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Cuando los jóvenes ganaron la Libertadores

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Foto: archivo El País.

HACIENDO HISTORIA

El último aurinegro campeón de América surgió de una crisis económica y se afirmó con un plantel “casi juvenil” que derrotó a rivales repletos de estrellas.

Foto: archivo El País.
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"Los pibes ganan partidos, los grandes ganan campeonatos”, se asegura que dijo una vez Antonio Rattin, el caudillo de Boca. Sin embargo, el martes 31 se cumplirán 30 años de una conquista que rompió los pronósticos y las tradiciones.

La costumbre de los clubes grandes en las décadas de 1960 y 1970 era acumular fuerzas -figuras uruguayas y estrellas extranjeras- para lanzarse a la conquista de la Copa Libertadores. En 1987, Peñarol llegó a su última conquista continental por un camino totalmente diferente: fue un equipo formado en buena parte por juveniles que sobrevivieron a una aguda crisis económica del club que obligó a transferir a buena parte del plantel. Eso no le impidió lograr resonantes victorias ante rivales más célebres.

El título se decidió en el último instante del alargue de la tercera final ante América de Cali, con el gol de Diego Aguirre mil veces rebobinado y vuelto a ver en la memoria de los hinchas. Antes hubo un largo proceso, hecho de pequeños pasos.

El aurinegro fue campeón uruguayo en 1985 pero no pudo retener a sus jugadores más cotizados. Para 1986 se contrataron escasos refuerzos. El más notorio, el joven centrodelantero de Liverpool Diego Aguirre. En la Libertadores, la campaña aurinegra resultó pobre y terminó cuarto en su grupo ante River, Boca y Wanderers, con un solo punto. Para colmo, Nacional se distanció en la punta del Uruguayo.

Con pocas alternativas, el técnico Roque Máspoli comenzó a dar más oportunidades a algunos juveniles: José Perdomo, José Herrera, Daniel Vidal y los hijos de antiguos cracks, Jorge Goncálvez y Gustavo Matosas. Su ingreso coincidió con una inesperada caída de Nacional. Vino la discutidísima final por el acuerdo previo entre los grandes. Y al cabo, Peñarol se quedó con el título en la serie de penales, ya en enero de 1987. Tras los festejos, otra baja: Máspoli se fue, contratado por Barcelona de Guayaquil.

Poco después, el contador José Pedro Damiani se impuso en las elecciones del club y pensó en Oscar Wahington Tabárez como nuevo técnico. En esos días, Tabárez estaba en Colombia, al frente del seleccionado juvenil y ya había adelantado que no escucharía ofertas mientras dirigiera a ese equipo. Damiani voló hasta Colombia para decirle simplemente que lo esperaba a la vuelta para acordar su incorporación. Al regreso, se convirtió en el técnico aurinegro.

Con las arcas casi vacías, las únicas incorporaciones fueron las de Juan Carlos Paz, un hombre de experiencia en el fútbol mexicano para el mediocampo, y el puntero de Bella Vista Jorge Cabrera. Los comienzos no resultaron fáciles. Se asegura que en cierto momento el puesto de Tabárez pendió de un hilo, pero un triunfo clásico cambió la historia: fue por la ignota Copa Andalucía, pero lo consiguió con ocho hombres.

Peñarol resolvió con autoridad la serie inicial de la Libertadores ante Progreso y los peruanos Alianza Lima y San Agustín. Los hombres de mayor trayectoria de aquella formación eran el arquero Eduardo Pereira, el zaguero Obdulio Trasante, Paz y el volante ofensivo Ricardo Viera. A su alrededor, un plantel corto y joven: los laterales Herrera y Alfonso Domínguez, los zaguero Goncálvez y Marcelo Rotti, los volantes Eduardo Da Silva, Perdomo, Matosas, los delanteros Vidal, Cabrera, Aguirre, Jorge Villar y Daniel Rodríguez. Esos fueron todos los que jugaron a lo largo de aquella Libertadores.

Antes de las semifinales fueron transferidos Paz y Coquito Rodríguez, con lo cual el plantel se redujo todavía más para enfrentar la nueva instancia ante dos argentinos, Independiente y el campeón de la Libertadores ’86, River. Eso forzó a Tabárez a resignar el Uruguayo para apostar todo a la Copa.

Llegaron entonces las victorias sobre Independiente, 3-0 en Montevideo y 4-2 en Avellaneda; el empate que buscó un River lleno de estrellas en el Centenario y los dramáticos tres partidos con América, que disputaba su tercera final de la Libertadores con un combinado de estrellas sudamericanas y estaba dispuesto a todo para ganarla.

Hoy, cuando la Libertadores parece un sueño lejano y se lo intenta justificar -con parte de razón- por la diferencia entre los presupuestos uruguayos y el de los rivales, ¿cómo se explica aquel título de los “casi juveniles”? Era un equipo de gran dinámica y velocidad, que por ejemplo sorprendió aquí a Independiente con su presión en toda la cancha y en Avellaneda con una defensa cerrada y contragolpes fulminantes. Casi todos sus jugadores eran de buen pie, pero si había que poner el corazón en el botín, Trasante era el abanderado. De esa forma logró meter al América en su área en Montevideo y en Santiago.

Y hubo más: siempre el favorito era el rival, pero le supo jugar a todos de igual a igual, sin presiones ni inhibiciones.

El campeón de América ’87 era un equipo de jóvenes pero su trayectoria posterior fue breve. Comenzó a desmantelarse de inmediato: Aguirre fue transferido a Grecia, Tabárez y Trasante se fueron a Deportivo Cali y Damiani decidió prescindir de Eduardo Pereira, líder del grupo. Nadie lo imaginaba, pero en la historia se estaba abriendo un vacío de tres décadas.

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