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Supicci, cuando el automovilismo era aventura

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Ídolo. Héctor Supicci Sedes junto a Caleche.
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La foto tiene un sello, “Lima, Perú”, que está anunciando el final de la historia.

Kilómetros más adelante espera una tragedia absurda, que se llevará la vida del protagonista. Se trata de Héctor Supicci Sedes, uno de los grandes del automovilismo uruguayo, del tiempo en el que las carreras eran verdaderas aventuras y los pilotos, personajes de leyenda.
De hecho, las imágenes de Supicci y su acompañante Silvestre Caleche, así como la de su coche, están muy alejadas de la figura del corredor de hoy, elegante y glamoroso. Sin inscripciones publicitarias, sin bellas promotoras, sin trajes antiflama: apenas ropa ajada destinada a ensuciarse con el polvo de los caminos y la grasa de los motores. Claro que abajo del barro y las camisas viejas había verdaderos gentlemen.
Nacido en Montevideo en 1903, Supicci se destacó en las competencias nacionales y pronto pasó al Turismo Carretera argentino, con rivales de la magnitud de Juan Manuel Fangio o los hermanos Gálvez, lo cual lo convirtió en una celebridad en el Uruguay de las décadas de 1930 y 1940. Fue gran noticia su triunfo en el Gran Premio del Sur de 1938, por ejemplo.

Además, era un mécanico sumamente habilidoso e inventó soluciones que después llegaron a los autos de calle en todo el mundo. Por ejemplo, el sistema de agua lavaparabrisas mediante una bomba de agua.
Fuera del deporte, frecuentaba el ambiente intelectual y era amigo, entre otros, del escritor minuano Juan José Morosoli. Pintín Castellanos, en tanto, le dedicó la milonga Meta fierro.

En 1948, Supicci ya estaba pensando en el retiro, pero decidió correr su última carrera en el Gran Premio de América del Sur, una increíble prueba que unió Buenos Aires con Caracas durante 20 días, cuando el continente parecía todavía más grande. El corredor uruguayo abandonó por problemas mecánicos en su Ford 1947 coupé. Para el regreso se estableció otra carrera, una especie de revancha, que partió desde Lima hacia Buenos Aires.

Durante la segunda etapa de esa nueva carrera, Supicci llegó al pequeño pueblo chileno de Victoria, en pleno desierto de Atacama, pero se pasó del puesto de aprovisionamiento. Estacionó en una bocacalle y se preparaba para volver atrás cuando lo embistió otro competidor que dobló allí, pues confundió el camino al estar la calle principal obstaculizada por el público que había concurrido a ver pasar la carrera. El impacto fue de lleno contra la puerta del conductor y mató en el acto al piloto uruguayo. Fue el 4 de diciembre de 1948 y todo el país lo lloró.

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Ídolo. Héctor Supicci Sedes junto a Caleche.

JOYAS DEL ARCHIVOLUIS PRATS

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