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Ojo de lince: Juan Ahuntchain después de Peñarol

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Foto: Francisco Flores.

ENTREVISTA

Formó miles de jugadores; es el técnico con más títulos en Defensor Sporting; dirigió la selección y decidió sobre el fútbol de Peñarol. Hoy, de algunas cosas se arrepiente.

Mi niñez fue como la de todo gurí de afuera: cazando, pescando y jugando al fútbol en una época sin tecnología. Aún recuerdo mi alegría, el día en que me pude comprar una radio a transistores para poder escuchar los partidos mientras estábamos en el monte”, cuenta Juan Ahuntchain sobre su niñez en Rosario. Cuando lejos estaba de imaginar que llegaría a ser el técnico con más títulos en la historia de Defensor Sporting, que dirigiría la selección o decidiría sobre el fútbol de Peñarol.

Arrancó a jugar al fútbol a los 9 años en el Expreso Pipe. Luego pasó a la Plaza de Deportes, que era el otro cuadro. Y de allí a Estudiantes, el club del que es socio desde que nació y al que su padre había estado siempre ligado. A los 18 años se vino a Montevideo a trabajar en una ferretería al por mayor y hacer preparatorios en el liceo Miranda. Los fines de semana viajaba a Rosario para jugar en Estudiantes.

Su llegada a Fénix fue una cuestión de funebreros. Juan Carlos Bugallo, dirigente de los de Capurro, tenía una funeraria y le pregunto al funebrero de Rosario, Charbonnier, si no sabía de un zaguero. Bugallo fue a hablar con él a la Ferretería. Practicó un día y no fue más porque no podía faltar al trabajo. “Como a los 20 días Bugallo volvió a preguntarme por qué no había ido más y le expliqué. Entonces me ofreció lo que ganaba en la ferretería para que jugara en Fénix. Y allí comenzó todo”.

Estuvo poco tiempo porque lo vendieron al Monterrey de México donde jugó un año y medio. De allí paso a Vasco Da Gama donde estuvo dos años y se rompió la rodilla. Regresó y tras un pasaje por Miramar Misiones y un año Liverpool recaló en Defensor para ser Campeón Uruguayo en 1987, con Raúl Möller como entrenador.

Cuando se retiró, enseguida Eduardo Arsuaga, entonces presidente violeta, le ofreció quedarse como entrenador de Tercera División. “No olvido sus palabras. Me dijo que Möller no se iba a quedar mucho tiempo y que si veían que yo funcionaba me iban a dar el primer equipo. Y así fue. Dirigí Tercera dos años. Y cuando regresaba de jugar un Mundialito de veteranos en Miami, Arsuaga me estaba esperando en el aeropuerto. Y allí, en una servilleta del café, escribió mi sueldo y los premios. Yo lo guardé sin mirarlo. Acepté sin saber lo que me pagaba porque sabía que Arsuaga era un tipo justo”.

En su primer año al frente del equipo principal del Parque Rodó, 1991, fueron Campeones Uruguayos y ganaron la Liguilla. Estuvo cuatro años y ganó varios torneos cortos hasta que se fue a la selección, donde hizo famosa la frase “matemáticamente tenemos chance”. “Eran tiempos muy difíciles de la selección. Y era agarrar en la mitad del río, en medio de la Eliminatoria. El partido con Colombia nos marcó. No quiero entrar en detalles, pero lo único que dije en el entretiempo fue que había que tener cuidado con Valderrama que sacaba rápido las jugadas de pelota quieta. Y así fue. Uno nunca se puede arrepentir de agarrar la selección, pero con la experiencia de hoy no lo hubiera hecho en aquel momento. Pero pensé que se podía revertir una situación muy complicada”.

Luego dirigió al Celaya de México y al regresar pasó a ser el coordinador de juveniles de Defensor Sporting, tarea que realizó con gran éxito durante casi 15 años.“Fue una etapa muy buena en la producción de jugadores. Salieron y se vendieron muchísimos”.

Por esa exitosa labor lo fue a buscar Peñarol. La oferta económica era muy superior, pero le costó tomar la decisión. “Defensor era mi casa y sigo teniendo muchos amigos en el club. Costó decidirme. Luego Defensor me hizo una oferta importante para que siguiera, y me molestó un poco, pero son las leyes del juego en cualquier trabajo”.

Estuvo tres años en las formativas aurinegras hasta que asumió como director de fútbol. “Juan Pedro (Damiani) me lo había ofrecido antes y yo le dije que no varias veces. Y de eso me arrepiento un poco, aunque se ganó un Campeonato Uruguayo (con Bengoechea y Da Silva). Fueron tiempos muy convulsionados, por la salida de Pablo y luego por los problemas que hubo, incluido el clásico de la garrafa. Lo que me llevó a conocer varios juzgados”.

Ahuntchain reconoce que haber tenido que echar a Bengoechea fue lo peor que le pasó en su carrera. “Sobre todo por lo que Pablo representaba para el club. Fue difícil y medio entrevenado. No quiero tocar el tema que fue muy duro y para mí esta cerrado. Pero yo y algún amigo íntimo, sabemos bien como fue”.

Sin embargo, ese cargo pudo haberle salvado la vida. “El doctor Decia y Rienzi insistieron en que me hiciera los mismos estudios que los jugadores y me dio mal una cosa importante que agarrada a tiempo, no fue nada. Era cáncer. Si no hubiera estado ahí no me hubiera hecho esos estudios porque no soy de ir mucho al médico y hacerme análisis”.

Cuando se fue Da Silva y se estaba por nombrar al nuevo entrenador, decidió dar un paso al costado. “Era un cargo complicado y dentro de Peñarol hay muchas opiniones. La división interna es uno de los problemas del club. Era difícil estar en un cargo y en algunas cosas ya no tener ni voz ni voto”. Catino le pidió que siguiera en formativas, donde estaba Fernando Curutchet, a quien él había traído de Defensor Sporting. Pero cuando terminó su contrato de cinco años no se lo renovaron. “No tenía buena relación con la oposición y esos fueron los votos que me faltaron”.

De eso hace diez meses. “Al principio se siente un alivio, porque en los cinco años que estuve en Peñarol estaba 12 horas por día en el club de lunes a lunes. Al principio descansé, pero luego empezás a extrañar la adrenalina de la competencia”, explicó quien va al fútbol y ve la mayor cantidad de partidos porque integra la comisión creada por la AUF que premia a los mejores futbolistas de cada mes. Y además va a ver a Central donde juega su hijo Emiliano.

No descarta volver a dirigir siempre que aparezca un proyecto serio. “La parte de juveniles me gusta y lo manejo bien, sé que puedo obtener buenos resultados”. Justamente destacó a Giorgian De Arrascaeta y Tabaré Viudez en Defensor Sporting y Federico Valverde en Peñarol como los mejores entre los miles de futbolistas que ayudó a formar. Hoy al ver a Valverde en Real Madrid recuerda cuando su madre se lo quiso llevar de Peñarol. “Vino a decir que no le gustaba jugar de 5 y que se iba llorando de las prácticas. Yo le dije que le estábamos enseñando a marcar y que si aprendía a hacerlo iba a valer 5 millones de dólares, pero si no le iba a ser difícil jugar en el exterior. Pajarito es un jugador de una técnica exquisita y en Europa le enseñaron a marcar mucho más”.

GODÍN. Pero no todas fueron ganadas. Dejar libre a Diego Godín fue una de las cosas más duras. “Fue un garrón de los que me comí en el fútbol. Lo trajimos de Estudiantes, mi equipo en Rosario. Era 10 y no marcaba mucho por lo que le costó jugar. Cuando iba a hacer el tercer año, algún dirigente consideraba que ocupaba un lugar en la casita de los gurises del interior y no jugaba. Fue una de las discusiones más grandes que tuve en Defensor. Además yo tengo amistad con el padre y me costó mucho decirle que Diego no seguía. Después de eso, en algún caso parecido yo les preguntaba si querían hacer lo mismo que con Godín. Y eso me dio más fuerza. Pero son cosas que suceden en juveniles cuando tomás decisiones de quien se queda y quien no, matás una cantidad de sueños y de expectativas del pibe y de la familia. Más hoy que hay demasiadas expectativas de que el nene sea famoso y llegue a Europa. He visto muchos casos de padres que le han arruinado la carrera a sus hijos. Porque sus expectativas estaban más arriba que la realidad. Todo ha cambiado, hoy los chiquilines llegan a los clubes con 9 o 10 años con representante. ¡Es terrible! Y ya reciben dinero. Todo eso hace que a la menor frustración, como que el técnico no lo ponga de titular, aparezcan los conflictos, porque ese pibe ya estaba en Europa en su cabeza y en la de sus padres”.

Foto: archivo El País.
Foto: archivo El País.

Los animales, una de sus pasiones

Con Hanna (primera foto), su compañera inseparable. Él quería ponerle Maruja, pero ganaron sus hijos. Aún hoy si va al complejo Arsuaga (Pichincha) los perros que alimentaba hace cinco años corren a saludarlo. “Los animales son todo para mí, sobre todo los perros. De jovencito en Rosario pescaba y cazaba, hoy no mato ni una araña adentro de mi casa. La saco y la tiro en el pasto”.

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