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Peñarol

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Los últimos resultados por el Apertura, dos derrotas consecutivas Wanderers y Danubio, borraron como por arte de magia todo el esplendor del segundo tiempo frente al Bolívar por la Libertadores y junto con los resplandores pasaron al olvido el torrente de adjetivos y loas alrededor del buen fútbol de Peñarol y su técnico.

¿Pero que está pasando? ¿Sintió el equipo el trajín frente a los bolivianos? ¿Tal cosa es posible en equipos profesionales del nivel de los aurinegros? Algunos jugadores declararon haber perdido la concentración en el juego dejando la impresión, tal afirmación, que pensaron que al final del primer tiempo estaba todo liquidado. Si fue así se equivocaron porque el rival era un equipo tan aguerrido como los carboneros, con tan o mejor manejo de la pelota, con relevos que podían cambiar las cosas y las cambiaron, con algunas individualidades impredecibles y por si fuera poco su técnico conocía de memoria virtudes y defectos de los jugadores aurinegros. No era partido para mirar por encima del hombro al rival, para distraerse o dar por sentado que ya no pasaba más nada. Pero al margen de si estas consideraciones fueron la única razón o no de la derrota lo que queda flotando es el clima de nerviosismo que impera en el viejo club por encima de declaraciones en contrario.

Por primera vez en décadas directivos salen a la opinión pública a realizar declaraciones de corte técnico deportivo tales como que el D.T. fue el responsable de la última derrota porque se equivocó en los cambios "ya que debió entrar Emanuele en lugar de Bueno para mantener las características del fútbol de Estoyanoff cuando este salió lesionado". Y el que lo dijo fue nada menos que el arquitecto Vito Atijas. Al tiempo el presidente Damiani manifestó para qué hablar con el técnico si él no hace el equipo, habiendo manifestado horas antes que añoraba a Julio Ribas.

A todo esto hay que agregar el escozor que parece generar la exclusión de Bengoechea como titular ya sea dentro de la parcialidad, en parte del periodismo el que sostiene que es una falta de respeto para con el jugador ponerlo cuando faltan 8 minutos para terminar un partido o en algunos integrantes del Consejo Directivo y que se trasunta en el propio jugador cuando el calentamiento lo realiza algo separado de sus compañeros, como para que se note, o cuando una vez ingresado al equipo le ofrecen el distintivo de capitán y no lo agarra aduciendo después, ante pregunta concreta, que la cinta adhesiva una vez quitada de la camiseta no vuelve a pegar. En el Uruguay en donde casi siempre todo se resuelve entre dos, la alegría de uno es el drama del otro y cuando la meta es evitar que el rival eterno gane por cuarto año seguido el campeonato, perder dos partidos al hilo por más que falten doce fechas, causa una especie de terremoto interno mucho más si la tierra ya viene movida desde las elecciones mismas. Por más que en una de las reuniones últimas del Consejo todos los presentes brindaron con escocés de marca, se presume con votos para un buen año, las cosas no andan bien. ¿Qué pensará Aguirre? ¿Es procedente endilgarle culpas y manifestar añoranzas de otros cuando él está trabajando?

Los dimes y diretes que se dijeron antes de la elección y que después siguieron flotando en el ambiente, al haber perdido dos partidos salen a luz con inusitada fuerza. Hay una serie de contradicciones muy grande ya que todos quieren que Peñarol gane y sea campeón, pero al primer obstáculo arde Troya y por lo visto no se trata de una guerra con matracas.

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