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Aquel 1988: cómo se construyó un campeón de América

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HACIENDO HISTORIA

Nacional conquistó hace 30 años la última Copa Libertadores para el fútbol uruguayo con un equipo casi sin entrellas, pero que sabía muy bien qué hacer en la cancha.

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Foto: archivo El País.

Las imágenes de Nacional campeón de América 1988 no tienen el sepia de los tiempos antiguos, sino el color moderno, por más que 30 años parezcan muchos y agiganten la nostalgia.

La sequía de Libertadores, que ahora llega exactamente a esos 30 años, es un tema que merece largos análisis. En 1988 nadie imaginaba que eso iba a ocurrir, porque los tricolores (como ocurrió un año antes con Peñarol) habían levantado el trofeo saliendo de momentos institucionales difíciles. Por eso, el repaso de aquella hazaña puede dar pistas para estimular su repetición.

La década de 1980 fue abundante en títulos para los equipos uruguayos, con cuatro Libertadores y tres Intercontinentales entre Nacional y Peñarol, y dos copas América para la Celeste. Pero los problemas económicos eran una constante incluso para los grandes, que en esos años armaron grandes equipos, vieron cómo se les desarmaban y entonces supieron crear nuevas fuerzas triunfales.

Luego de las conquistas de 1980 y el posterior Uruguayo de 1983, Nacional cayó en una larga crisis de resultados, de la cual le costaba escapar justamente por la escasez de recursos económicos. En 1985 no logró entrar en la Liguilla, en 1986 perdió el Uruguayo en una polémica definición con Peñarol y en 1987 fue superado por Defensor.

A fines de este último año quedó sin técnico tras la renuncia de José Ricardo de León. Fue llamado entonces Roberto Fleitas, que había dirigido a Uruguay en la victoriosa Copa América 87 de Buenos Aires.

Su primer compromiso importante fue la Liguilla, jugada en enero de 1988 (sin Peñarol, campeón de América). El título fue para Wanderers, pero el tricolor, como segundo, enfrentó a Defensor en un desempate por la segunda plaza en la Libertadores. Y ganó 2-0, con goles de “Pinocho” Vargas y Carrasco.

Sin embargo, Fleitas no quiso después a Carrasco, ya que a su juicio no colaboraba en la marca ni se adaptaba a la táctica del equipo. La decisión resultó polémica porque JR era el ídolo del club y prácticamente la única figura del plantel.

Con poco dinero y mucho empeño, los dirigentes encabezados por el presidente Mario Garbarino se lanzaron a la búsqueda de refuerzos para una Libertadores que Nacional no jugaba desde 1984. Se incorporaron algunos futbolistas que habían sido rivales en la Liguilla, como Daniel Revelez o William Castro. Se consiguió extender un poco más el préstamo de Yubert Lemos desde el fútbol colombiano. También se contrató a Jorge Seré. Más otros que estaban, como Jorge Cardacio o el “Vasco” Ostolaza, más la milagrosa continuidad de Vargas con una rodilla “de cristal”, Así, Nacional empezó a andar en un 1988 que sería histórico, aunque nadie podía vislumbrarlo todavía.

En marzo se realizó una larga y complicada gira por América Central, que aportó dólares a la tesorería pero sobre todo unió al grupo. Al regreso, se debutó en la Supercopa, la antigua competencia de la Conmebol. No se llegó lejos, aunque se lograron dos triunfos resonantes ante Flamengo (3-0 en Montevideo, 2-0 en Maracaná) que anticiparon algo: un equipo capaz de dar lo mejor en la competencia internacional.

Antes de la Libertadores se logró el préstamo en condiciones ventajosas de Juan Carlos De Lima, que venía haciendo goles en Botafogo. Y con él se inició la Libertadores. Nacional se clasificó segundo en su serie contra Wanderers y los colombianos Millonarios y América: tuvo buenas actuaciones en Montevideo pero cayó en Bogotá 6-1, una derrota que golpeó.

Para la segunda fase de la Copa Nacional logró un pase trascendente: el regreso de Hugo de León, además de sumar un hombre de jerarquía a la zaga, le aportó personalidad al equipo y equilibrio a todo el plantel.

Aquel conjunto tricolor no abundaba en jugadores brillantes, pero todos sabían muy bien qué hacer en la cancha. Había centímetros y kilos que se hacían sentir en la marca o el juego aéreo (Revelez, De León, Cardacio, Ostolaza, Lasarte). Había fútbol en Lemos, Soca, De León, Castro. Velocidad y pujanza en Vargas. Temperamento en Morán, Pintos Saldanha, Tony Gómez. Oficio goleador en De Lima. Y Seré tuvo una temporada extraordinaria en el arco.

Fleitas condujo al grupo con sagacidad y mano dura. Según el libro Nacional 88. Historia íntima de una hazaña, de Valentín Trujillo y Elena Risso, no resultó sencilla la convivencia del técnico con los jugadores. El propio Fleitas admitió que era un “botón”.

Durante la campaña, el técnico amenazó varias veces a la directiva con su renuncia, pero nunca la concretó: era una forma de asegurarse respaldo. También hubo roces entre futbolistas y dirigentes por adeudos. Incluso Ostolaza se fue enojado para la casa tras una discusión y tuvieron que ir a buscarlo para viajar a Cali a la semifinal con América.

Pese a todo eso, quizás gracias a eso, Nacional fue campeón de América y después del mundo en 1988. En aquella Libertadores, Nacional sufrió ambientes hostiles en Rosario y Cali, sacó resultados ante importantes rivales como visitante y supo hacer valer su condición de local en el Centenario. Para eso se necesitaba fútbol y también temple. El fútbol se ensaya y se mejora. El temple lo van forjando las circunstancias.

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