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Esteban Marino, la leyenda de un árbitro sin tarjetas ni VAR

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Esteban Marino, ya retirado, en el Estadio Centenario. Foto: Archivo El País.

HACIENDO HISTORIA

Se formó en los duros partidos de la Extra y llegó a dirigir tres mundiales en base a su personalidad: no necesitaba usar el silbato para conducir los partidos...

Su estampa, alta y ancha, llenaba la cancha e imponía autoridad, sin necesidad de mostrar tarjetas o usar el VAR, herramientas modernas que hubieran sonado a fábula cuando comenzó a arbitrar los partidos en la divisional Extra, casi siempre de rompe y raja. Esteban Marino fue uno de los árbitros más famosos del fútbol uruguayo, por años representante internacional del referato nacional, juez casi obligatorio de los clásicos y además, fuente de numerosas anécdotas.

Su familia, de origen libanés, llegó a Montevideo con el apellido Baheri, que aquí algún funcionario tradujo como Marino. Y en su barrio, que fue siempre el Cerrito de la Victoria, lo conocieron pronto como El Turco, un apodo frecuente para quienes procedían del Cercano Oriente. En General Flores e Industria instaló su zapatería, que fue su medio de vida.

Mucho tiempo después, ese sobrenombre generó bromas: le tocó arbitrar el partido Turquía-Corea en el Mundial de Suiza 1954. Y le decían que había favorecido abiertamente a sus “compatriotas”, que ganaron por 7 a 0…

De joven fue futbolista en Oriental y Lito. Y participó en la fundación de los dos clubes de su barrio, Cerrito y Rentistas. Para el primero aportó tela amarilla y verde de la tienda de su padre. También se le atribuye el bautismo de los Bichos Colorados, al comentar que sus miembros eran “todos rentistas” porque al parecer no trabajaban. Pero en algún momento lo atrajo el arbitraje y allá por 1947 debutó en la vieja Extra.

En el Estadio Centenario, pero en plena actividad arbitral. Foto: Archivo El País.
En el Estadio Centenario, pero en plena actividad arbitral. Foto: Archivo El País.

Su carrera fue rápida y enseguida estaba en primera. Debutó como línea del árbitro Vigorito en un Cerro-Defensor en el Parque Santa Rosa, la antigua cancha albiceleste. Ganó la visita y los hinchas de Cerro invadieron la cancha con intenciones inconfesables pero adivinables. Entonces, Vigorito sacó un revólver que tenía escondido, pegó dos tiros al aire y los potenciales agresores retrocedieron. Así se arbitraba entonces…

Se cuenta que tras un Fénix-Uruguay Montevideo, los hinchas celestes entraron en cólera debido a la derrota. Marino se encontraba en el centro del campo y escuchó que detrás suyo alguien dijo: “¡Al juez! ¡Al juez!”. Se dio vuelta y preguntó, con su mejor cara de malo: “¿Al juez qué…?. Los hinchas cambiaron de opinión: “Al juez hay que protegerlo...”

Todavía faltaban más de 20 años para que se inventaran las tarjetas, así que todo se arreglaba con palabras. En vez de mostrar la roja, Marino solía decirle al expulsado simplemente: “¡Váyase!”. Más de una vez el futbolista sancionado rechazaba abandonar el campo, ante lo cual el Turco imponía su personalidad para convencerlo. En una ocasión el que se resistía era José Sasía. Y Marino lo invitó a que fuera a verlo a la zapatería, una forma de decirle: “Te espero para pelear”.

Cuentan que su estilo de arbitraje era muy particular: no corría la cancha, la caminaba, y se manejaba más con señas a los jugadores que con el pitazo. Él argumentaba que el silbato era para advertir a los futbolistas, no al público, por eso desde la tribuna rara vez se escuchaban sus decisiones.

Esteban Marino en la previa de un juego entre Liverpool y Rampla en Belvedere. Foto: Archivo El País.
Esteban Marino en la previa de un juego entre Liverpool y Rampla en Belvedere. Foto: Archivo El País.

A los pocos meses de debutar en primera le encomendaron su primer clásico: fue por la segunda rueda de 1949, cuando Peñarol ganó 4-3. Se retiró casi dos décadas después, con el clásico por la segunda rueda de 1968, que el aurinegro ganó 1 a 0. En esa ocasión, casi se peleó con el brasileño Celio, luego de expulsarlo. Después fue fugazmente técnico de Cerrito, pero regresó al ámbito de su viejo oficio para presidir el Colegio y de profesor de la Escuela de Árbitros.

Fue árbitro en tres copas del mundo: 1950, 1954 y 1962. Pero en su tiempo y debido al eurocentrismo de la FIFA, los sudamericanos tenían pocas oportunidades de dirigir los partidos decisivos, como empezó a ocurrir a partir de la década de 1970. Sin embargo, hubo una oportunidad, que le dio fuera de fronteras una fama que él rechazó. Para la semifinal Chile-Brasil en Chile 1962, el peruano Arturo Yamasaki fue designado como árbitro y a Marino le tocó ser uno de sus asistentes.

El encuentro resultó duro como muchos de aquel torneo. Casi en la hora, se registró un encontronazo entre el chileno Rojas y el brasileño Garrincha que Yamasaki no vio. Pero Marino levantó su banderín y los denunció. Ambos fueron expulsados.

Para Brasil, ganador de la semifinal, esa expulsión representaba una catástrofe, ya que Garrincha era su mayor estrella (Pelé estaba lesionado) y todo indicaba que quedaría fuera de la final. Entonces, sus dirigentes movieron todas sus armas para lograr la habilitación del puntero. En tierras brasileñas corrió la leyenda que eso se pudo lograr debido a que la Confederación Brasileña de Deportes le dio inmediatamente a Marino un pasaje “Santiago-Montevideo, vía París”, para que no pudiera declarar ante la comisión de la FIFA. Aparentemente esa versión la largó el técnico de la selección brasileña, Aymoré Moreira.

Marino consideró inaceptable ese rumor y se fue a Brasil a buscarlo a Moreira para pelearlo, pero no lo encontró. Años después, en una entrevista, contó que se vino a Montevideo tras el partido porque tenía que atender su zapatería. Y además, ¿dónde se había visto que declarara un juez de línea?, se preguntó. Hoy, cerca de donde estaba la zapatería, se encuentra la plaza Esteban Marino, así llamada por iniciativa de vecinos de la zona.

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