DESDE EL ARCO
JOSÉ MASTANDREA
Macri, el presidente de los argentinos, presionó para que los superclásicos que definirán la Copa Libertadores se jueguen con hinchadas visitantes. El propio Gobierno, y los presidentes de Boca y River, dijeron que no estaban dadas las condiciones y que los clásicos serían con hinchada local. Primero en La Bombonera y después en el Monumental. Eso sucede al otro lado del charco. Bien cerca. Tratemos de marcar esa diferencia, al menos en nuestro clásico que definirá el Uruguayo y tendrá ambas hinchadas y hasta dos tribunas compartidas.
Miremos la mitad del vaso lleno. Habrá lugar para los hinchas de Peñarol y Nacional. Todos podrán vivir la fiesta clásica ante la envidia de Macri y los suyos, que quisieron pero no pudieron. Demos un buen ejemplo y que la fiesta transcurra en paz; que de una vez por todas se entienda que es un partido de fútbol y que no se termina el mundo.
Aprendamos de los jugadores que se abrazan y saludan antes del partido y sigamos el ejemplo de esas familias en donde se comparte la pasión sin dramas, con hinchas de Nacional y Peñarol. Que el clásico sea una fiesta dentro y fuera de la cancha. Con el aliento de dos hinchadas formidables, con el empuje de los futbolistas, con la estrategia y la táctica de los entrenadores, y también, de ser posible, con un arbitraje que pase inadvertido. Hagamos que Macri mire con recelo el colorido de la Ámsterdam y la Colombes, que se pregunte cómo es posible que en el Uruguay se viva un superclásico con tribunas compartidas y en paz. Tan cerca y tan lejos.