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Américo Signorelli: Memorias de un hombre de radio

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Américo Signorelli

ENTREVISTA

El pionero de las notas de vestuarios en el fútbol uruguayo recuerda sus comienzos y algunas de las figuras que conoció, de Obdulio a Troilo.

Siempre locuaz, con facilidad para la ocurrencia y hábil para el lunfardo, Américo Signorelli solo se quedó sin palabras cuando le tocó entrevistar a su hijo Marcelo, técnico de Hebraica, cuando terminaba de consagrarse campeón de la Liga Nacional de básquet en 2012. Frente a Ovación retomó su faceta conversadora y recordó mil anécdotas de su vida y su trayectoria periodística.

¿Quién sos vos que la radio no te nombra?, decía un viejo, viejísimo dicho. Américo se lo tomó en serio y se la jugó por ingresar a los medios. Fue el primer vestuarista -esto es, periodista de vestuarios- en el Estadio Centenario, un oficio que lo hizo ampliamente conocido y sumamente copiado.

“Soy gardeliano y tanguero. Me gustan las patas de los caballos, el automovilismo, el asado. Soy muy familiero y amigo de mis amigos”: así se presenta. Después completa su autodefinición hablando de su amor por la radio y por el periodismo. A punto de cumplir 85 años, sigue siendo amigo de sus amigos, vecino ilustre de Pocitos, visitante frecuente de la playa en verano. Todavía le duele el cese de Marcelo al frente de la selección uruguaya. Su hijo, así como sus nietas, son su gran orgullo.

De niño era muy pillo, demasiado. Soy de la Unión y andaba todo el día en la calle. Pasé por varias escuelas y no terminé la primaria. Nací sordo del oído derecho, me di cuenta muy chico. Mi padre jugaba en Nacional y me llevaba al Parque Central. Trabajó como feriante y cartero. Tenía siempre la foto de Atilio García en la gorra. Pero Nacional no lo trató bien.

El 9 de octubre de 1949 me levanté temprano para ir a la Pista de Atletismo. Me vestí con un saco nuevo, verde y blanco a cuadritos. Ese día corrían los cien metros figuras de primer nivel: Gerardo Bonhoff, olímpico argentino; Walter Pérez, Hércules Azcune, Juan Jacinto López Testa, Mario Fayos. Ganó Walter Pérez. En eso empezó a llover. De ahí me fui para el Estadio Centenario porque se jugaba un clásico. Busqué a mi tío, Manuel Martínez, que tenía ‘chapa dos’: era gerente en la AUF y me hacía entrar a los partidos. Me llevó al primer anillo de la Olímpica, un buen sitio. La lluvia había parado, pero de pronto me sentí empapado: los vendedores de refrescos habían vaciado un medio tanque arriba mío, sin verme. Vi todo el partido mojado. Nacional no salió en el segundo tiempo y ganó Peñarol. Y ese día me hice hincha de Peñarol.

Tuve más de quince empleos. Muchos de rompe y raja. Fui mandadero, tomé consumos, vendí libros, fui feriante, animé tablados de Carnaval… Disfruté la vida, pero siempre laburando. Estuve en muchas radios y muchos programas. Lo que más recuerdo fue cuando trabajé con Juan Carlos Mareco, Pinocho, en Waku waku. Era un fenómeno.

Conocí a Obdulio en el año 48, durante la huelga. En la cancha de Platense había dos partidos para recaudar fondos. Me acerco y le dijo: “Perdón, Obdulio…”. Y él me dice: “No, Jacinto”. Él pensó que quería jugar, me miró las piernas y dijo que eran para el Solís. Pero yo quería ayudar. Me mandaron como equipier de uno de los equipos. A Obdulio le gustaba sentarse a tomar mate debajo de un ombú en Los Aromos. Cuando llegó Hohberg a Peñarol e iba a jugar su primer clásico, lo llamó y le preguntó. ‘¿Usted sabe contra quien jugamos?’ ‘Sí’, le respondió. ‘¿Usted sabe la historia?’ Hohberg pensaba que le estaba tomando el pelo, pero Obdulio hablaba muy en serio. ‘A usted lo va a marcar el Cato Tejera. Le va a dar de entrada. Usted no tiene que decir nada. Después, yo voy a dejar la pelota entre usted y él. Y usted sabe lo que tiene que hacer’. Empezó el partido y Tejera lo ‘mató’ a Hohberg. Se le acercó Obdulio y le preguntó: ‘¿No le dije?’. Al rato, Obdulio dejó la pelota entre Hohberg y Tejera. Y Hohberg supo qué hacer. Me lo contó él mismo.

El fútbol, el básquet, Maroñas, tienen su clientela. Por ejemplo, el Parque Palermo tiene su gente, la de Defensor la suya. También las canchas de Rampla y Fénix. Ahí van muchas mujeres, por el paisaje de la bahía que es algo maravilloso. Y si un domingo cierran es un drama para esa gente. A mí me gustan las carreras. Maroñas tiene su embrujo. Los caballos, como las mujeres y los cuadros de fútbol, dependen del cristal con que se los mire. Los argentinos siempre dicen: ‘Ustedes tienen los jockeys y nosotros los caballos’. Es así, los caballos de allá son diferentes a los nuestros.

Era peón de almacén de la Cooperativa de Hacienda, allá por 1958, 1959. Y pensaba que como no terminé primaria iba a ser portero toda la vida. Un día me llamó el gerente general, Walter Lavalleja Sarries, que fue dirigente de Nacional, y me presentó a Heber Pinto, que ya era gran figura del relato de fútbol. Venía a comprarse camisas. Y yo quería entrar al mundo del periodismo. Siempre pensé en aquel dicho: ‘¿Quién sos vos que la radio no te nombra?’ Te digo que me gusta más la radio que el fútbol. Y me dije: ‘Es mi oportunidad, yo le hablo acá a Heber’. Lo bueno que tuve es que nunca fui tonto, si me crié entre vivos... Le conseguí dos camisas de popelina y dos de tricolina. Cuando se las llevé a su oficina en radio Oriental, le dije que tenía una idea por algo que había visto en Brasil: las radios hacían notas en la cancha y los vestuarios. Y me llevó. Trabajé años con él y era el único vestuarista que viajaba con el relator, pero nunca me pagó.

Estaba seguro que si la radio me nombraba iba a ser un fenómeno. Trabajaba con un handy importado de Japón, un lujo. Mi primer día fui al vestuario de Peñarol, pedí que llamaran al Tito Goncálvez y me presenté. ‘Vengo a hacer vestuarios’, le dije. ‘¿Queee?’ me contestó él, con ese vozarrón que tenía. Y me autorizó a entrar, pero con una condición: ‘Esta es una iglesia y no se pueden contar los pecados’. Él fue el primer entrevistado, allá por 1962.

Américo Signorelli.
Américo Signorelli hoy, frente a la cabina de radio en el Centenario que lleva su nombre.

Iba todos los sábados y domingos al Estadio, nunca faltaba, pero jamás vi un segundo tiempo. Ya estaba en la puerta del vestuario, listo para hacer las notas. A los tres meses ya me sentía Gardel. Las otras radios comenzaron a copiarme, pero era tarde, ya me habían dejado crecer. Después pasé por otras radios. Trabajé con Carlos Solé, Víctor Hugo (Morales), Carlos Muñoz, Lalo Fernández, entre otros.

Cuando le dije a Heber Pinto que quería cobrar por mi trabajo me llevó a la firma Lamas Garrone y me consiguió un empleo. Me pusieron de vendedor de maquinaria agrícola, fijate. No sabía nada de eso, pero tuve suerte. Soy un dechado de virtudes del culo. Un día le vendí un camión Thames Trader al ministro de Ganadería, que era Federico Soneira. El dueño de la empresa se asomó y no lo podía creer. Después trabajé en Sevel y me fue muy bien.

Entre los muchos sitios donde trabajé estuvo CX 32. Tenía un programa, Entre el tango y Troilo, que tenía un solo long play. Un día me avisaron que estaba Pichuco en el restaurante Mario y Alberto. Me fui corriendo y estaba el hombre. Cuando lo vi, le dije: ‘Para mí, estar con usted es como estar con Artigas o con Obdulio Varela. Le puedo contar toda su vida porque lo leí todo’. Troilo me agarró la mano y me firmó ese único disco con esta dedicatoria: ‘Américo, gracias por todo’.

Cumplí con lo que yo quería. Era tener una casa, un auto, una casita afuera, un hijo, nietos. ¿Para qué más? Con eso me quedaba tranquilo. Lo conseguí. Y luego le di todo a Marcelo. No soy católico, pero sí fanático de Dios. De noche hablo con el Flaco y con mi señora, que ya se fue. Y me pongo a escuchar la radio.

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