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La Copa difusa: futuro difícil

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Carlos Luque en su intento por avanzar. Foto: AFP
RAUL ARBOLEDA

Lo del aurinegro en la Libertadores no se ve bien: si no vence el martes en la revancha puede llegar eliminado a Buenos Aires.

La vista de Medellín desde el hotel San Fernando Plaza, engarzado como un diamante en una zona residencial alta de la ciudad colombiana, es singular; y hasta rara: es un mediodía luminoso, pleno de sol, pero en el aire hay una bruma que no deja ver la imponencia de las montañas circundantes y muy cercanas.

La postal, acaso, representa con cierta fidelidad al presente de Peñarol en la Copa: jugó tres partidos, ganó un punto y convirtió un solo gol; y si en la próxima semana no vence al Atlético Nacional en el Centenario, puede llegar al partido revancha contra Huracán, en Buenos Aires, eliminado.

Es que si Peñarol empata con los colombianos y, como es lógico suponer, Huracán de local se impone a Sporting Cristal, para el desquite con los del "Globito" en condición de visitantes los aurinegros llegarán con dos puntos y el equipo argentino con seis: cuatro de ventaja indescontable, por más que en la última fecha Peñarol juegue en su flamante estadio con los peruanos y Huracán lo haga ante Atlético Nacional en Medellín, con el conjunto colombiano supuestamente queriendo ser el que sume mayor puntaje de los 32 que participan en la fase de grupos para tener un cruce más accesible en octavos de final, perfilándose así para llegar a cuartos.

El futuro aurinegro en la Copa es, pues, como el mediodía del miércoles en Medellín: es difícil ver —bien, con nitidez, al menos— lo que viene más adelante; incluso en el corto plazo. No sólo por el bajo puntaje, sino por lo que el equipo ha mostrado adentro de la cancha, incluso en casos en los que estratégicamente y tácticamente hizo lo que estaba a su alcance, como ocurrió en el estadio Atanasio Girardot el martes pasado, aunque igual no le bastó para lograr un resultado favorable, por la exuberancia futbolística y física del adversario y por carencias y/o fallas puntuales que, más que con el funcionamiento del equipo, tienen relación directa con las posibilidades —también físicas y futbolísticas— de sus individualidades.

Esto es, en Medellín los aurinegros jugaron con un 4-1-4-1 en defensa, que se transformó en un 4-4-2 al pasar a la ofensiva, pero ninguno de los dos esquemas tuvo la eficacia deseada y que Peñarol necesitaba, porque —amén de la desbordante superioridad de los colombianos, que llegan arriba hasta con 4, 5 y 6 jugadores, y tienen un orden defensivo que hace que no le hayan anotado un solo gol en los tres partidos que disputaron— el equipo no tuvo vuelo ni penetración cuando Luque y algunas veces Costa se soltaron para acompañar a Murillo en el ataque; y desde el medio de la cancha hacia su arco, hay situaciones que eran esperables, y por tanto son hasta normales y otras que se reiteran en forma a esta altura alarmante.

Por ejemplo, si Olivera sufrió en la marca de Ibarbo y las subidas de Bocanegra, más las veces que Guerra se soltó por ese lado (lo que obligó a Da Silva a pasar a Viega a la izquierda para que diera una mano en la contención por ese costado), aparte de que en varias ocasiones les dio mucha distancia de ventaja a los colombianos y hasta llegó a marcarlos al revés, por adentro, dejándole el espacio y el perfil abiertos para que lo desbordaran, alcanza con preguntarle a un hincha de Wanderers y dirá que el lateral se caracteriza más por la salida y la proyección que por la contención en retaguardia. De modo que si Peñarol precisaba alguien con más marca que Diogo y para eso lo fue a buscar a "Maxi", él no tiene la culpa de que a este nivel, ante un equipo como el Atlético Nacional colombiano, le cueste cerrar su costado.

En otro orden, y contabilizando los partidos del Torneo Apertura, ya son varios los goles que le han hecho a Peñarol desde afuera del área. Pues bien, en algunos de ellos (como el del martes pasado) le abrió las puertas del triunfo a un equipo superior que, sin embargo, por imprecisiones en la definición, aciertos defensivos del rival donde Mac Eachen, Aguirregaray y Buschiazzo (en ese orden) mostraron un rendimiento al menos parejo en una parada muy brava, y también las atajadas de Guruceaga, el equipo aurinegro "la iba llevando" pese a que le estuviese sacando barata, el joven arquero artíguense de gran personalidad, no resolvió con la eficacia adecuada; pero ojo también hay que anotar que se reiteran las incidencias en las que los rivales pueden rematar desde afuera del área sin marcas aurinegras que, como mínimo, entorpezcan ese desenlace.

Por todo eso, pues, el futuro de Peñarol en la Copa no se ve bien en el corto plazo, empezando porque —al precisar un triunfo en forma impostergable— ni siquiera puede salir a jugarle de local a Nacional como lo hizo la selección contra Colombia por las Eliminatorias pasadas en el Centenario: dejándole la pelota y la cancha, como si fuese visitante, para contragolpearlo; y este "cuadrazo" puede ser todavía más letal de visitante que de local, porque con mayores espacios al frente suele sentirse más a sus anchas, como ya ocurrió cuando le ganó a Huracán en Buenos Aires.

Como el cielo de Medellín que despidió a Peñarol, precisamente, ayer de tarde: no se ve bien, con claridad, pese al día luminoso, de sol, ni lo que está muy cerca y es imponente, como la montaña circundante.

Cuatro de los más grandes “tocados”.

Diego Forlán con un tirón. Guillermo Rodríguez con otro. Carlos Valdez desgarrado. Tomás Costa con una contractura que venía arrastrando y se agudizó en Medellín; y Luis Aguiar dolorido por el gran esfuerzo.

No es un tema médico, pues los doctores intervienen después que los futbolistas acusan alguna dolencia. Tampoco parece una “mini epidemia” por el nivel de preparación física, porque Peñarol en Medellín corrió y metió hasta el final, quedando como una postal casi conmovedora aquella carrera solitaria, echando el resto y dejando el alma, que hizo Aguiar para ir a buscar una pelota larga.

¿Entonces? Nada. Quizá se trata sólo de lo que le ocurrió a Jorge Giordano, el estudioso entrenador de Juventud, que en su afán por aprender vino hace tiempo a un foro de técnicos en Colombia y se encontró con Ramón Cabrero, el español que potenció a Lanús desde su trabajo en formativas, quien le dijo: “Hoy en el alto nivel internacional, para ser competitivo, un equipo no puede jugar con más de cinco jugadores de 30 años”; y hace dos, lo volvió a encontrar y le comentó: “¿Se acuerda lo que le dije aquella vez? Bueno, hoy ya no se puede tener en cancha a más de dos de 30 años”.

No es que Valdez, Guillermo Rodríguez, Forlán, Costa y Aguiar no puedan jugar en Peñarol. Pueden, capacidad tienen e, incluso, son gravitantes; pero todos juntos se obligan a un mayor despliegue, se están “autosacrificando”. Peñarol empezó contra Sporting Cristal una serie de seis partidos en 23 días y al quinto tiene a por lo menos cuatro de esos jugadores, y figuras principales, “tocados”.

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Carlos Luque en su intento por avanzar. Foto: AFP

PEÑAROLJORGE SAVIA

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