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Ganaron todos, menos uno

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Foto: Marcelo Bonjour

Rivera: salvo el caso de Peñarol, fue “negocio” hasta para el fútbol uruguayo.

Un par de horas después del partido que Peñarol empató con Tacuarembó, en la ya incipiente —y 60’ más larga que lo normal— madrugada del domingo, la calle Sarandí y las dos plazas céntricas de Rivera seguían cargadas de gente, en muchísimos casos con camisetas y/o gorros aurinegros, que cenaba, bebía, o estiraba el tiempo que mediaba para el regreso a sus casas, cualquiera fuera la distancia a la que quedaran, tanto en bares, como restaurantes y "carritos" que pusieron mesas, sillas y sombrillas, no sólo en las aceras, sino también en la calzada.

Todo en paz. Incluso en silencio, sin coros ni cantos, y menos aún gritos destemplados. Una postal, tal vez, de lo que resultó la jornada, afuera y adentro del estadio "Atilio Paiva Olivera", con capacidad para 27.000 personas, donde se vendieron alrededor de 16.000 entradas.

Es que el saldo está por encima del dato estadístico que arrojó el reporte policial al indicar que hubo un solo detenido, y no por incidentes, sino porque el involucrado estaba ebrio: puesto al espejo de la violencia que ha aparecido en los espectáculos deportivos desde hace ya mucho tiempo a esta parte, una pavada.

Ahora bien, si la pregunta es por qué el partido disputado en Rivera estuvo rodeado de esas gratas y reconfortantes circunstancias, se caería en un error en caso de que la respuesta fuera que "la gente del interior es más tranquila"; porque, aún cuando es cierto, las veces que Peñarol fue a Paysandú y Colonia, la parte "espesa" de su hinchada —barrabravas— cometió delitos, más leves o más graves, contra distintos locales comerciales.

Para darle el valor justo a lo de Rivera, y más aún, para tratar de que pueda reiterarse, hay que ver el monte, no sólo el árbol; y ese sentido hay algo clave: cada uno de los sectores involucrados cumplió su parte.

El filtro natural fue uno que tiene puntos de contacto con losmedios empleados en Inglaterra para alejar a los "hooligans" de las canchas: el económico; allá mediante el alto valor de las entradas, y acá por lo que costaba ir desde Montevideo a Rivera: $ 1.641 de pasaje de ómnibus, más insumos de comida y bebida durante la jornada, y el precio del ingreso al estadio, que era de $ 400 para la localidad más cara y $ 150 la más barata.

En ese marco, el "aporte" de Peñarol fue notorio: no "bancó", ni subsidió, traslados para nadie. Así, a nivel de sectores populares, desde la capital fueron las barras de Villa García y Capurro, por ejemplo; pero, aún bullangeras, en las calles armaron batucadas, y ya en el estadio alentaron, tocaron el bombo en forma constante y cuando le dedicaron algún cántico al tradicional rival, no fue con términos irreproducibles, y hasta agraviantes para quienes —sobre todo niños y damas— los escucharan.

Ante ese flujo capitalino "depurado", y el más familiar y calmo del interior, incluído el de Tacuarembó, el operativo policial fue perfecto: a los "buenos muchachos" que fueron desde Montevideo con botellas de alcohol, en tres controles sobre la Ruta 5 sólo les dejaron pasar comestibles, el resto fue decomisado.

Por eso, pues, ya entrada la madrugada del domingo, Rivera vivía en paz y, excepto Peñarol, que perdió dos puntos, todos habían hecho negocio: el sector gastronómico y comercial de la ciudad; Tacuarembó con el empate; y el fútbol uruguayo en general, al que le quedó un espejo dónde mirarse. Aunque a quien mejor le cerraron los números fue al empresario Elson Macedo: puso los US$ 120.000 que Tacuarembó precisaba para empezar el Torneo Clausura a cambio de la organización del espectáculo del sábado y, a un promedio de US$ 10 por entrada, debe haber cobrado cerca de US$ 160.000 por la venta de unas 16.000 localidades.

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Foto: Marcelo Bonjour

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