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Aprendió la lección

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Agustín Sant'Anna. Foto: Ariel Colmegna
Ariel Colmegna

El lateral albiceleste Agustín Sant' Anna no quiere ilusionarse con Defensor Sporting porque ya lo hizo con Nacional y le fue mal

Agustín Sant’Anna trata de tener la cabeza metida en Cerro, el club donde se crió. Sabe del interés de Defensor Sorting, pero no quiere ilusionarse. Ya le pasó cuando se aseguraba que su pase a Nacional era un hecho y le costó caro.

“Cuando hay una chance de mejorar, ilusiona, pero hay que tener la cabecita metida donde estás. En varios períodos de pases Nacional me quería y al final no pasó nada. Y eso a cualquiera lo bajonea anímicamente. Y después es difícil recuperarse. Me afectó mucho. Perdí roce en Primera División, perdí ritmo físico. Y cuando volví del Sudamericano Sub 20 con la selección, caí muy abajo. Venía del éxito y me caí muy abajo”, reconoció el lateral de 19 años mientras esperaba que una de las cuatro duchas que funcionan en el vestuario albiceleste se desocuparan.

“No es sólo que me la creí un poco, sino que venía del éxito, de salir campeón, algo maravilloso que me tocó vivir, y cuando venís de eso es muy difícil mantenerse. Por eso muchas veces se baja el rendimiento. Ahora aprendí que aunque hayas salido campeón hay que dejarlo enseguida atrás para mirar hacia adelante”, agregó quien no fue citado para el Mundial de Corea. Y ese fue otro golpe duro para él.

“Me afectó un poco sí, frente a mis compañeros me hice el fuerte y vine a entrenar como un día normal, pero en mi casa me puse a llorar. Yo sabía que no estaba bien ni física ni futbolísticamente. Me faltó jugar en mi club, llegué del Sudamericano y jugaba 10 o 15 minutos por partido en el segundo tiempo. Y cuando uno juega en su club tiene un plus para la selección, sin jugar era más fácil que me sacaran”, admitió y contó que no siempre se levantó temprano para ver a sus compañeros en Corea. “Cuando jugaban a las 7 sí me levantaba y lo veía como si estuviera en el banco, como si estuviera ahí con ellos; mucho nerviosismo”.

CONFIANZA.

Aseguró que no ha hablado con Eduardo Acevedo, el técnico más importante en su carrera. “Si él no me hubiera hecho debutar aquel día en Colonia frente a Plaza, no estaría acá. Seguiría alternando con Tercera. Porque no son muchos los técnicos que se la juegan por los juveniles. Eduardo lo hace y está bien porque ya al fútbol no se juega con nombres, sino con el que está mejor”, recordó sobre su debut. “No me lo olvido más, porque después de ahí Eduardo me dio la confianza y me dejó seguro en el lateral”.

El que sí lo llamó fue Carlos Benavídez, quien fue su compañero en la Sub 20. “Somos amigos y también con Boselli. Y me llevo bien con el ‘Coto’ Correa, con quien jugué acá en Cerro. Pero con el único que hablé fue con Carlos. Jodiendo me dice que me va a llevar para Defensor. Je”.

Nació en Montevideo, en el Cerro, pero cuando tenía tres años su padre se quedó sin trabajó y se llevó a su familia a su Baltasar Brum natal. “Enseguida mi padre me puso a jugar en el cuadro donde había estado él porque yo siempre dormía con la pelota abajo del brazo, la pelota era mi almohada”, relató. Por eso cuando años después arrancó en Primera y decidió dejar los estudios para dedicarse al fútbol, sus padres, Hugo Ariel y Patricia Carolina, lo bancaron.

Luego, su padre regresó a Montevideo. Y cuando ya tenía trabajo seguro y había alquilado casa volvió a traer a su familia. “En esa época cuando mi padre se vino, lo veíamos poco. Cada una semana, o dos, o un mes. Cada vez que volvía para nosotros, que somos cinco hermanos, era una alegría bárbara. Venía de trabajar toda la semana, pero no le importaba descansar, aprovechaba para estar con nosotros aunque fuera poco tiempo”.

Al regresar volvieron a instalarse en el Cerro y Agustín jugó en Sauce, un club a dos cuadras de su casa. Un año antes de terminar el baby fútbol arrancó en la escuelita de Cerro, donde hizo todas las inferiores. “Cada vez que me pongo esta camiseta la defiendo a muerte porque fue el club que me abrió las puertas, sin importarle que yo a los 10 años era muy chiquito”.

Hoy su padre, que trabaja en la construcción, está en el seguro de paro. “Con eso y yo que ayudo en la casa, la vamos llevando”.

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