Allí no hay duda que el gran protagonismo recae en Gargano, Canobbio y Ceppelini. Así Peñarol ya dejó de ser el equipo del hombre solo. Ahora tiene lo que su técnico quiso encontrar: un equipo.

Puntos altos
La solidez del equipo
Peñarol avanzó a los cuartos de final

EL AGOBIO
El mejor ejemplo de la actitud que mostraron los futbolistas aurinegros para impedir que una jugada individual les distorsionara el dominio fue la forma en la que atacaron a Brian Ocampo cada vez que recibió la pelota. Lo encimaron y lo rodearon. No lo dejaron jugar.

LA CONSTRUCCIÓN
Además de cumplir bien la tarea de estar atentos a los desplazamientos de los rivales para cerrar espacios y cortar el juego, Peñarol dispuso de dos estrategas que elaboraron el fútbol y complicaron con su habilidad para hacer que el equipo se moviera eficazmente en corto y en largo. Precisión en las entregas fue una de las virtudes que tuvieron Gargano y Ceppelini.

LA VELOCIDAD
El fútbol del aurinegro en 180 minutos de juego siempre se mostró más veloz y ágil que el del tricolor. Para ello colaboró muchísimo la toma de decisiones rápidas, los movimientos aprendidos de todos los jugadores y la precisión en los pases en carrera. Allí Giovanni González, Joaquín Piquerez, Agustín Álvarez Martínez, Giovanni González y Facundo Torres dieron la nota.

LOS RETROCESOS
Los regresos de Agustín Canobbio y de Facundo Torres fueron otro punto muy alto de una tarea colectiva bien entendida y ejecutada. Su desdoble ofreció mejor contención y una cobertura adecuada de los pasillos exteriores. El aurinegro cerró caminos.

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