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Daniela Sarquiz: la uruguaya que enseña a andar en bici en Estados Unidos

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HISTORIAS

Fue la número 4 del tenis uruguayo e integró la primera selección femenina de fútbol que compitió internacionalmente; hoy se gana la vida de una manera peculiar en Dallas.

Daniela Sarquiz dejó su Colonia Valdense natal para tomarse por primera vez un avión cuando tenía 18 años. Había conseguido una beca para ir a Estados Unidos como estudiante de intercambio. Se enamoró del país del norte donde encontró una cantidad de oportunidades y tras seis meses regresó a Uruguay, pero con el firme propósito de regresar a Estados Unidos. Hoy lleva 25 viviendo allá y hace ocho que le enseña a los niños norteamericanos a ¡andar en bicicleta!

Todo comenzó cuando una vecina, sabiendo que es profesora de educación física, le preguntó si no sabía quién podía enseñarle a su hija a andar en bicicleta. “Yo le enseñé de onda nomás, de corazón, pero ella empezó a pasarle mi número a otras madres. Aunque me sorprendió mucho, me di cuenta que había una gran necesidad de los padres con ese asunto. Y empecé a aceptar clientes. Yo no inventé nada, sólo me di cuenta qué método era mejor”, contó desde Dallas, donde vive con sus hijos Diego y Martina.

“Los niños llegan con miedo porque seguramente ya lo han intentado y se han dado algún porrazo. Me di cuenta que lo principal es que tengan confianza. Primero les saco los pedales hasta que logran el equilibrio. Con el asiento bien bajo y los pies en el piso. Recién cuando agarran confianza les pongo los pedales. Luego a frenar y recién después a doblar. Todo es un proceso: hay que llevarlos despacio y tener mucha paciencia. Hoy es un negocio que tengo aparte de mi trabajo en un colegio. Y es donde más gano”, añadió.

la profe

No le dice que no a ningún niño

“Cuando mejor me siento es cuando le enseño a un niño que tiene algún problema, autismo o Síndrome de Down. El proceso es el mismo. Siempre vamos paso a paso", explicó.

A veces los padres vuelven para que les de una clase más porque “se olvidaron. Todos sabemos que uno aprende a andar en bicicleta y no se olvida más. Pero de repente los niños no tocan la bicicleta en varios meses y cuando se suben otra vez les vuelve a dar miedo. Entonces los padres me llaman y me los traen para que les dé una clase más para recuperen la confianza. Hay padres que hasta me dan propina porque me cuentan que ellos estuvieron meses para enseñarles y no pudieron. Creo que para mí es más fácil porque no soy la madre”.

Daniela no le dice que no a ningún niño. “Cuando mejor me siento es cuando le enseño a un niño que tiene algún problema, autismo o Síndrome de Down. El proceso es el mismo. Siempre vamos paso a paso”, explicó sobre el trabajo que hace los fines de semana en el año y de lunes a viernes en verano.

LA BECA. “Yo quería ser estudiante de intercambio, salir de Uruguay y poder viajar en avión. Me presenté y me dijeron que salía 4.000 dólares que para mí era como si fueran cuatro millones, porque no tenía un peso”, recordó sobre su primera vez en el norte. “Me explicaron que había 60 personas que habían aplicado y dos becas. Y que había que hacer varios exámenes, entrevistas con psciólogo, etc. Me presenté, no tenía nada que perder. Y después de pasar por todo eso, gané una de las dos becas. ¡Fue increíble!”. Para cumplir con esas instancias viajaba desde Valdense en ómnibus o haciendo dedo. “No teníamos ni teléfono y había dado el de una vecina. Un día me gritó que me llamaban y era de Youth for Understanding para decirme que tenía que presentarme con mi madre”.

Hizo el último año de liceo en un suburbio de Chicago viviendo con una familia del lugar. “Me encantó cómo funcionaba la sociedad americana, donde tanto en el liceo, como en las universidades se podía estudiar y hacer deporte. Y vi que todo era posible si trabajabas y hacías las cosas bien. Es por eso que quise volver”.

Tuvo suerte para hacerlo. De regreso en Uruguay se anotó en un curso de periodismo deportivo. Haciendo dedo desde Valdense para venir a Montevideo al curso, conoció a una familia norteamericana. En el trayecto les comentó que había sido estudiante de intercambio y que le encantaría volver a estudiar, pero que no tenía dinero. Ellos la pusieron en contacto con un entrenador de tenis de la Universidad de Luisiana. “Me contacté con él y me empezó a pedir una cantidad de cosas. Y al final me ofrecieron una beca total, con todo pago, estudios, comida y alojamiento, para jugar al tenis. Entré por el tenis, pero luego la beca fue también por fútbol, que siempre fue mi pasión”.

El broche de oro

La selección de fútsalA los 35 años y habiendo ya sido madre de su primer hijo, Daniela fue convocada a la selección uruguaya de fútsal. “Jugué con chicas de 20 años, fue un broche de oro antes de colgar los zapatos”.

RAQUETA. Daniela había comenzado a jugar al tenis a los 13 años. “Un día llegó a Valdense un entrenador. Creo que era el único deporte que nunca había probado porque había hecho atletismo y vóleibol. Hablé con él, conseguí championes y raqueta prestados y empecé a probar. Me cobraba más baratas las clases y como yo ya trabajaba cuidando niños, invertí en eso. Ya era vieja para empezar en el tenis, pero agarré la mano enseguida y me empezó a ir muy bien. Gané un torneo en el Country Club de Punta del Este contra una chica que tenía como cinco raquetas y yo rezaba para que no se me rompiera la única que tenía. Con esa victoria pasé a ser la número 1 del interior y empecé a competir con chicas de Montevideo. La diferencia era muy grande, pero llegué a ser número 4 de Uruguay”.

Luego conoció a Ismael Filippini, el padre de Marcelo, quien la ayudó mucho. “Viajaba a dedo de Valdense a Montevideo los sábados para entrenar con él. Y además, se comunicó con la universidad de Estados Unidos para explicarles qué clase de jugadora era yo”.

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En la universidad competía en tenis y en fútbol femenino. “Cuando yo me vine el fútbol femenino no era tan común en Uruguay como ahora. Y siempre me miraban mal porque jugaba con los varones y me decían que era esto o aquello. En Estados Unidos fue todo lo contrario. Yo jugaba bien y me sentía muy valorada. Y aceptada, porque acá está muy bien visto jugar al fútbol. Por algo las americanas son las número uno del mundo. Dejé de ser criticada para ser elogiada por jugar al fútbol. Y eso me hizo muy bien”.

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Con el número 22 Daniela en la selección uruguaya de fútbol femenino.  La foto está en el Museo del Fútbol.

Llegar a defender la Celeste fue lo máximo. “Cuando se empezó a armar la selección y me citaron fue cumplir mi gran sueño. Era mi último año en la universidad, viajé a Uruguay para jugar un torneo Sudamericano en Mar del Plata, que fue la primera vez que una selección femenina compitió internacionalmente. Nuestra foto está en el Museo del Fútbol y ese es un motivo de gran orgullo para mí”.

Su padre, Salomón, falleció cuando ella tenía sólo siete años, pero le dejó su amor por el deporte grabado a fuego. “Era el técnico del club Esparta y siempre me llevaba a la cancha con él”, recordó. Actualmente, gracias al deporte lleva adelante su casa y a sus dos hijos tras la trágica muerte de su esposo.

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Recorría siete pisos para lavar y secar la ropa

“Llegó a la Universidad de Luisiana con 200 dólares. Sabía que no podía gastarlos para nada. Tenía la alimentación y el alojamiento y se las ingeniaba con el resto. Necesitaba 25 centavos para lavar y secar la ropa. “Yo vivía en el séptimo piso. Iba cambiando de piso cuando tenía que lavar y le decía a las chicas que me faltaba una monedita y me daban. Ponía mucha más ropa y me quedaba toda arrugada, pero era mi manera de sobrevivir. Mis amigas salían a comer y al cine los fines de semana y yo no, comía siempre en la universidad y terminé ese primer año con los 200 dólares”, contó quien sigue extrañando y está siempre pendiente de Uruguay, pero tiene claro que hoy su vida está allá y no vuelve, salvo a pasear.

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