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Hay que parar la pelota

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Duele. Y mucho. Otra vida más que se lleva la irracionalidad, el fanatismo, la locura. Duele. El fútbol no tiene nada que ver. Es pasión, pero no delincuencia. Es fervor, pero no droga. Es fiesta, no tragedia.

Mientras todo se discute, y todo se pone en tela de juicio, los violentos siguen ganando su batalla.

No se perdieron los valores. Cambiaron. Son otros. También hay otros códigos, pero el Uruguay se nos va de las manos y no hacemos nada para evitarlo.

Las redes sociales, los desmanes, las amenazas, las fotos, los videos. Todo persigue un mismo fin: la violencia. Y el fútbol es parte. No puede separarse. Todo lo contrario. Es el lugar donde se han refugiado los delincuentes para hacer sus negocios y para imponer su voluntad.

Duele. Y mucho. Porque no se hace nada. O muy poco. Todos se lavan las manos. Miran para el costado, y siguen para adelante como si nada.

Tuvo que morir un joven para que se llamara a la reflexión. Ni siquiera otro baleado en la tribuna fue el disparador para que las autoridades del fútbol y del Ministerio del Interior tomaran, de una vez por todas, las riendas en el asunto.

Aplauden las llegadas de las cámaras como si fuesen solución. ¿No hay cámaras en las estaciones de servicio? ¿Y en los autoservices? ¿En los taxis? ¿En los ómnibus? ¿De qué sirven? ¡Vamos! Sincerémosno de una vez por todas.

Que la Policía haga su trabajo, y la AUF también. Pero en serio.

DESDE EL ARCO - JOSÉ MASTANDREA

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