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El "Chino" más querido: casi un Robin Hood

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Marcelo Bonjour

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Edgardo Lasalvia, fue barra brava, adicto y estuvo trece días en coma; hoy le cuenta su historia a los juveniles que representa, para que no les pase lo mismo

Acababa de hacerle un pedido de supermercado a un jugador de un equipo de Primera División que lleva tres meses sin cobrar y tenía la heladera vacía. Dice que no es el Robin Hood del fútbol, pero muchas veces parece que lo fuera. Si lo llaman de madrugada sale a solucionar lo que sea. Una pieza que se incendió y hay que conseguir un hotel donde quedarse. O un juvenil que recurre a él porque sus padres tienen problemas y se pelean. Entonces lo va a buscar y lo saca un rato. O les pide permiso y se lo lleva a dormir a su casa, hasta que las aguas se calmen. Su pareja, Natalia, sabe que ese es su trabajo y lo entiende.

El ‘Chino” Edgardo Lasalvia estuvo en la barra de Peñarol y se peleó muchas veces. Cuando tenía 18 años falleció su padre, Daniel, en un accidente de tránsito, y perdió el rumbo: lo atrapó la droga. Hoy lo sigue extrañando, al igual que a su madre, Reila, pero sabe que ellos estarían orgullosos de ver su presente. “Nunca le dije a mi padre que lo amaba y lo sigo amando. Hoy daría lo que fuera por tenerlo conmigo. Todo lo que me decía mi padre tenía razón, me di cuenta cuando me faltó. Y todo eso hoy se lo inculco a mis jugadores”.

En el 2008 tuvo un accidente. Iba en moto, voló y cayó de cabeza. Estuvo 13 días en coma y durante ese lapso el Maciel estuvo embanderado de Peñarol. Aún se le nota el hundimiento de cráneo, pero no es la única huella que dejó el accidente. Tiene lagunas y hay muchas cosas de su vida anterior que no recuerda. Por ejemplo, la separación de sus padres, cuando tenía nueve años.

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Con Federico Valverde, con quien pasó un mes en España.

Nació en la Curva de Maroñas, en un hogar de ocho hermanos y solo uno hincha de Nacional. Dormían todos en el mismo cuarto, en cuchetas. Su padre era portuario y su madre empleada doméstica. “No me acuerdo de muchas cosas, pero sí de mucha unión y mucha familia. Pero éramos muchos y si había una Coca-Cola, pensábamos que había un cumpleaños”. Fue buen alumno y abanderado en la escuela. Pero como le tocó la de Artigas, roja, azul y blanca como la de Nacional, no la quería llevar. “Mi mamá lloraba porque yo no la quería agarrar. Al final lo hice y todavía me veo de medias blancas hasta la rodilla y zapatitos lustrados”.

A los 14 años se empezó a escapar para ir a ver a Peñarol. “Iba, cantaba y me dejé el pelo largo, pero la barra era otra cosa. Iba la familia, todos se conocían y se cuidaban. Y no te pegaban un piñe para que cantaras como hoy. Obvio, que había otros que no habían agarrado para el buen camino y tuve la suerte de conocerlos, porque de todo se aprende. No me arrepiento de nada”, contó.

LA DROGA. Al mes de la muerte de su padre, se fue a Rio de Janeiro a ver un partido de Peñarol. “En ese ómnibus fue la primera vez que me drogué. Me empecé a desbundar. Ya no tenía a mi viejo y me fui para abajo. Mi viejo era un lord, un caballero que siempre me inculcó el respeto por los demás, sobre todo por las mujeres. Era mucho el respeto y la idolatría por él. Cuando me di cuenta estaba enganchado. Ir a ver a Peñarol y drogarme era un hábito. Aunque mi barra de amigos, Henry, Marcelo, Ariel, el ‘Toco’, Macedo y el ‘Gordo’ me decían que yo no pertenecía a ese mundo. Me decían que saliera, pero yo no les daba bola. Me gustaba la droga, disfrutaba de esa euforia de sentirme líder y pegarle un piñe a uno de otro cuadro. Me creía vivo”.

Hasta que un día en una pelea con hinchas de Nacional vio a uno de sus hermanos mayores, Gustavo, el único hincha tricolor, del otro lado, todo ensangrentado. “Ese día me cayó la ficha. Y fue la última vez que me agarré a piñas con alguien de otro cuadro”. Fue su última pelea, pero para que dejara la droga todavía faltaba. Fue en el 2008 después del accidente. “Iba en moto y me chocó un patrullero que venía sin luces y a alta velocidad. Jugaba Peñarol con Liverpool y los chiquilines pusieron las banderas dadas vuelta por mí. Y el Maciel también se llenó de banderas, la gente creía que estaba internado un jugador. Cuando salí del coma no sabía ni que me drogaba. Me costó salir, pero lo conseguí. Después, sólo fumaba marihuana, pero la podía controlar. No como la pasta base. Fui adicto a la pasta base. Me fumé todo, pero por suerte algunas neuronas me quedaron. Sé el daño que le hice a la gente que me quería de verdad. Por suerte estaban esos amigos incondicionales de siempre. Y todos mis hermanos, sobre todo Claudia, que es muy importante en mi vida”.

Reencontrarse con Natalia, su actual pareja y la madre de sus dos hijos menores, también tuvo mucho que ver con que pudiera dejar la droga. Habían sido novios de chicos y se reencontraron por Facebook. “Cuando formalizamos le conté la verdad y ella me dijo lo que quería para su vida y que la droga no era compatible. Y no consumí más. Fue voluntad y tener a mi lado alguien que me importara. Y proyectos juntos”, explicó, y contó orgulloso sobre sus tres hijos, Valentina (17), de su anterior pareja, y Franco y Felipe de cuatro y dos años.

REPRESENTANTE. El primer jugador con que trabajó fue Jonathan Siles. “En ese momento él era del grupo Casal que lo puso a vivir en Pocitos y le dio un auto a los 18 recién cumplidos. El entorno no lo ayudaba. Sufrí mucho porque terminó dejando el fútbol. Sentí que fracasé. Y aunque recién había arrancado a trabajar con jugadores, me abrí”, relató.

Después lo llamó Daniel Fonseca para que trabajara para él. “En ese momento él no tenía feeling con Peñarol y a mí me veía siempre en todas las canchas. Pero duró solo unos meses, yo necesitaba su respaldo para resolver problemas y él aparecía y desaparecía. No prosperamos, pero aprendí mucho”.

Luego llegó Gerardo Rabadja, con quien lleva ocho años trabajando y a quien considera su amigo. “Nuestro primer jugador fue Marcel Novick, cuando vino de Fénix a Peñarol, pero el ‘Pelado’ (Rabadja) me decía que me tenía que dedicar a los juveniles. Que lo mío era eso. Que yo tenía mucha afinidad con las familias; que tenía que cuidar a los gurises y contarles mi historia para que no hicieran lo mismo. No fue fácil para Rabadja tampoco, porque yo tenía esa mochila de haber sido barra y todo eso. Se la jugó por mí y creo que no lo defraudé”, afirmó.

Fue empleado de Rabadja cinco años, pero hoy ambos son socios con los futbolistas que Lasalvia acerca a la empresa. “A él le gusta ver crecer a la gente. Me acuerdo la primera vez que fue a mi casa se fue amargado porque había que enganchar la cisterna con un ganchito. Me dijo que ya iba a salir de ahí. Y tenía razón: hoy estoy buscando casa”, reconoció.

“Creo ver bien el fútbol, pero lo que mejor hago es acompañar a los jugadores en el día a día. Es complicado para ellos porque se les acerca mucha gente porque les va bien o porque tienen contrato con una marca”, explicó.

Hoy tiene 20 futbolistas con Rabadja y 10 con Nicolás Rotundo, a quien considera su hermano de la vida. “Tengo tatuado el número 14 por él”. La mayoría son juveniles.

“A veces el jugador se va con el que le da más plata o le compra un auto. Y no está bien. Las cosas se las tienen que ganar, porque si no ese empresario después se lo va a cobrar por otro lado. Muchas veces los empresarios le dan plata a los padres para que no trabajen más. Y eso está mal porque se invierten los roles. Si yo veo eso en mis jugadores se los digo en la cara a ellos y a los padres. Les digo la verdad aunque choque”, contó.

“Yo me preocupo de la vida diaria, que tengan para comer, que no les falte un medicamento. A los juveniles les cobro los viáticos y se los administro, porque si no van al shopping y se gastan todo en un pantalón y después no tienen para el boleto. Lo mío es un combo, con ellos, con las familias, con las novias. Alguna vez me traicionaron: alguno se fue con otro empresario porque le hizo una propuesta económica, pero estoy seguro que nadie los va a arropar como yo. Me involucro mucho. Por eso tengo a dos jugadores tatuados en la pierna: a Federico Valverde, que me dedicó aquel gol en Corea y pasó todo lo que pasó, y a Jonathan Rodríguez, que fue el que me posicionó. Una vez fueron a hacerle un contrato nuevo a Los Aromos y les dijo que tenían que hablar con el ‘Chino’. Me llamó Damiani y fue mi primer contrato”.

Ramón

El día que se cruzó con la hinchada tricolor

“Viví cuatro años en Carlos Anaya, en la esquina del Parque Central, y hoy no sé si amigos, pero tengo muchos conocidos de Nacional. Y siempre los respeté. Me acuerdo una vez que me olvidé que jugaba Nacional por la Libertadores y me bajé en Avenida Italia del ómnibus. Y venía la barra caminando y yo no sabía donde meterme. Me acuerdo que el gordo Ramón, un caballero que hoy vende en los ómnibus, dijo: ‘Nacional por acá y el Chino por allá’. Hoy eso ya no pasa”.

cambio

Un caballo por la máquina de cortar pasto

Las cosas cambiaron cuando el puerto se privatizó y a su padre le dieron una plata. Se compró una casa en El Pinar y se llevó a todos los hijos con él. “Además, abrió una empresa de carga y descarga y le empezó a ir muy bien. Ya no nos faltó nada y no supimos asimilar el cambio. Un día me compró una máquina de cortar pasto para que arreglara el jardín de la casa y yo la cambié por un caballo porque amaba los caballos. Le pusimos ‘Zorro’. Un día volví a casa y el caballo no estaba. Mi papá me lo había vuelto a cambiar por una bicicleta. Yo tenía 14 años”.

el jona
Con Jonathan Rodríguez, que fue su primer contrato. 

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