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Maximiliano Gómez, Gonzalo Carneiro y Nicolás Correa festejan el gol del título. Foto: Gerardo Pérez

Defensor, el campeón que juega bien en todas las canchas.

Iban algo más de 70 minutos y las noticias que llegaban desde el Centenario no son buenas. La tarde que para Defensor Sporting había comenzado con un tiro en el palo, con la ventaja a través de un penal y con el 2-0 en desventaja de Nacional ante Sud América, de repente se había puesto oscura y no por la llovizna que caía sobre Capurro.

El tricolor había dado vuelta el marcador, ganaba 4-3 y acá, sobre la bahía, Defensor era un saco de nervios que no podía romper el 1-1 que hacía rato había decretado Waterman. La ansiedad había transformado al violeta en un equipo impreciso e inócuo, lejos del juego colectivo que adornó toda su campaña.

Eduardo Acevedo caminaba de un lado al otro y tomó la decisión: era hora de quemar las naves. Puso a Facundo Castro por Mathías Suárez. Era al todo o nada. Ya estaba en cancha Gonzalo Carneiro, que había reemplazado al lesionado Mathías Cardacio, y también Ayrton Cougo había ingresado por Gonzalo Bueno, cuya velocidad había sido frenada a golpes, como en el penal para el 1-0 marcado por Maxi Gómez.

Los hinchas violetas alentaban tibiamente porque los nervios les impedía que la voz saliera más fuerte; los de Fénix estaban un poco más entusiastas, porque en realidad su equipo parecía estar más cerca del 2-1 y porque, al fin y al cabo, no querían vuelta olímpica en casa si no era propia.

Pasaron dos minutos como en cámara lenta para los de Punta Carretas, hasta que volvió a aparecer Maxi Gómez. Centro, Carneiro la bajó de pecho y al borde del área y de frente le pegó el centrodelantero. El balón se desvió en un rival y se metió contra el caño. Gol, explosión en la tribuna de la bahía, locura entre los jugadores violetas en la cancha... Faltaban 12 minutos más descuentos: una eternidad.

Fénix ya no tuvo fuerza. El partido se hizo ríspido y cada caída de un jugador era tiempo ganado por el postulante a campeón. Defensor no jugó bien, pero ayer eso era lo que menos importaba. El mérito lo había hecho antes, al perder un solo partido y al haber metido un sprint final memorable, con siete triunfos (los últimos seis consecutivos) y dos empates, aun teniendo un fixture muy complicado en el final.

Ahora era tiempo de cerrar el partido, esperar el pitazo final de Ostojich y liberar todas las horas de tensión en el festejo. Sí, Defensor Sporting es el campeón y bien merecido lo tiene: porque fue la mejor expresión colectiva del Apertura, porque verdaderamente jugó en todas las canchas (mérito mayúsculo); porque cuando armó el plantel pensó en lo que necesitaba y no en traer y tapar juveniles; porque le ganó a Nacional y a Danubio y empató con Peñarol. Y porque Maximiliano Gómez merece irse a España por la puerta grande, como todo un héroe.

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Maximiliano Gómez, Gonzalo Carneiro y Nicolás Correa festejan el gol del título. Foto: Gerardo Pérez

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