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En 1944, Central le arrebató el título a los grandes

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Foto: Archivo El País

Las atajadas de Julio Barrios y los goles de Nicolás Falero valieron el título de campeón invicto, un logro entonces inédito para un club chico en la era profesional.

Mucho ha cambiado el barrio Palermo desde 1905, pero entonces ya estaban el Cementerio Central, las comparsas de negros y lubolos y también Central. Claro que para ir a jugar sus primeros partidos en Punta Carretas lo más fácil era tomar un bote en la playa Santa Ana y remar hasta Ramírez, cuando no existía la rambla y un murallón cerraba buena parte de la costa.

El club fue Central por el cementerio y sus colores blanco, rojo y azul por Los Esclavos del Nyanza. Y con los años, su estadio se llamó Palermo, cerrando el círculo de sus orígenes. En ese Parque Palermo, hace ahora 73 años, Central festejó el primer título en la era profesional de un club que no eran Peñarol o Nacional: el Torneo Competencia de 1944 lo vio imponerse invicto.

En tiempos con calendarios mucho más livianos que los actuales, las temporadas solían comenzar ya avanzado el año, aunque se prolongaban hasta diciembre o enero siguiente. La primera fecha del Competencia 1944 se jugó recién el 23 de abril y Central todavía no tenía su plantel completo. Su técnico iba a ser Alberto Suppici, el entrenador de Uruguay en el Mundial de 1930, pero recibió una oferta importante de Peñarol y negoció su salida. Antes de irse, recomendó como sucesor a Guzmán Vila Gomensoro.

Técnico y preparador físico a la vez, en su carrera además de Central dirigió a Wanderers y Racing, e incluso a la Selección uruguaya en dos partidos por el Sudamericano de 1946. A su lado en el Parque Palermo se fue formando un joven entrenador llamado Juan López. Resulta sugestivo cómo todo en el fútbol tiene su continuidad: Suppicci, el técnico campeón mundial en 1930, sugirió a Central la contratación de Vila Gomensoro. Y este terminó siendo el maestro del técnico campeón mundial en 1950.

Otro refuerzo clave fue el arquero Julio Barrios. Figura en Peñarol durante la década de 1930, después se fue a River argentino, donde desde la valla de la legendaria Máquina fue campeón en 1941 y 1942. En aquel Competencia, sus atajadas resultaron clave en varios encuentros, en particular ante Nacional. Hay que recordar que los tricolores venían de conquistar el Quinquenio con la famosa delantera Luis Ernesto Castro-Ciocca-Atilio García-Porta-Zapirain. Aquella tarde chocaron contra la seguridad de Barrios y un contragolpe que definió Nicolás Falero le dio el triunfo a Central.

Justamente Nicolás Falero, centrodelantero, fue otra de las figuras desnivelantes (además jugaba como puntero su hermano mayor Pedro). En ese torneo hizo 14 goles en nueve partidos, todo dicho. Era un jugador de recursos simples pero efectivos, con un poderoso remate que le valió los apodos de Cañoncito o Tapón. Tiempo después pasó a Peñarol por cifra récord.

Todos los equipos contaban en aquellos días con varios cracks, por lo cual también debe mencionarse al centrehalf Lorenzo Barreto y al entreala Conrado Paesch, ambos de dilatada trayectoria.

A esa altura, Central ya era la sorpresa de un torneo que había empezado con dudas. El debut fue un empate a dos contra Defensor. Luego, una goleada sobre Liverpool: 5-1. A continuación, otro 2-2, con Peñarol. Y a partir de entonces solo fueron victorias: 4-0 a Miramar, 3-0 a Racing, 3-2 a Sud América, 1-0 sobre Nacional y 3-1 a River Plate.

Cuando iba a jugarse la jornada final, el domingo 9 de julio, Central le llevaba dos puntos a Peñarol, por lo cual un empate ante Wanderers, en el Parque Palermo, le daba el título. Los aurinegros enfrentaban a Sud América en el Estadio Centenario.

La definición del Competencia se daba cruzando la avenida Ricaldoni. Como la Amsterdam (igual que la Colombes) tenía entonces apenas dos tramos, el público de esa tribuna podía seguir desde privilegiada posición lo que ocurría en el Palermo. Un adelanto de las dobles transmisiones de la televisión en el presente. Hubo 13.000 espectadores en el Centenario y casi la misma cantidad en el Palermo. Mientras Peñarol rápidamente definía su compromiso (el primer tiempo terminó 3 a 0 y al final fue 4 a 2), Central encontraba problemas para vencer a Wanderers.

El primer tiempo se cerró sin goles, aunque Nicolás Falero desvió un penal y Paesch estrelló un remate en el palo. Al reanudarse el juego, Chelle puso en ventaja a los visitantes y cargó de nervios a los locales.

Sin embargo, fue el día de gloria de Rolando Vomero. Habitualmente suplente, esa tarde le tocó reemplazar al lesionado Miguel Lariccia. Y convirtió dos goles para dar vuelta el partido y asegurar el campeonato. El primero, a los 21 minutos, un tiro a media altura. El segundo, a los 33, al tomar el rebote de un remate de Paesch que pegó en un defensa. “Ese gol fue la emoción más grande de mi vida”, contó luego a la prensa.

El barrio Palermo se convirtió en una fiesta apenas terminó el partido. El silencio que acompañaba el relato de las radios dejó su lugar a las bombas de estruendo y luego a los tamboriles. Los cafés se llenaron y los vecinos colocaron banderas en sus balcones. El plantel y los dirigentes fueron directamente de la cancha a la sede, donde la celebración se prolongó. Solo faltó Barreto, que se fue derecho a su casa: el lunes debía presentarse a las seis de la mañana en su empleo en Alpargatas. Eran otros tiempos para el profesionalismo criollo...

“El triunfo de Central hace mucho bien al fútbol -comentó El País-. Los clubes chicos pueden ser grandes siempre y cuando tomen las luchas con cariño y comprendan que el secreto del verdadero profesionalismo radica en los triunfos y también en los buenos espectáculos”.

Cuarenta años más tarde, Central (ya con el añadido de “Español” en su nombre) volvió a sorprender a la cátedra al conquistar el Campeonato Uruguayo, justo el año que venía de la “B”.

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Foto: Archivo El País

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