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José Manuel Moreno: el Maradona de los años 40 jugó por Defensor

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Moreno y Martino
Coleccion Caruso

HACIENDO HISTORIA

Integrante de la famosa Máquina de River Plate, en 1952 el "Charro" se puso la camiseta violeta. Pero antes pudo haber firmado por Nacional...

El paso del tiempo tiñó de sepia las viejas fotos en blanco y negro de La Máquina, el famoso equipo de River argentino de la década de 1940, cuya delantera los hinchas siguen repitiendo como en una liturgia: Muñoz-Moreno-Pedernera-Labruna-Loustau. Y entre esos cinco cracks, el insider derecho, como le decían entonces, José Manuel Moreno, fue considerado el mejor futbolista que dio el país vecino antes de la aparición de Diego Maradona. A comienzos de los 50, aquella leyenda jugó un año por Defensor y pudo haber sido de Nacional.

Salvo en la calidad superlativa, el Maradona de los años 40 poco tenía que ver con el campeón mundial de 1986 incluso en el número (usaba el 8 y no el 10). Moreno era alto, fornido y su juego combinaba una técnica exquisita con una potencia formidable, además de un amor propio a prueba de balas. Se recuerda aquella vez que, visitante River en una cancha hostil, un hincha locatario le acertó una pedrada que le abrió la cabeza. Sus compañeros se dieron cuenta cuando vieron la sangre que empapaba su cabeza y la camiseta. Pero él no dijo nada al árbitro. “¿Para qué? ¿Para que un gil diga ‘yo le pegué a Moreno’?”, justificó.

Apareció en River a mediados de los 30 y pronto se convirtió en titular. En 1945 se marchó al club España de México. Volvió a River un año después, ya con el apodo de “Charro”, que también se justificaba por su grueso bigote. Luego jugó en Universidad Católica de Chile, Boca Juniors, de nuevo la Católica, hasta que en 1952 llegó a Defensor, con 36 años. Y después del violeta se fue a Ferro y el fútbol colombiano, para estirar su carrera hasta los 40 años.

Una parte de su leyenda se forjó con su agitada vida nocturna, que no abandonó en Montevideo. Asiduo concurrente a cabarets, teatros y locales de baile, él se justificaba asegurando que la vez que se recluyó toda la semana en su casa y se acostó temprano para un partido importante, en la cancha fue un desastre. “¿Sabes qué lindo entrenamiento es el tango para los jugadores ?... Porque mirá... tenés ritmo, después cambio de ritmo en una corrida... Después, manejo de perfiles, como le dicen ahora, trabajo de cintura, piernas...”, argumentaba.

En 1952, cuando terminó su contrato con la Católica de Chile, recibió una oferta de Nacional. Pero le exigieron varias pruebas, lo cual colmó su paciencia. Así lo relató una vez en El Gráfico: “Me encontré con algo que me llenó de estupor: antes de contratarme debería someterme yo a una ‘práctica de fútbol’. Era para cerciorarse de que, a los 36 años de mi vida deportiva, estaba en condiciones de repetir mis performances. ¡Pero Dios!, ¿era que no me conocían? ¿No tenían noticias de mis últimas actuaciones? Consideré, no obstante, prudente esa actitud, y me allané a la práctica, que dio excelente resultado. Pero me pedían otras..., ¡y eso sí que no! Lié mis petates y me las piqué para Buenos Aires, luego de manifestarles que yo no era ni podía ser ‘un jugador a prueba’”.

Entonces lo llamaron de Defensor, y como no le pidieron pruebas, arregló su incorporación por el segundo semestre de la temporada. Debutó con la violeta el 31 de agosto de 1952, justo frente a Nacional. Y se desquitó ganando 3 a 2, con participación en los tres goles de su equipo. No los convirtió, pero inició las jugadas.

Su presencia, sin embargo, había estado en duda hasta el día del partido. Durante el entrenamiento del jueves quedó muy dolorido por un golpe en la espalda. Al día siguiente casi no podía vestirse sin ayuda. El sábado tuvo que concurrir a una clínica para un tratamiento intenso. El domingo salió la cancha con una faja, sujeta con grueso vendaje, aunque nadie no lo notó porque estaba oculto por la camiseta.

Esa temporada, el Charro jugó 14 partidos por Defensor y marcó tres goles. Según el anuario de la revista Fútbol Actualidad, fue el mejor jugador del equipo ese año.

Seguramente fue porque respetó su rutina semanal de escapadas. El puntero Luis Ernesto Castro, antigua figura de Nacional que fue su compañero de equipo ese año, lo contó en la colección “Estrellas Deportivas”, que publicó El Diario: “Me acuerdo que vino solo y los dirigentes le consiguieron una pensión por ahí cerca de Bulevar y Rivera. Y llegaba la noche y allá se iba para el cabaret a vivir su vida. Pero era insólito, porque al día siguiente, en el entrenamiento, era un espectáculo. Me acuerdo que en las prácticas se llenaba de ropa, nylon, goma, y empezaba a moverse. Nosotros terminábamos y Moreno seguía dos horas más. Cuando finalizaba, su cuerpo era una laguna… Nadie le podía decir nada, porque él cumplía como el mejor. Pero llegaba la noche y allá se iba a recuperar lo perdido. Todo eso lo pudo hacer porque era un ser privilegiado. Tenía una salud de hierro, con un físico que parecía un luchador. Una cintura chiquita y un tórax impresionante, con unas piernas fuertes y una potencia bárbara”.

“Debo decir que siempre les tuve cariño a los uruguayos -tan gauchos, tan criollos como nosotros-; hermanos de la otra Banda. Juegan ‘a cara de perro’ hasta en los amistosos, por amor propio, pero una vez terminado el partido son ideales amigos”, afirmó en aquella nota de El Gráfico.

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