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Joao Havelange, la pelota por el mango

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Joao Havelange

FUERA DE SERIE

Como presidente de la FIFA transformó al fútbol pero le abrió la puerta a una enorme corrupción

Líder. Autoritario. Estratega. Visionario. Corrupto. Todo eso se dijo de Joao Havelange, el dirigente brasileño que transformó el fútbol mundial para siempre. Llegó a la presidencia de la FIFA en 1974 con la idea de convertir al fútbol en un deporte verdaderamente global, con participación de todos los países, incluso los más remotos y pequeños. Lo consiguió, aunque al precio de abrir el juego a negocios oscuros.

Falleció a los 100 años de edad, el 16 de agosto de 2016. Tuvo tiempo para ver, por televisión desde el sanatorio donde estaba internado, la inauguración de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro: la asignación de la sede para su ciudad natal fue su última gestión exitosa. Antes había dirigido el deporte brasileño, luego estuvo al frente de la selección verdeamarilla en su mejor momento y finalmente conquistó la FIFA.

Jean-Marie Faustin Goedefroid de Havelange nació en Río en 1916. De su padre belga heredó los ojos celestes, la estampa atlética y su negocio, el comercio de armas, que él después diversificó con todo tipo de empresas. En particular, una compañía de ómnibus llamada, casual pero sugestivamente, Cometa. Además se recibió de abogado y estudió varios idiomas. Socio desde joven del club Fluminense, jugó allí al fútbol aunque más que nada hizo natación y waterpolo, especialidades que lo llevaron a competir en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 y Helsinki 1952.

Como dirigente se vinculó a la Confederación Brasileña de Deportes, la famosa CBD que controlaba toda la actividad, incluso el fútbol. Este deporte estaba a cargo del dirigente Paulo Machado de Carvalho. Entre él y Havelange establecieron una meticulosa organización del seleccionado, ya cansado de derrotas como la de Maracaná 1950 o Suiza 1954. Claro que tuvieron la inmensa suerte de contar con una fabulosa generación de cracks, empezando por Pelé, lo cual facilitó mucho las cosas. Brasil fue campeón mundial en 1958 y 1962 y Havelange se convirtió en primera figura del mundillo dirigencial.

Sin embargo, el Mundial de Inglaterra 1966 representó una mala experiencia para el fútbol sudamericano. Brasil, Uruguay y Argentina resultaron eliminados con malas artes mientras la FIFA, controlada por los británicos, miraba hacia otro lado. Eso hizo reaccionar a los dirigentes sudamericano. Havelange, apoyado por el uruguayo Washington Cataldi y el peruano Teófilo Salinas, entre otros, comenzó a planificar su conquista de la FIFA.

Brasil volvió a ser campeón en 1970 y Havelange lanzó su candidatura para las elecciones de la FIFA de 1974, desafiando a su entonces titular, el inglés Stanley Rous. En 1972 Brasil organizó la Minicopa, un pequeño mundial que superó el boicot de la mayoría de los equipos europeos. En su lugar, Havelange puso la mira en los africanos, los asiáticos y los centroamericanos, hasta entonces olvidados por la FIFA.

El candidato sudamericano prometió organizar nuevos torneos y llevarlos a ese tercer mundo futbolístico. También anunció que aumentaría el número de participantes en la Copa del Mundo para permitir que más naciones pudieran competir. Rous, en tanto, era un anciano exárbitro, con ideas anticuadas, ligadas a concepciones de un deporte amateur y eurocentrista. Naturalmente, Havelange ganó las elecciones.

Pronto comenzó a cumplir sus promesas. En 1977 se organizó el primer mundial juvenil con Túnez como sede. Claro que para poner en marcha esas medidas era necesario un apoyo económico importante. Lo tuvo de entrada a través de una alianza con Horst Dassler, dueño de la compañía Adidas, quien le acercó una idea del publicista británico Patrick Nally: desarrollar acuerdos de patrocinio a largo plazo con grandes marcas internacionales, cuyos nombres quedarían asociados a la FIFA y al fútbol.

La iniciativa era tan revolucionaria que llevó algún tiempo cerrar los acuerdos. El negocio se realizaba a través de una firma de marketing fundada por Dassler, la International Sport and Leisure (ISL), que le compraba los derechos a la FIFA y luego los revendía con enormes ganancias.

Así, el crecimiento del fútbol resultó explosivo. Y Havelange se entronizó en la FIFA, sin oposición alguna hasta su retiro.

Desde su cargo supo reconocer los apoyos recibidos, como cuando respaldó la Copa de Oro en Uruguay en 1980: fue decisivo para que llegaran todas las selecciones campeonas del mundo (salvo la inglesa).

Tampoco toleró disidencias. Autoritario, pragmático, “devastador en el cara a cara” según el dirigente escocés David Will, cuando Teófilo Salinas, presidente de la Conmebol, hizo declaraciones criticando la asignación del Mundial juvenil 1985, el titular de la FIFA lo defenestró e hizo colocar en su lugar al paraguayo Nicolás Leoz. De la misma forma, puso a su yerno Ricardo Texeira al frente del fútbol brasileño.

No faltaron las denuncias, como cuando se dijo que la dictadura argentina le había regalado una estancia para que mantuviera la sede pese a las denuncias contra el gobierno por sus graves violaciones a los derechos humanos. Luego se supo también que la dictadura le había aprobado una sustancial rebaja de aranceles a Orwec Química y Metalúrgica, otra de sus empresas, para la importación de compactadoras de basura, según denunció el periodista Pablo Llonto en la revista Un Caño.

Sin embargo, Havelange parecía estar blindado contra cualquier acusación. Dejó la presidencia de la FIFA en 1998, no sin antes asegurarse de dejar en su trono a su secretario general, Sepp Blatter.

En 2001, imprevistamente, la firma ISL dio quiebra. Y cuando la justicia suiza revisó sus papeles, encontró múltiples irregularidades que involucraban directamente al expresidente de la FIFA.

En 2012, el Tribunal Supremo de Suiza sentenció que Havelange había recibido sobornos de parte de ISL (igual que Texeira, Leoz y otros dirigentes). Pero como el soborno comercial no era un delito en Suiza entonces, nadie fue acusado ni cayó preso.

Cuando estalló el llamado FIFAgate, por investigaciones de la Fiscalía de Nueva York, Havelange ya estaba retirado. Pero el escándalo terminaría salpicándolo: en abril de 2013 renunció a la presidencia honoraria de la FIFA después de que el comité de ética de este organismo dictaminara que había recibido sobornos.

Poco a poco su imagen se desmoronó incluso en Brasil. Por ejemplo, el estadio olímpico de Río, que se llamaba Joao Havelange desde su inauguración en 2007, pasó a denominarse Estadio Nilton Santos, en homenaje a un exfutbolista.

El legado de Havelange es un fútbol que abarca todo el planeta, vigoroso, popular y millonario. También una FIFA identificada con la corrupción, el autoritarismo y la falta de transparencia. Todo fue consecuencia del mismo proceso.

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