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El campeonato de los pases

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El momento de la firma. José Sanfilippo, rodeado de allegados y seguramente algunos curiosos, pide pase para Nacional en 1964 (Foto grande). Arriba, desde la derecha, Walter Gómez estampa su rúbrica para volver a los tricolores (1959), Enzo Francescoli po
EL PAIS

Las grandes transferencias en el fútbol uruguayo se hicieron con más ingenio y audacia que con millones: algunas merecen ser recordadas.

LUIS PRATS

Cada vez que la pelota se detiene, generalmente en verano, se inicia el campeonato de los pases. Ocurre aquí y en todo el planeta, en un movimiento que se acelera con las fortunas que se manejan alrededor del fútbol. Un viejo dicho asegura que quien gana esa competencia termina siendo campeón, lo cual no siempre es verdad.

En la historia del fútbol uruguayo hubo transferencias de gran impacto. Entre las que verdaderamente definieron torneos y hasta épocas, prevaleció más la habilidad para negociar, el ingenio para aprovechar el momento, la audacia y hasta la suerte que la entrega de grandes sumas de dinero. Este es un repaso de algunas, las más famosas.

El primer pase de sensación fue el de Carlos Scarone en 1914. Al regresar del fútbol argentino, Rasqueta, delantero de poderoso físico y buena técnica, se fue a Nacional, pese a su pasado aurinegro y al fanatismo de su padre por Peñarol. El episodio no solo originó el apodo de manyas, sino que llevó a la Liga Uruguaya a establecer que un futbolista debía esperar un año fuera de las canchas si se incorporaba a otro club sin consentimiento de su equipo original.

A partir de 1932, la adopción oficial del profesionalismo hizo caer la hipocresía de un régimen supuestamente amateur que sin embargo abundaba en pagos, premios o promesas de empleo a los jugadores. Una de las primeras pujas entre los grandes fue por el campeón mundial Ernesto Mascheroni, quien regresaba de Italia. Parecía de Nacional, pero Peñarol se lo llevó pagándole 300 pesos en el momento de firmar, un sueldo de 80 pesos mientras no jugara y 120 a partir de su debut, más mil el día de su primer clásico, 200 como paga extraordinaria y hasta 30 pesos más para la madre.

Nacional respondió un año más tarde con un gran esfuerzo para armar el primer equipo de estrellas: trajo al Mariscal José Nasazzi de Bella Vista, al goleador del campeonato anterior Juan Labraga (Rampla Juniors) y sobre todo al famoso zaguero brasileño Domingos Da Guía.

A mediados de 1937, Peñarol se anotó un éxito con la contratación del delantero argentino Miguel Ángel Lauri, quien era figura en el fútbol de Francia pero se volvía a su país por temor al servicio militar (era descendiente de franceses) cuando se avecinaba la guerra. El presidente aurinegro Francisco Tochetti Lespade, el capitán Álvaro Gestido y el jugador argentino Horacio Tellechea no perdieron tiempo, lo visitaron en el barco que lo traía de Europa y lo convencieron para enrolarse en el equipo. Jugó solo seis meses, pero en gran nivel.

Poco después, Nacional obtuvo el pase más importante de su historia, aunque no requirió ninguna negociación complicada o gran desembolso de dinero. Incluso el propio protagonista llegó totalmente inadvertido a Montevideo. En virtud de la antigua amistad entre los tricolores y Boca Juniors, el dirigente Atilio Narancio fue a Buenos Aires a buscar jugadores a ese club. Le ofrecieron una lista de desconocidos. La leyenda asegura que Narancio eligió a Atilio García porque se llamaba igual que él. Es probable que así fuera, porque el delantero había jugado sin mayor relieve en Platense y Boca. Lo probaron en el verano de 1938 y enseguida demostró su capacidad. Al cabo de más de una década en el club, se convirtió en su mayor goleador histórico, además del principal anotador en los clásicos.

Otro pase que reveló habilidad fue el de Rinaldo Martino a Nacional en 1950. El argentino era figura en Juventus de Italia. Boca lo traía de regreso, pero como el libro de pases estaba cerrado en Buenos Aires, los tricolores lo trajeron, aprovechando que aquí los extranjeros podían firmar en cualquier momento. Llegó ya empezado el Uruguayo de aquel año, pero resultó clave para que el club se llevara el título por sobre Peñarol, que tenía la base de Maracaná.

GOLES

Una arriesgada apuesta, que pronto se reveló ganadora, fue la de Peñarol con Alberto Spencer. Los aurinegros pagaron 10.000 dólares, una importante suma en 1959, por un futbolista ecuatoriano, cuando este país estaba muy lejos del primer plano.

El "descubridor" de Spencer fue Hugo Bagnulo, técnico de Peñarol en julio de aquel año, cuando el club disputaba un cuadrangular por la inauguración del estadio Modelo de Guayaquil. El delantero, jugador del Everest, reforzaba al Emelec. Sus aptitudes técnicas y físicas impresionaron al entrenador, que sugirió su compra. Dirigentes y hasta jugadores aurinegros hablaron con Spencer, pero por diversas razones no se pudo concretar la operación. A fines de ese mismo año, Alberto integró el seleccionado ecuatoriano que disputó el Sudamericano. Juan López fue el técnico del equipo anfitrión y también lo recomendó.

Finalmente, en enero de 1960, el presidente aurinegro Gastón Güelfi viajó a Ecuador para concretar el pase. Everest pedía 10.000 dólares, pero subió su cotización a 15.000 luego que se anunciara que también Nacional estaba interesado. Al final, Güelfi logró arreglar por el precio original, de los cuales 4.000 fueron para Spencer. En febrero, el jugador llegó a Montevideo, ante la atención de la prensa y tal vez la curiosidad del público. Desde su debut, en un amistoso ante Atlanta de Buenos Aires, Spencer demostró que también en Ecuador nacían cracks.

Ganar la Copa Libertadores se estaba convirtiendo en obsesión de Nacional ya al comienzo de la década de 1960. En 1964, pese a que el equipo estaba casi clasificado a las semifinales, se resolvió reforzarlo con los goles del argentino José Francisco Sanfilippo. El llamado Nene era toda una estrella, pero de difícil personalidad. Boca había decidido darle salida luego que le pegara un puñetazo al ayudante técnico, Luis Deambrosi, por haberlo dejado como suplente en un partido amistoso. El presidente tricolor, Eduardo Pons Etcheverry, viajó a Buenos Aires en abril de aquel año a discutir con su colega boquense, Alberto J. Armando, los términos de la transferencia. Fue un préstamo por un año. Nacional acordó pagarle a Boca un millón de pesos argentinos, a lo que sumó vales de River argentino por la anterior transferencia de Horacio Troche, más los pases de Rubén González, Juan José Rodríguez y Ramón Abeledo. Además, Sanfilippo iba a recibir una prima de tres cuotas de un millón y medio.

Sanfilippo siguió haciendo goles con la tricolor, pero se fracturó una pierna en un amistoso sin historia contra Vasco da Gama antes de la final de la Copa, lo cual frustró el principal objetivo de su contratación. Siguió en Nacional hasta comienzos de 1966, cuando también Pons se cansó de sus desplantes y lo vendió a Banfield.

Y MÁS GOLES

En 1969, Nacional registró su tercera final continental perdida, con un déficit de gol notorio. Y volvió a apuntar a un goleador argentino para solucionarlo. Los dirigentes supieron que Luis Artime, por esos días en Palmeiras, quería irse de Brasil porque sus hijos estaban por comenzar la escuela. Los tricolores, además, tenían fondos suficientes como para lanzarse a la aventura de un pase caro, ya que su rifa "La Gran Jugada" resultaba un enorme éxito.

A través de un contratista residente en San Pablo, el presidente Miguel Restuccia comenzó a negociar bajo total hermetismo, llamando a un teléfono público en la capital paulista. Palmeiras pedía 250.000 dólares. Nacional respondió ofreciendo 200.000, una suma muy respetable, con una entrega inicial de 50.000 y el resto en cuotas. Los brasileños aceptaron.

Con Artime, hubo que ampliar la vitrina de trofeos de la avenida 8 de Octubre para colocar las copas Libertadores e Intercontinental, pero más adelante la economía del club comenzó a flaquear. Se registraron atrasos en los pagos a Palmeiras, al punto que el pase se terminó de saldar recién cuando Artime se marchó al Fluminense de Río de Janeiro, en mayo de 1972. Algo más de un año más tarde, regresó a Nacional, pero sin desembolso de dinero: fue un trueque por el zaguero Angel Brunel.

A fines de 1972, Fernando Morena era la revelación en River, además de puntero izquierdo titular de la Selección uruguaya. Estaba cantado que sería el pase del año, aunque tanto Peñarol como Nacional sufrían una aguda crisis como para atreverse a pagar lo que pedía River: 100 mil dólares.

Los dos grandes hicieron movimientos en aquel enero de 1973. Muchos se convirtieron en historia, como la entrevista de Morena con Restuccia, que disgustó al jugador y comenzó a acercarlo a Peñarol, por más que en su infancia fuera hincha tricolor. Además, el Nando quería jugar como centrodelantero, lo cual no era seguro en Nacional que tenía al goleador 72, el argentino Juan Carlos Mamelli.

El 24 de enero, Güelfi y el vicepresidente Washington Cataldi acordaron con el titular de River, Eduardo Castro Quintela, los términos de la transferencia a Peñarol. Pocas horas después, Güelfi falleció sorpresivamente. Cataldi terminó de cerrar el pase y Morena firmó el día 26. Sin mucho dinero para ofrecer en la mano, se trató de un préstamo, inicialmente por un año, que se fue renovando hasta que Peñarol adquirió el pase definitivo tres años más tarde. Si había una transferencia al exterior, River se llevaba el mayor porcentaje. Ese complicado acuerdo, más la elevada cotización que pronto se le daría al número 9 (un millón de dólares), determinaron que Morena se quedara en Peñarol hasta 1979, período en el cual se convirtió en su mayor goleador histórico. Según la prensa de 1973, el aurinegro abonó a River 10 millones de pesos al contado y prometió otros 20 para febrero, más los pases de seis juveniles. La opción fue fijada en 70 millones.

En 1981, durante un momento deportivo adverso de su club, Cataldi lanzó la idea del regreso de Morena desde Valencia de España. El dirigente logró repatriarlo a cambio de algo más de un millón de dólares. Peñarol tuvo problemas para abonar toda la suma y de hecho, eso repercutió negativamente en su economía posterior. Pero en esa segunda etapa aurinegra, Morena trajo la Libertadores y la Intercontinental.

De clubes uruguayos al exterior hubo infinidad de pases, debido al escaso poderío económico de los clubes locales. Algunos, sin embargo, fueron muy debatidos, como el de José Loncha García al Bologna de Italia en 1948, que tuvo que ser aprobado por una asamblea de socios de Defensor. O el de Juan Alberto Schiaffino de Peñarol al Milan en 1954, que representó el pase más caro del mundo hasta entonces, por el equivalente a 100.000 dólares.

Pero la transferencia que llevó más tiempo, sin dudas, fue la de Enzo Francescoli de Wanderers a River argentino, cuyas gestiones se estiraron durante los primeros meses de 1983. Wanderers pidió medio millón de dólares por su ascendente número 10 y los argentinos ofrecieron 300.000. Al final, luego de larguísimas reuniones entre los titulares de ambos clubes, Mateo Giri y Rafael Aragón Cabrera, se acordó que sería por 310.000 dólares y el 20% de una futura transferencia.

Pero la economía de River no gozaba de buena salud entonces, por lo cual carecía de efectivo. Y ofreció pagar 50.000 al contado y el resto a dos años, con unos documentos de un banco italiano que había intervenido en el pase de Ramón Díaz al Napoli. Wanderers, que un par de años antes había sufrido mucho para que Boca le saldara una deuda por el pase de Ariel Krasouski, rechazó esa fórmula. Incluso llamó a asamblea de socios para que decidiera sobre el curso de las negociaciones.

Los asociados, reunidos en la cancha de pelota de la vieja sede bohemia, aprobaron el pase pero bajo la condición que River entregara avales por su deuda. Al final, el club argentino obtuvo los documentos a través de un banco uruguayo y después de más de dos meses de negociaciones, Francescoli se puso la camiseta con la banda roja.

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