El clásico se disfrutó en las tribunas en paz y con respeto.

La pasión se encendió, más bien, o concretamente, con el comienzo del partido. O poco antes, tal vez, cuando los dos equipos ingresaron a la cancha.

Antes, en realidad, todo transcurrió muy en calma, como debería ser siempre: en forma civilizada.

Coros, cantos, incluso algunos contrapuntos aislados, pero —al menos hasta el inicio de una nueva edición del clásico del Río de la Plata— casi en ningún caso de tono insultantes; o agraviantes.

Es más, cuando desde cualquiera de los sectores del estadio fue naciendo una manifestación coral de esa clase, fue muriendo casi al instante, enseguida perdió fuerza y quedó prácticamente "en offside", como desairada.

Se entiende, de un lado —Uruguay— el componente de los hinchas que llegaron a La Serena, como los que antes fueron a Antofagasta, se basó en grupos de amigos o núcleos familiares; y del otro —Argentina— pasó más o menos lo mismo porque las autoridades chilenas fueron inflexibles en lo que hace al control de la llegada de los contingentes de "barrabravas".

Esto último, precisamente, quedó expuesto con notoriedad por la mañana de ayer en la soleada avenida del Mar (rambla) de La Serena, donde se vieron muchos autos y casas rodantes con matrículas argentinas, pero en "plan de turismo", de disfrutar la fiesta desde muy temprano y en un ambiente muy familiar.

Esa imagen se trasladaría luego a los alrededores del estadio, donde los hinchas de los dos fueron llegando en forma muy pacífica, al extremo de que caminaban juntos o se entrecruzaban en una misma calle sin siquiera proferirse siquiera chanzas.

En fin, por suerte, el del Río de la Plata, que es un clásico del tercer mundo, fue del primero; por la Copa América y por un rato.

Copa AméricaJORGE SAVIA