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La altura existe y se siente en demasía

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Peñarol
Emilio Huascar

FÚTBOL

Uno la siente sin estar corriendo... En la cancha se hace casi imposible. 

Las conexiones entre Montevideo y cualquier parte de Bolivia no son las mejores ni las más cómodas. Me tocó salir el lunes de Uruguay para ir a un partido que se jugó anoche y regresaré recién mañana.

El destino final fue Oruro con base en Santa Cruz de la Sierra. En la mañana del miércoles volé desde esta última ciudad hacia Cochabamba y al final aterricé en la localidad ubicada a 3.800 metros. “Tomate unas pastillas de sorojchi pills, tomá té de coca, comé liviano y no vayas a tomar ni una gota de alcohol”, fueron las principales recomendaciones de uruguayos conocedores del tema.

Pasadas las 11 llegué a Oruro y de inmediato el aire me cambió. Ni bien llegué al hotel me atreví a subir un piso por escaleras para ver qué se sentía. Sensación horrible. Capaz le erré y no debí hacerlo, pero sentía la necesidad de exigirme porque el motivo de mi viaje fue cubrir un partido de fútbol entre jugadores que están habituados a jugar en el llano contra otros que la altura es su hábitat natural.

Tomé té de coca en dos oportunidades, almorcé liviano, pero el dolor de cabeza llegó para no irse nunca más. Luego un pequeño malestar estomacal. Había que partir al estadio y la altura ya la padecía.

Tomé mucha agua, traté de no comer porquerías, pero la altura se sentía. Un pequeño trote en la cancha fue casi la debacle, pero quería saber qué sentían los jugadores que más allá de ser profesionales y estar mucho más entrenados que yo, sintieron los efectos de jugar a 3.800 metros.

No es un cuento. La altura existe, se siente y anoche le tocó a Peñarol una vez más padecerla.

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