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Peñarol: ¿sin alma pero con buen pie?

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Hincha de Peñarol
ARIEL COLMEGNA/DIARIO EL PAIS

Tras el empate del fin de semana ante El Tanque (de atrás y en la hora) se instaló la polémica en torno a este nuevo Peñarol. ¿Perdió la identidad? ¿Es como dice Pablo Bengoechea que siempre hubo jugadores con más técnica que temple?

"Peñarol no tiene alma, se la robaron”, tiró hace unas semanas Fernando Álvez, en una nota a El País TV. “Está perdiendo su identidad”, agregó el exarquero que recordó que “un sello de Peñarol era ganar de atrás y en la hora. Eso se perdió”.

Pues bien, el aurinegro empezó el Torneo Apertura ganándole a Cerro en el Centenario pero en la segunda fecha, a puertas cerradas, dejó escapar tres puntos que parecían asegurados ante El Tanque Sisley, un equipo que según su propio entrenador “va a jugar para intentar mantenerse en Primera División”.

La palabra “actitud” recorrió las frías butacas de cemento del mismísimo Parque Alfredo Viera. “No se tomó como un partido, fue como una práctica”, sentenció una voz aurinegra mientras recorría su camino de salida al Prado.

Ayer, el propio Pablo Bengoechea salió a cruce: “Errar pases fáciles no es un tema de carácter. A mí la palabra actitud no es una cosa que me guste. Hay que llamar las cosas más por su nombre en el fútbol”, dijo y sentenció: “Cuando Peñarol ganaba y salía campeón tenía muy buenos jugadores. Predominaban los buenos jugadores”.

Bengoechea, sin dudas, recuerda los días de gloria durante el último Quinquenio (1993-1997) del que fue protagonista y uno de los hacedores de aquella hazaña, ganando clásicos, anotando goles fundamentales, transformándose en el estandarte de los aurinegros. Pruebas al canto: una enrome estatua de bronce lo recuerda en Los Aromos.

Pero ¿es tan así? ¿Peñarol tenía más jugadores de buen pie o había muchos más de carácter y temple en el campo de juego? Veamos…

En el plantel de 1993, un grupo que conformó Gregorio Pérez, el entrenador que llegó para intentar cambiar la pisada de los aurinegros y terminar con la sequía de títulos y clásicos, tenía jugadores de peso, con un temperamento superlativo, de esos que no daban pelota por perdida y que se paraban firmes en todas las líneas: Oscar Ferro, Gerardo Rabajda y Héctor Tuja eran los arqueros por aquel entonces. Dos goleros nacidos en las formativas más Tuja, un amuleto de campeón que todos los entrenadores pretendían tener en sus planteles.

En la defensa aparecían jugadores como Nelson Gutiérrez, José Enrique De los Santos, Nelson Olveira, Washington Tais, Robert Lima y Darwin Quintana, entre otros: “eran grandes, corpulentos, con una personalidad avasallante”, dijo Gregorio mientras recordaba a “sus muchachos”.

Pero no eran los únicos con esas características: Diego Dorta, José Batlle Perdomo, Gabriel Cedrés, Mario Saralegui, Danilo Baltierra, Andrés Martínez, Gustavo Reherman, conformaban el núcleo de volantes junto a Pablo Bengoechea, el talentoso, el de la pausa, el típico “10”. Pero los demás eran cancerberos, duros, metedores y muchos con una mixtura clave, como Cedrés, Dorta y Andrés Martínez.

Y arriba, más allá de tener delanteros goleadores, veloces y grandes cabeceadores, eran “peleadores” del área, iban a todas, como Darío Silva, Marcelo Otero, Adrián Paz y el “Pollo” Vidal, entre otros.
Ese plantel logró ganar el último Campeonato Uruguayo jugado a dos ruedas todos contra todos. Cortó una racha negativa y recuperó las victorias clásicas.

Se le renovó contrato a Gregorio Pérez y Peñarol mantuvo su escencia. El entrenador sumó a Oscar Aguirregaray (otro zaguero temperamental, tiempista, aguerrido) y ascedió a tres juveniles que brillaban en las formativas: Nicolás Rotundo, Antonio Pacheco y Federico Magallanes, pero también sumó a dos goleadores más: Carlos Aguilera, un exquisito en la definición y con la pelota, y a un delantero letal como Luis Alberto Romero, especialista en goles de cabeza. Otro “metedor” arriba. El plantel tenía a varios juveniles más como Marcelo Broli, Boris Acuña y Martín Rodríguez.

Peñarol volvió a ganar el Uruguayo en 1994. Y hubo una tercera renovación para el entrenador que después de varias décadas había logrado un “bi” con los aurinegros.

La línea fue la misma: se mantuvo la base, y llegaron Gonzalo De los Santos, Ruben Pereira y Carlos Macchi, volantes de buena técnica, pero también “todo-terreno”, con mucha marca y personalidad. Hubo más ascensos: Martín García, Andrée González, José Cancela y Oscar Vallejo. Peñarol volvió a salir Campeón y logró el “tri”.

“Sabías que ganabas. El equipo iba al frente. Había una confianza bárbara y se lograron resultados increíbles”, recordó Gregorio, que también había apelado a dos arqueros juveniles como Claudio Flores y Luis De Agustini.

La gran apuesta era el “tetra” y Gregorio, el entrenador que había logrado sacar a Peñarol del pozo, emigró al fútbol italiano. Llegó Jorge Fossati, que venía de las formativas del club y el aurinegro volvió a apostar fuerte para intentar quedarse con el cetro.

Se incorporaron al plantel el arquero Sergio Navarro, Marcelo De Souza, Marcelo De los Santos, Carlos Favier Soca y Edgardo Adinolfi. El grupo principal seguía siendo el mismo. Fossati cambió el sistema, Peñarol no fue el mismo de los años anteriores, pero igual logró quedarse con el Uruguayo por cuarto año consecutivo.

Ya sin Luis Romero ni Federico Magallanes, emigrados antes del Clausura, jugó las finales con dos juveniles de punta: Martín Rodríguez y Martín García.

Tras el “tetra”, el Cr. José Pedro Damiani vio la posibilidad de entrar en la historia y apostó todo a ganador en busca del Quinquenio.

“Llegué en un momento espectacular. Cuando las cosas no salían, tirabas la pelota al área y terminaba en gol. Peñarol era una tromba. Imbancable”, rememora Fernando Álvez, uno de los arqueros de la temporada 1997, que tuvo nuevamente a Gregorio como entrenador tras la salida de Fossati. No fue el único: también había vuelto Jorge “Tito” Goncálvez, Campeón de la Libertadores de 1987, y el aurinegro volvía a contar con los goles de Luis Romero y apostaba fuerte a la clase de un juvenil de Danubio: Marcelo Zalayeta y a la fuerza de Juan Carlos De Lima, un nueve de área, de enorme estatura y notable juego aéreo.

La base siguió siendo la misma. Un equipo fuerte, aguerrido, conformado por jugadores más temperamentales que técnicos como Aguirregaray, De los Santos, (hoy ayudantes de campo de Bengoechea), Goncálvez, Olveira, Tais, Robert Lima, Gonzalo De los Santos, Rotundo, Ruben Pereira, Quiñones, Bengoechea como el gran estratega, y arriba hombres letales como Romero, Zalayeta, Aguilera, y De Lima.

Peñarol, después de cuatro décadas, lograba su segundo Quinquenio de Oro, en base a un plantel conformado por jugadores que derrochaban más fuerza que fútbol, más temple que buen pie.

“Siento que le robaron el alma”, sentenció Fernando Álvez, aunque para Pablo Bengoechea, no es así: “Errar pases fáciles no es un tema de carácter…”.

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Hincha de Peñarol

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