MI OPINIÓN

El rostro de Valtteri Bottas en el podio del Gran Premio de Fórmula 1, disputado en Silverstone (Inglaterra) este año, lo decía todo.

Su rival más encarnizado, Lewis Hamilton, le arrebató una carrera del buche. Bottas tenía la pole, un auto perfecto, pero el triunfo se lo adjudicó Hamilton. En la historia de la Fórmula 1 han existido rivalidades legendarias dignas de mencionar.

Las trampas, los celos profesionales, las hostilidades entre pilotos llevadas a sus límites más extremos. Recordemos a Senna/Prost, Hamilton/Rosberg, Villeneuve/Pironi, Mansell/Piquet y también, porqué no, a Webber/Vettel. Todas estas historias tienen como protagonistas a dos grandes pilotos, con el mismo potencial y aspiraciones, en pugna por el preciado título de campeón del mundo de F. 1.

Cada temporada era sazonada con este condimento único, capaz de congregar a miles de espectadores e incrementar los índices de audiencia. Hubo choques, roces, intentos de agresión física y muchas páginas escritas en la prensa especializada. Pero hubo una rivalidad que culminó en tragedia, cuando Gilles Villeneuve pierde la vida en Zolder, tratando de ser más rápido que Didier Pironi.